Carmen Fernández volvió a intentar comunicar con el teléfono móvil de Mariana, que se resistía a recibir su llamada a causa de la zona más bien escondida donde debía encontrarse en aquel momento. Carmen odiaba los teléfonos móviles. No detestaba el artilugio en sí, sino sólo aquellos que intentaban en vano funcionar en la cornisa cantábrica, aquellos a los que un accidente geográfico pronunciado (cualquier montaña o valle de la zona) anulaba sus funciones. ¿Es que en Suiza nadie habla por móvil?, se preguntaba realmente furiosa mientras marcaba una vez más. Porque si no entraba la llamada en cinco minutos más, se iría al cuartelillo de la Guardia Civil para intentar comunicar por radio con el Land Rover de la Brigada.
La llamada entró en aquel momento.
—¿Mariana? ¿Mariana? ¿Me oyes? —la dificultad de hacerse oír, ahora, era tan notable que le obligó a pensar con añoranza en el viejo teléfono de los años sesenta, donde había que esperar que la conectasen a una por centralita y gritar fuerte una vez conseguido el contacto, como tan a menudo vio hacer a su madre—. ¿Mariana? Te pierdo. ¿Puedes llamarme tú?… Muy urgente —se quedó pensando si la habría oído.
El teléfono sonó en seguida.
—Ahora sí, ahora te oigo. Gracias a Dios —dijo Carmen con un evidente alivio en su tono de voz—. Escúchame…
—…
—Sí. Todo se confirma… Sí… Por eso te llamo. Escucha, ¿me oyes? ¿Sí? De acuerdo. Escucha. Ha llamado la criada de los Arriaza… Sí. Ha llamado, ¿me oyes, no? Ha llamado porque el día del crimen, por la tarde, vio humear la chimenea de La Cabaña y le llamó la atención… No. Eso es después. Sí, exacto. Ahora es cuando se ha dado cuenta. No, no tiene nada de particular, excepto que era el día del crimen, que Carlos Sastre había abandonado poco antes la casa y que encendió una chimenea en un día de calor achicharrante…
—…
—No. Dora no ha sacado conclusiones. Pero está muy asustada con la muert… la desaparición de Juanita y, bueno, pues por algún mecanismo interno ha conectado esa imagen con…
—…
—Exacto. Lo mismo que Juanita, aunque no sepamos qué vio Juanita que le ha costado la vida. Claro…
—…
—Sí, de acuerdo. De momento hay que darle protección, sin duda. Sí. Muy bien. Telefoneas tú. De acuerdo.
Nada más colgar, Carmen exhaló un hondo suspiro. Tras todos los días pasados prácticamente a ciegas, a duras penas afrontaban y digerían las evidencias que les caían en tromba. Todas apuntaban al mismo blanco, pero eran tantas como para que el mero hecho de ordenarlas y otorgarles un orden de prioridad en cuanto a los pasos inmediatos a dar se constituyera ya en el primero de los problemas.
Carmen volvió a exhalar un suspiro, éste tan intenso que la funcionaria que quedaba a su vista, al otro lado del pasillo, levantó la cabeza. Carmen le hizo señal de que no se preocupase y volvió a remirar las fotocopias, que no había soltado en ningún momento de la mano. «Con lo interesante que era este hombre», se dijo para sus adentros mientras se dirigía al despacho de Mariana.