Capítulo 3

El arresto de Rob Macintyre se había producido a una hora demasiado tardía para que pudiera aparecer en la primera edición del Press and Journal, el periódico local de Aberdeen, pero sí que salió a primera hora de la mañana por televisión, en la sección de noticias de Escocia. Una locutora de expresión adusta entrevistaba en la oscuridad, a las puertas del Pittodrie Stadium, a un pequeño grupo de seguidores, que tiritaban de frío, a los que preguntaba su opinión en torno a todo eso que dicen de que si la estrella del equipo era un violador. Solo Dios sabía cómo lo había hecho la BBC para enterarse de la historia tan pronto.

Los seguidores, vestidos todos ellos con camisetas del Aberdeen Football Club, de un rojo brillante, manifestaban por su ídolo un apoyo incondicional: Macintyre era un buen chico, jamás haría algo así, tenía que ser una encerrona, el equipo le necesitaba… A continuación la noticia era el incendio de una casa en Dundee. Logan bostezó en la sala de estar, dio un sorbo a su taza de té y escuchó a un tipo de lo más raro de la policía de Tayside explicándole al público lo importante que era comprobar regularmente las pilas de las alarmas antiincendios. Luego el tránsito, el tiempo y vuelta a los estudios de Londres. Las noticias de un país entero comprimidas en ocho minutos.

La autopsia del hombre no identificado de Logan no estaba prevista hasta las diez de la mañana. Faltaban casi tres horas, pero antes tenía que rellenar un montón de papeleo.

Apuró la taza de té y fue a vestirse.

El depósito de cadáveres de la jefatura de policía relucía con un fervor antiséptico. Las paredes estaban recubiertas de baldosas de una blancura centelleante, las brillantes mesas de disección estaban colocadas bajo sendas campanas extractoras bruñidas; toda la sala estaba revestida de prístinas superficies de trabajo. Logan se puso el mono blanco preceptivo y el gorro y las bolsas para los pies de plástico azul antes de cruzar la puerta batiente que daba acceso a la zona esterilizada. El invitado de honor estaba ya en posición, estirado de espaldas con todo el esplendor de un cadáver lívido y cubierto de manchas de sangre, mientras un fotógrafo de la Oficina de Identificación daba vueltas a su alrededor, sin dejar de disparar el flash, para documentar todo el proceso. Un técnico se servía de una cinta adhesiva para recoger cualquier muestra que pudiera encontrar y que pudiera utilizarse como prueba. Un baile a cámara lenta, con luces estroboscópicas incluidas.

El doctor Fraser estaba con el cuerpo inclinado sobre una de las otras mesas de disección, con un ejemplar del Press and Journal delante, desplegado encima de la superficie de acero inoxidable. Levantó la vista, vio a Logan entrar en la sala y le pidió que le dijera una palabra de ocho letras que empezara por «J».

—Ni idea. ¿Quién es el oficial investigador de rango superior?

El forense exhaló un suspiro y se puso a mordisquear la punta del bolígrafo.

—Sabe Dios. Hoy solo estoy de supervisor. La fiscal tiene que estar por ahí, pregúntele a ella si quiere. A mí nadie me dice nada.

Logan conocía ese sentimiento.

Encontró a la fiscal del caso fuera, en la sala de observación, paseándose de un lado a otro. Le pareció que hablaba sola, hasta que reparó en el pequeño auricular Bluetooth que llevaba en la oreja.

—No —decía mientras manipulaba un ordenador de bolsillo—, tenemos que asegurarnos de que no haya la menor filtración. No quiero tener que estar sorteando preguntas mientras me ocupo de mi bronceado. Bueno, ¿y qué de los allanamientos en Bridge of Don?

La dejó con sus asuntos.

No tardó mucho en quedar contestada su pregunta cuando cruzó las puertas del depósito, dando tumbos, el oficial investigador de rango superior en persona, tirándose de la entrepierna del mono reglamentario para escenarios del crimen y tosiendo como si fuera a echar los pulmones por la boca. La inspectora Steel. Una zona catastrófica ambulante de mediana edad, avejentada, metro ochenta, que dejaba a su paso un rastro mezcla de humo rancio de tabaco y Chanel N.º 5.

—¡Laz! —exclamó, sonriendo de medio lado nada más ver a Logan—. ¿No es un poco tierno para ser uno de sus cadáveres? Yo creía que le gustaban un poco más maduritos.

Logan no se inmutó.

—Lo encontraron anoche en la entrada de Urgencias, desangrándose. Sin testigos. Algo horrible le pasó en el trasero.

—Ah, ¿sí? —La inspectora arqueó una ceja—. ¿Horrible desde un punto de vista médico, o del tipo: iba volando desnudo y me caí de culo encima de una estatua de la reina Victoria?

—Reina Victoria.

Steel asintió con aire experto.

—Sí, claro… Ya me preguntaba yo que por qué me lo habrían asignado a mí. ¿Ya podemos empezar? Me muero por un cigarro.

El doctor Fraser levantó la vista de su crucigrama, se sacó el bolígrafo de la boca y le hizo a Steel la misma pregunta que le había hecho a Logan. La inspectora ladeó la cabeza, lo pensó unos instantes, frunció el ceño y dijo:

—¿Jodiendo?

—No, contiene una «S». Estamos esperando a la doctora MacAlister.

La inspectora Steel asintió de nuevo.

—Ah, ya, así que se trata de otra de sus autopsias. —Suspiró—. Muy bien. Laz, cuénteme. —Logan hizo un recuento de las declaraciones que había tomado la noche anterior mientras la víctima estaba en el quirófano, y del papeleo procedente del hospital que le habían transferido junto con el cadáver—. ¿Y el circuito cerrado de televisión? —preguntó ella una vez hubo terminado.

—Nada que nos pueda ser útil. Los números de matrícula del coche son ilegibles, seguramente los habían tapado con algo, y el conductor llevaba una sudadera con capucha y una gorra de béisbol.

—Ah, todo un figurín. ¿La marca al menos?

—Un Volvo familiar de aspecto destartalado.

Steel dejó escapar una larga y húmeda pedorreta por entre los labios.

—Qué bien, otro caso sencillito. Bueno, a ver si Madame Muerte puede decirnos algo, ¡suponiendo que aparezca!

Diez minutos más tarde, la inspectora amenazaba con ponerse a cantar Why are we waiting?

La doctora Isobel MacAlister entró por fin pesadamente en el depósito a las diez y veinte, con el rostro congestionado. Ignorando la despectiva salva de aplausos de la inspectora Steel y su grito de bienvenida («¡ya asoma!»), se lavó y pidió ayuda para enfundarse el equipo de disección: el delantal de plástico verde le tiraba por encima de su enorme vientre.

—Bien —dijo, al tiempo que ponía en marcha el dictáfono—, se trata de un varón sin identificar, de entre veinticinco y treinta años…

Resultaba extraño ver en pleno trabajo a una forense en avanzado estado de gestación. Más extraño todavía era pensar que lo que crecía en su vientre pudiera haber sido de Logan, si las cosas hubieran tomado un rumbo diferente. Pero no lo habían hecho. Por lo que, en lugar de sentirse henchido de paternal orgullo, permanecía allí de pie observando cómo Isobel rebanaba un cadáver más, con una extraña mezcla de sensaciones, entre el pesar y el alivio. Y de náusea, cuando ella le pidió a su ayudante que le separara en bloque el aparato urogenital del cadáver.

Acabaron en torno a un té con galletas en el despacho de los forenses, con Isobel sentada detrás del escritorio, quejándose del calor, por mucho que febrero estuviera representando su función habitual al otro lado de la ventana, batiendo los cristales con una lluvia gélida.

—Es como si le hubieran metido dentro repetidamente un objeto bastante grande —decía mientras comprobaba sus anotaciones—, de entre diez y trece centímetros de ancho y por lo menos treinta y cinco de largo. El esfínter presenta daños considerables, y el final del intestino grueso está rasgado en cuatro puntos. Sufrió una gran pérdida de sangre, hasta que le bajó la presión y el corazón dejó de latir. La muerte sobrevino debido a un choque severo. En el hospital no podían hacer nada. —Se agitó en la silla, tratando de acercarse al escritorio, pero su embarazosa carga se interpuso en su camino—. Algunas de las quemaduras en el torso presentan una costra de cera, pero hay también media docena de quemaduras de cigarrillo. La mayoría de las contusiones son superficiales.

La inspectora Steel se obsequió con una galleta Jaffa de chocolate y masculló con la boca llena:

—¿Qué puede decirnos de las señales de ataduras?

—Podrían habérselas ocasionado unas correas recias de cuero con hebillas de metal. Los bordes de las marcas están muy irritados, por lo que yo diría que forcejeó de lo lindo.

Steel resopló, escupiendo migas de galleta.

—Bueno, ¿usted no lo haría? Si le estuvieran volviendo el culo del revés, digo.

El comentario provocó un fruncimiento en el entrecejo de la forense y un glacial silencio en el ambiente.

—Habrá que esperar los resultados de las pruebas sanguíneas del laboratorio de toxicología —dijo finalmente Isobel—, pero he encontrado en el estómago una cantidad significativa de alcohol, y también pastillas parcialmente digeridas.

—Así que quien lo hizo lo emborrachó y lo drogó primero, luego lo ató y amordazó y le metió una bota de goma por el culo hasta matarlo. Luego dicen que ya no hay romanticismo en este mundo.

El fruncimiento de cejas de Isobel bajó a veinte bajo cero.

—¿Tiene más revelaciones profundas que compartir con nosotros, inspectora?

Steel se limitó a devolverle la mueca en forma de sonrisa y despachó otra galleta. Acto seguido la fiscal confirmó que el caso recibiría la consideración de asesinato, antes de pasar a contarles con pelos y señales sus planes para sus inminentes vacaciones en las Seychelles. Una delegada se haría cargo del caso mientras ella estuviera empapándose de sol y de cócteles, pero deberían hacer lo posible por no quemar a la joven, si no querían verse en problemas cuando ella regresara, comentario que hizo mirando con toda intención en dirección a la inspectora Steel. Ésta fingió no saber de qué le hablaba.

—¡Por todos los diablos! —exclamó Steel mientras subía corriendo las escaleras que conducían de la morgue al aparcamiento trasero, chapoteando en medio de charcos que le cubrían hasta por encima del tobillo, en su camino a la puerta trasera de la jefatura de policía—. ¿Por qué no podrán abrir la puerta interior cuando está lloviendo a cántaros?

Solo había un camino interno para ir del edificio principal al depósito de cadáveres, pero estaba reservado para los familiares de las víctimas y el jefe de policía. La tropa debía enfrentarse a las inclemencias meteorológicas.

Se sacudió el agua de encima como un terrier y se pasó la mano por su indómito cabello, rociando el suelo de linóleo. Con cuarenta y tres años, parecía que tuviera sesenta y cinco: un rostro anguloso y arrugado, la papada colgante como un pavo, el pelo peinado como para asustar a las ancianas y una atractiva sombra de dedos de tonalidad amarillo nicotina.

—Vamos —señaló abriendo la marcha en dirección a los ascensores—, puede ir a buscar los tés mientras me fumo un cigarro. Tráigase también unos bocadillos de bacón, tengo un hambre que me muero. Esa puta autopsia ha durado una eternidad.

Logan entró de espaldas en el despacho de la inspectora Steel, haciendo equilibrios con una carpeta manila a modo de bandeja sobre la que portaba un par de tazones de té y dos paquetes envueltos en papel de plata. La inspectora estaba en pie de espaldas a la puerta, mirando por la ventana y con un cigarrillo consumiéndosele entre los dedos, haciendo caso omiso de la prohibición de fumar en el lugar de trabajo, mientras el olor acre del Benson & Hedges se diluía en forma de volutas en la lluvia.

—¿Sabe? —dijo mientras Logan liberaba la puerta para que se cerrara y descargaba el refrigerio—. Oh, gracias… A veces me saca de quicio que el gordinflas de Insch se lleve todos los casos importantes. Todo lo que suena a alto perfil profesional, como esas violaciones en serie, por ejemplo. —Le quitó a su bocadillo de pan con mantequilla y bacón el envoltorio de papel de plata, y siguió hablando, fumando y comiendo, todo a la vez—. Pero luego veo toda esa mierda y pienso: gracias, Dios mío.

Logan se acercó hasta ella, junto a la ventana. Abajo, en el aparcamiento delantero, se habían congregado varias unidades móviles de televisión. Un pequeño grupo de cámaras y periodistas se apiñaban al amparo de sus paraguas bajo el intenso aguacero, mientras disparaban ocasionalmente sus flashes, que iluminaban el cemento y el granito como si fueran relámpagos.

—Rob Macintyre.

—Sí. Robby Bobby Macintyre el Goleador de Oro. ¿No podía Insch haberse buscado otro para que fuera su jodido violador? Macintyre es el puto ídolo local. —Le dio un buen mordisco al bocadillo, derramándose una blanca cascada de harina por encima de la pechera de su traje gris carbón—. Ya se lo digo yo, esto va a ser un desastre para la imagen corporativa. Ese pequeño cabrón debe de tener trabajando a pleno rendimiento a sus asesores de imagen para ponerlos a todos en pie de guerra y que proclamen bien alto al mundo que él es un gran tipo y que jamás en la vida podría haber hecho nada tan horroroso como violar a siete mujeres a punta de navaja… —Dio una última calada a su cigarrillo y tiró la colilla en medio de la lluvia. Logan no habría podido jurarlo, pero le pareció como si hubiera apuntado directamente al tipo de Sky News. Estaba demasiado lejos como para poder asegurar si le había acertado o no. Arrancó otro bocado con los dientes y masticó pensativa—. Nosotros nos llevamos un bonito y sabroso asesinato, e Insch se queda con su montón de mierda. —Se encogió de hombros—. Sigo prefiriendo que le toque a él mejor que a nosotros, ¿no?

—He pedido al departamento de medios audiovisuales que hagan pósters de nuestro hombre, de ésos de «¿Conocen a este individuo?» —dijo Logan—. Y me ha llegado el informe de medicina legal sobre las ropas.

Un prolongado silencio, hasta que:

—Bueno, cuénteme lo que dice ese informe, por el amor de Dios, ¿no ve que estoy ocupada? —Se acomodó detrás de su atiborrado escritorio, puso los pies encima de la mesa y encendió otro cigarrillo, expulsando una larga bocanada de humo hacia el techo.

—Está bien. —Logan abrió la carpeta manila y revisó someramente el contenido, buscando las conclusiones del final—. Bla, bla, bla, aquí está: piensan que la sangre de la ropa y de la manta pertenecen a la misma persona. El grupo sanguíneo concuerda, pero el aparato ambulante de análisis de ADN está averiado, así que tendremos que enviar las muestras a Dundee para cerciorarnos. Es prácticamente seguro que es toda suya, de todos modos.

—Vaya unos hachas. —Hizo rodar los ojos hacia arriba—. ¿Nos informan de algo que no supiéramos ya?

—Han obtenido fibras de la manta en la que estuvo envuelto, así que si detuviéramos a algún sospechoso, podrían compararlas, pero…

—Pero me cago en la leche si nada de eso puede ayudarnos a averiguar quién es.

—Es interesante repasar la lista de la ropa.

Logan le entregó el informe, y la inspectora frunció los labios, lo leyó, volvió a leerlo.

—Adelante, Miss Marple —dijo después de la tercera lectura—, deslúmbreme con el brillo de su inteligencia.

—Unos pantalones, una sudadera y una manta. No llevaba calcetines, ni ropa interior, ni chaqueta. No había efectos personales como llaves, o monedas… ni siquiera un pañuelo usado. Estaba desnudo, y alguien lo vistió a toda prisa, le vació los bolsillos, lo metió en el coche y…

—Oh, por el amor de Dios. —Steel le devolvió el informe arrojándoselo por encima de la mesa—. Pues claro que estaba en pelotas. Si iban a practicar bondage con él y a darle por el culo hasta matarlo, no iban a tenerlo completamente vestido, ¿no?

—Ah, ya. Bueno, no, supongo que no…

La inspectora lo observó en su apuro y esbozó una media sonrisa:

—Verá, por algo es a mí a la que le pagan el salario gordo.

—En cualquier caso. —Logan notó cómo la sangre se le agolpaba en las mejillas—, el asesino probablemente lo envolvió en la manta para evitar que se le manchara de sangre el asiento trasero del coche, pero la sangre traspasó. Debe llevar el asiento empapado.

—Lo cual no nos vale un carajo a menos que encontremos el coche. Hable con el laboratorio a ver si pueden hacer algo con esa cinta de video-vigilancia para que pueda distinguirse el número de la matrícula. Y prepare una sesión de trabajo: un par de docenas de agentes, algunos oficiales del Departamento de Investigación Criminal, ya conoce el procedimiento. Necesitaremos también una oficina con sistema de información de cobertura nacional, y un centro de coordinación, y… —Frunció el entrecejo—. ¿Me dejo algo?

Logan suspiró. Como de costumbre, iba a tener que encargarse de todo.

—El comunicado de prensa.

—¡Premio para el caballero! —Sonrió de oreja a oreja—. El comunicado de prensa. Y de paso intente a ver si podemos conseguir una cuña en las noticias con la cara de la víctima… Usted le pide a la gente que llamen si la reconocen y yo mientras tanto intento ligarme a la chica esa del tiempo… —La inspectora se quedó unos segundos con la mirada perdida en la lejanía, como inmersa en un momento de suma felicidad, hasta que regresó de golpe al mundo real—. Tengo varias llamadas que hacer —dijo despachándole con gestos—. Vamos, fuera, largo, pírese. Desaparezca.

Logan cogió su taza de té a medio beber y la dejó a solas.