Cari de la Riva terminó de ajustarse el bañador y se volvió hacia su marido.

—¿Cuál te parece que me hace mejor?

Mansur levantó los ojos del periódico y observó a su mujer.

—Es imposible hacerte mejor —dijo, sólo para ver cómo, por más que fuera consciente de lo lisonjero del comentario, aparecía aquella sonrisa de complacencia en su rostro.

—No seas adulador —dijo ella, evidentemente satisfecha—. ¿Cuál te parece? Di.

—¿Entre qué y qué? —preguntó Mansur.

—Oh, ¿lo ves? No eres más que un camelista. Entre éste o el dos piezas.

Mansur no pudo resistirlo:

—Cuál, ¿la de arriba o la de abajo?

Cari compuso un cariñoso gesto de desesperación.

—Está bien, está bien, te contesto —atajó Mansur—. Yo prefiero el maillot. ¿Se dice así ahora? ¿Ya no? Bueno, pues ése.

Cari se quedó mirando por la ventana.

—Ahí va Carlos Sastre —dijo sin apartar la vista del exterior— Lo de esa pareja sí que es amor a primera vista.

—A mí el que me intriga es él —dijo Mansur volviendo a apartar los ojos del periódico—. Ella yo creo que es una guapa bastante convencional. Pero él tiene algo, no es un tipo vulgar, no es sólo uno de esos que se han hecho a sí mismos, tipo Sonceda. Es otra cosa. Tiene algo.

—Y tú ¿qué sabes si se ha hecho a sí mismo?

—Bueno, por lo que te vas enterando. Parece que lo ha hecho muy bien. No me refiero a esa clase de gente que comienza de ayudante en un taller mecánico, acaba haciéndose con una flota de camiones de alcance internacional y sigue siendo un bruto de espíritu. No. Carlos, por lo visto, se pagó sus estudios, se buscó sus becas, en fin, lo que fuera. Y acabó Económicas, pásmate. Eso sí que es un signo del cambio de los tiempos.

—Pero estaban sus padres.

—Por lo que tengo entendido se separaron cuando él era adolescente. Eran sus padres adoptivos. Él era huérfano. Después de todo, tuvo mucha suerte de poder salir adelante y yo creo que para eso hace falta un carácter un tanto especial.

Cari dejó de mirar por la ventana.

—Pero ¿se quedó con el padre o con la madre?

—No lo sé —dijo Mansur, intrigado.

—Pues, si quieres que te diga la verdad, no me parece un hombre de suerte —dijo Cari dirigiéndose al dormitorio mientras se bajaba los tirantes del bañador.