Capítulo 4

Las tres y veintinueve minutos de la tarde, en el aparcamiento al otro lado de Brimmond Hill. Alfa Nueve Seis se detuvo haciendo crujir los neumáticos sobre la gravilla entre dos baches llenos de agua. Los limpiaparabrisas iban a toda velocidad bajo la lluvia. La parte alta de la colina se perdía entre las nubes bajas, y las aulagas, el brezo y los helechos goteaban agitados por el viento. El conductor accionó el freno de mano.

—¿Qué te parece?

—¿Lo echamos a piedra, papel y tijera?

—Está bien… Un, dos, tres, piedra, papel o tijera… Mierda. —Frunció el ceño al otear por el parabrisas, hacia el aguacero—. ¿Al mejor de tres?

—No.

—Vale, vale… La puta de… —El conductor abrió la portezuela una rendija, dejando que entrase el fragor de la lluvia y ahogando la constante cháchara de fondo de la radio. Se puso el impermeable, cuyo cuello levantó, se calzó el gorro por encima de las orejas y se apeó del coche de un salto, maldiciendo mientras corría en dirección a los restos calcinados de enfrente, tratando de evitar los charcos.

Una de las ventanillas del coche patrulla bajó hasta la mitad, y el agente que iba en el asiento del acompañante gritó:

—¡Qué!

Refunfuñando, el conductor del coche patrulla encendió la linterna y atisbó en el interior del habitáculo ennegrecido del vehículo. No había quedado gran cosa: los esqueletos de los asientos y su estructura de alambre rebozada con pegotes de ceniza negra y gris; el salpicadero reducido a un amasijo retorcido de metal colgante; los neumáticos, una vaina deshecha de goma vitrificada. No quedaba un solo cristal sano. Pasó el haz de luz por todo el interior, por si acaso. Cualquier cosa que hubiera podido haber allí dentro, se había esfumado.

—Nada. No es más que un viejo Volvo ruinoso que ya no quería nadie.

Steel había vuelto delante de la ventana de su despacho, desde la que observaba el grupo de periodistas y cámaras de televisión, allá abajo, cuando regresó Logan, después de haberlo organizado todo.

—La sesión de trabajo es a las cuatro —dijo, desplomándose en la raída silla para las visitas—. Tendrá allí a dieciséis agentes, cinco oficiales del Departamento de Investigación Criminal y unos ocho administrativos. Y les he dicho a los de la Oficina de Identificación que saquen un buen primer plano del rostro del cadáver con los ojos abiertos. Luego la retocarán con un programa informático para que no parezca tan muerto. —Logan bostezó, pero Steel no pareció advertirlo, se limitó a encender otro cigarrillo y acercarse una vez más a la ventana para expulsar el humo a la lluvia—. La rueda de prensa está prevista para… —examinó sus notas— las cinco, aunque no creen que pueda salir en las noticias de esta noche, y menos con el asunto de Rob Macintyre en el candelero.

Ella asintió con la cabeza.

—No hay sitio en la caja boba para dos historias de Aberdeen al mismo tiempo, ¿eh? Qué pena… —Suspiró—. Me habría encantado enseñarle a esa rubita del tiempo lo que es un frente húmedo de verdad… De todos modos, ese circo de ahí abajo lo han montado para algo. ¿Quiere que vayamos a ver? Con un poco de suerte, el gordo capullo cascarrabias de Insch le suelta un puñetazo a alguien.

El ambiente era demasiado húmedo como para que hubiera una verdadera locura mediática, por lo que los periodistas estaban todos cobijados bajo sus paraguas, apuntando sus cámaras, micrófonos y grabadoras digitales hacia el estacionamiento de la jefatura de policía mientras un BMW negro se detenía delante de ellos y un petimetre de aspecto engreído se zambullía en plena lluvia y en un mar de preguntas. Sandy Moir-Farquharson, abogado defensor para casos extraordinarios: alto, bien vestido, con el pelo que griseaba, la nariz ligeramente torcida y un subalterno para aguantarle el paraguas. Rob Macintyre se apeó del asiento trasero y se colocó a su altura con aire saltarín y con una sonrisa de oreja a oreja, a pesar del labio hinchado obsequio de Jackie. Llevaba un traje gris oscuro de aspecto caro y una dilatación de oreja con un rubí, su distintivo personal, que centelleó ante las luces de las cámaras. El chico era una mala copia flagrante de otros futbolistas mucho más famosos de las ligas británicas, solo que el color de Macintyre era el rojo del equipo del Aberdeen Football Club. Por último, una alta mujer con el cabello gris emergió del coche blandiendo una triunfal sonrisa de satisfacción: la misma mujer a la que Logan había visto abroncando al Gran Gary la pasada noche.

Aguantando el chaparrón bajo un paraguas sustraído de objetos perdidos, Logan esbozó una mueca.

—Esto no tiene buena pinta.

La inspectora Steel resopló, con los brazos cruzados y el semblante tenso.

—Como siempre que tenemos al jodido Sid Sinuoso de por medio.

El abogado levantó los brazos, y la multitud de periodistas guardó silencio.

—Estoy encantado de poder comunicarles que el juez ha accedido a concederle a mi cliente, el señor Macintyre, la oportunidad de enfrentarse a estas ridículas acusaciones en la sala de un tribunal.

—Fantástico. —Steel rebuscó en los bolsillos y extrajo una cajetilla de cigarrillos—. Somos nosotros los que hemos encausado a ese capullo y ahora él hace ver que ha sido por voluntad de ellos.

—La inocencia del señor Macintyre —prosiguió el abogado— quedará demostrada fuera de toda sombra de duda, y la Policía Grampiana se verá obligada de una vez por todas a poner fin a su odiosa campaña para arruinar su reputación. ¡Al final lo único que se nos ocurre pensar es que hay alguien ahí dentro —dijo, señalando hacia la ominosa mole blanca y negra de la jefatura de policía— que no quiere de ninguna manera que el Aberdeen gane la liga!

Con esto consiguió arrancar una genuina carcajada. Entonces arreciaron las preguntas, las cuales eran sorteadas todas por parte de Sandy Moir-Farquharson antes de que su cliente pudiera abrir la boca: «¿Jugarás este sábado contra el Falkirk?». «¿Qué opina tu prometida de todo este embrollo?». «¿Es verdad que te ha llegado una oferta del Manchester United?». Solo hubo una periodista que observó que no era la primera vez que Macintyre era acusado de violación, pero Sandy la ignoró, optando por responder a una tierna pregunta acerca de la inminente boda de Macintyre. La única persona que pareció reparar en la pregunta fue la madre de Macintyre, quien se pasó el resto de la conferencia de prensa mirando con furiosa y ceñuda expresión a la mujer que había osado sacar a relucir el pasado de su hijo.

El abogado respondió un par de preguntas más y a continuación condujo a un sonriente Macintyre, y a su mamá, de vuelta al BMW, que estaba esperándoles. Desaparecieron envueltos en una nube de flashes. La inspectora Steel sorbió prolongadamente por las narices y escupió a la lluvia.

—Pequeña babosa de mierda. Y a nosotros que nos parecía que Insch estaba de mal humor. Se va a poner como una furia. —Se acercó el encendedor al pitillo, y el humo quedó atrapado bajo la bóveda del paraguas—. Hablando del rey de Roma…

Insch llegó caminando a grandes zancadas por Queen Street, de regreso del tribunal del distrito, el semblante fiero, su enorme y obeso cuerpo apenas protegido de la lluvia por una enorme sombrilla de golf. Alguien le salió al paso, un tipo delgado con barba, gafas y aspecto furioso, y el inspector se detuvo unos segundos y luego agarró al tipo por el brazo y cruzó con él la entrada principal de jefatura. Logan llegó a captar: «Es él, ¿verdad? ¿Por qué demonios dejan que se vaya? ¿Qué demonios les pasa a ustedes…?», antes de que se cerraran las puertas.

Steel se quedó fuera acabando de fumar el cigarrillo mientras Logan se apresuraba a entrar guareciéndose de la lluvia. Fue a asegurarse de que estaba todo preparado para la sesión de trabajo y, al pasar junto a Insch y el tipo encolerizado, agachó la cabeza, tratando de no involucrarse e ignorando al inspector mientras éste prometía poner a Macintyre a buen recaudo por un período de tiempo largo, largo, largo.

Eran las cuatro y la sala estaba repleta de hombres y mujeres de uniforme, un puñado de agentes detectives con traje y un sargento detective con sobrepeso comiendo fritos de queso y de cebolla. Puesto que la inspectora Steel no daba señales de vida, Logan pasó lista. Y luego hizo una introducción. Y luego expuso los antecedentes. Se disponía a presentar las secuencias captadas por el circuito cerrado de televisión, cuando apareció la inspectora con el ayudante del jefe de policía a la zaga. Tratando de disimular el enfado que sentía, le pidió a uno de los tipos de Investigación Criminal que apagara las luces.

—Bien —dijo, dándole al botón de puesta en marcha mientras Steel y el ayudante del jefe de policía buscaban sitio—, estas imágenes fueron tomadas a las diez y doce minutos de la pasada noche.

Detrás de su cabeza, la pantalla parpadeó y apareció la entrada de Urgencias. Delante de la puerta había una ambulancia estacionada con las luces apagadas y sin nadie en el interior. Al poco llegó un roñoso Volvo familiar, que se detuvo con un traqueteo, tras subir dos ruedas a la acera. El conductor, un bulto indistinguible al volante, se desabrochó el cinturón de seguridad, abrió la portezuela de un empujón y saltó del vehículo. Logan le dio al botón de pause y la imagen quedó inmovilizada.

—Tejanos, bambas negras, sudadera con capucha gris y gorra de béisbol gris oscuro. —El rostro era indistinguible, oculto bajo la sombra de la gorra—. El número de la matrícula del coche está tapado ex profeso, seguramente con cinta aislante, así que lo único que tenemos es la marca y el modelo. Ya he solicitado una orden de búsqueda de un vehículo familiar Volvo azul o verde, los detalles están en el dossier que les hemos repartido. —Hizo una pausa y lanzó una mirada en torno a la sala, tratando de establecer contacto visual con el mayor número de personas posible—. El asiento trasero estará empapado de sangre, por lo que el asesino intentará o bien esconder el vehículo, o bien deshacerse de él. ¡Tenemos que encontrarlo antes!

Volvió a pulsar el botón de avance y el encapuchado rodeó corriendo la parte delantera del Volvo, abrió la puerta trasera por el lado del acompañante y extrajo al moribundo del asiento de atrás tirando de él. Luego se introdujo de un salto en el coche y salió echando chispas.

—Y ésta —dijo Logan mientras la imagen se hacía borrosa hasta convertirse en una sucesión de líneas blancas estáticas— es la cámara ubicada en la barrera de la salida…

La pantalla mostró una toma de una cabina de brillante color naranja con un viejo uniformado en su interior leyendo un periódico. El hombre levantó la vista, sonrió e hizo un gesto levantando la mano al acercarse el Volvo. El conductor, después de reducir la velocidad, bajó la ventanilla e introdujo la tarjeta en la máquina lectora. Tras una breve pausa, se levantó la barrera, el Volvo arrancó y el vigilante volvió a concentrarse en su periódico.

—Así que contamos con un testigo. Si miran al final de su dossier, encontrarán un retrato robot digitalizado.

Logan apagó el aparato de vídeo y encendió el proyector. A su espalda apareció en pantalla un retrato robot generado por ordenador: un rostro de facciones redondeadas, bigote prominente, gafas y bien cuidada perilla.

—Según el guardia de seguridad, el sospechoso habla con acento irlandés… —Un agente levantó la mano—. ¿Sí?

—¿Del norte o del sur?

—Dice que era como ese cura fornido de la serie Father Ted, así que del sur. Nuestro sospechoso estaba lo suficientemente tranquilo como para intercambiar un par de frases sobre el tiempo, a pesar de que acababa de tirar del coche delante de Urgencias a un moribundo que se estaba desangrando.

Logan le dio al botón y el retrato robot desapareció, reemplazado por una foto de autopsia del rostro del fallecido.

—Ésta es nuestra víctima. Y esto es lo que el asesino hizo con ella… —Clic, y todos los presentes en la sala se removieron en sus asientos.

Logan siguió hasta el final de la sesión, concluyendo con la asignación de tareas para cada uno de los grupos. Entonces la inspectora Steel se levantó haciendo crujir su silla y les dijo a todos que el ayudante del jefe de policía quería dirigirles unas palabras.

—Bien —empezó el hombre, adoptando una sonrisa amistosa—, como todos saben, la salud de nuestros oficiales es de importancia prioritaria para todos nosotros…

Cuando al final todo el mundo se hubo marchado, Steel se dejó caer en una silla en el frente de la sala y, echando la cabeza hacia atrás, rezongó como dirigiéndose a los parpadeantes fluorescentes:

—Dios, qué duro es el trabajo del hombre.

—He tenido que comenzar sin usted.

Steel asintió con la cabeza.

—Ya lo he visto. Bien hecho. Es usted un hacha. Habría llegado a tiempo, pero el jodido cabrón estaba merodeando delante de los servicios de mujeres. Pervertido. Tenía que explicarle de lo que somos capaces. —Se metió la mano por dentro de la chaqueta y se hurgó debajo del sobaco—. Preocupados por la salud de sus oficiales… Si creen que voy a tomar parte en su estúpido programa de «en forma con nosotros», ¡ya pueden besarme el culo por donde huele, si quieren!

Logan acabó de ordenar la sala.

—¿Por dónde quiere empezar?

Steel se miró el reloj, lo pensó unos segundos y dijo:

—Por una copa grande de vino blanco. Y patatas fritas. Y unos pitos. Ya es casi la hora de salir.

—Pero…

—Mire, los periódicos no publicarán la foto de la víctima y el retrato robot del asesino hasta mañana. Las consultas de los dentistas estarán todas ya cerradas a estas horas, así que hoy ya no podemos empezar a buscar historiales dentales. Esta noche no vamos a conseguir identificar a nadie. Lo único que nos falta por hacer es preparar el centro de coordinación, y de eso puede encargarse el oficial de administración. Usted y yo nos vamos a tomar una cerveza.

—Pero…

—Es una orden, sargento.

—Sí, inspectora.

El Archibald Simpson’s era un banco antes de convertirse en pub. Estaba en un enorme edificio de granito en el extremo este de Union Street, con sus columnas corintias, su pórtico, el techo profusamente ornamentado, el mobiliario con dorados brillantes, arañas de luces y la cerveza barata. Estando como estaba nada más doblar la esquina de la jefatura de policía, era el garito en el que la mayoría de los agentes se reunían para beber después de un duro día empapándose bajo la lluvia.

Steel mandó a Logan a por la primera ronda, mientras ella ocupaba su lugar habitual junto al pasillo, al fondo de la antigua planta principal bancaria, en el rincón debajo mismo de la televisión. Una copa grande de vino blanco, dos raciones de patatas Chips y una jarra de Stella. Lo que de verdad le apetecía a Logan era irse a casa a dormir un poco, pero si hacía eso, la inspectora se enfurruñaría, y él acabaría cargando con todos los trabajitos más chungos que fueran presentándose durante la investigación. Así que se quedó sin darle más conversación que la imprescindible, escuchando pacientemente sus quejas acerca de sus otros casos, como el del vagabundo muerto que habían encontrado en Duthie Park (y que había muerto por causas naturales, pero sin que nadie supiera quién demonios era); o la serie de asaltos domiciliarios en Tillydrone, Bridge of Don y Rosemount; o el exhibicionista que enseñaba la entrepierna en Guild Street. En el momento en que llegaron las patatas, estaba lamentándose de Susan, su novia, que siempre estaba dándole la lata con tener un gatito. Pero Steel sabía que después del gato vendría el bebé, y ella no estaba preparada para esa clase de compromisos.

Pidieron más bebida, y el turno de día empezaba a entrar, con los pies chapoteando. El pub iba llenándose de policías, hombres y mujeres, fuera ya de servicio. Logan conocía a la mayoría por el nombre, es decir, salvo a alguno de los más jóvenes, pero solo a uno había visto desnudo: la agente Jackie Watson, que se acercaba hacia ellos con una cerveza en la mano, el gesto ceñudo y un plato de fritos con sabor a salsa de tomate.

Se dejó caer en la silla que estaba junto a la de Logan y ofreció de sus fritos sin especificar a quién.

—Joder, vaya un día de mierda.

—Hola a ti también. —Logan le dirigió una sonrisa burlona: efecto de dos jarras de cerveza en un estómago casi vacío—. Hemos visto a Sid Sinuoso a la salida del tribunal.

Jackie frunció el entrecejo.

—Menudo capullo. ¿Cómo es que cada vez que interviene en un caso se monta una conferencia de prensa en las escaleras de jefatura? ¿Conoces a alguien más que haga lo mismo?

Logan se encogió de hombros.

—Ése vendería hasta su cuerpo a los medios de comunicación.

—Sí —afirmó Steel, ventilándose su bebida—, es una puta, pero a los que nos jode siempre es a nosotros. ¿Voluntarios para otra ronda?

Esperó a que le dijeran lo que querían tomar y se levantó ruidosamente en dirección a la barra, dejando a Logan y a Jackie a solas.

—¿Puedes creer que tiene el santo morro de decir que yo ataqué a ese hijo de puta violador de cliente suyo mientras estaba esposado y en el suelo? —Jackie frunció el ceño—. Escucha esto otro: ahora dicen que él había salido simplemente a correr, y que me abordó para preguntarme «por una dirección». —Hizo un sarcástico gesto marcando unas comillas con los dedos—. Con un cuchillo. ¿Puedes creerlo? —Logan sabía que lo mejor era no decir nada, quedarse sentado en silencio y asentir con la cabeza. Dejar que despotricara—. ¡Y los malditos medios de comunicación! ¡Ellos ya lo han declarado inocente! Cabrones. Y luego van los de la maldita brigada de inspección, que no son capaces de encontrarse el culo ni con un mapa, y registran la casa de Macintyre y ni un puto trofeo. Ni bragas, ni joyas, ni nada. ¡Ni un puto objeto!

Siguió así más rato, pero Logan fue desconectándose poco a poco. Jackie lo único que necesitaba era soltar un poco de presión, echarlo fuera de su organismo.

Jackie seguía todavía dándole duro cuando volvió la inspectora Steel tambaleándose hasta la mesa con varios vasos, que depositó con un tintineo encima de la mesa, al tiempo que decía en tono de disculpa:

—Se me ha olvidado lo que quería cada uno, así que he traído whisky para los tres.

De forma lenta pero segura, acabaron todos muy, pero que muy borrachos.