La llegada de Elena y Juanito Muñoz Santos alivió a Fernando Arriaza, que se temía una mañana imposible. Las dos mujeres —para qué querían más, pensó Fernando— se echaron la una en brazos de la otra mientras se quitaban la palabra de la boca y Fernando huyó a su gabinete junto a Juanito, que venía dispuesto a fumarse un puro acompañado de otro café matutino antes de bajar a la playa.
—Yo no creo que hoy baje a la playa —dijo Fernando— porque me temo lo peor.
—La invasión de la clase popular, ¿eh? —comentó Juanito con evidente alborozo.
—Una persona mínimamente refinada aprovecha los días festivos para dirigirse al interior, a la montaña, en fin, en la dirección contraria a aquella por la que vienen todos los bañistas. Y por cierto, ¿qué tal si nos escapáramos a comer a ese restaurante de cocina casera que hay a la salida del Desfiladero del Lobo?
Juanito alzó los brazos en señal de entusiasmo, pero luego murmuró:
—En fin, a ver qué dice Elena de la playa.
—Oye, Juanito, lo que necesitamos es airearnos un poco. Entre la lluvia y el maldito asunto del Juez Medina estamos medio asfixiados, medio apáticos y medio torpes. Y no me parece sano.
Juanito aspiró su puro y se quedó recostado sobre el respaldo del sillón mientras veía escapar el humo.
—Y lo de esa chica, la asistenta de Carlos, ¿no? ¿Te has enterado?
—¡Desde el primer momento! —protestó Fernando. Luego se dirigió a Juanito cogiéndole del brazo—. ¿Te acuerdas que te lo dije? Este asunto nos va a fastidiar el verano, Juanito, te lo dije yo y ya lo estás viendo. Lo de la chica esa… ojalá sea una chiquillada, pero me temo lo peor porque, cuando las cosas deciden embrollarse… Ana María está atacada; no soporta estas alteraciones de la vida. Y a mí me está afectando también. Total: que nos vamos hoy de campo y mañana ya veremos.
Una silueta se dibujó en la puerta del gabinete. Fernando levantó la cabeza y reconoció a uno de sus hijos. El muchacho le miró:
—Papá, que nos vamos.
Fernando echó mano de la cartera mientras decía:
—¿Qué pasa, se te ha olvidado cómo se saluda?
El muchacho se sonrojó.
—Perdón —dijo, dirigiéndose a Juanito Muñoz Santos—. Buenos días. Es que con la prisa me he bloqueado.
—Anda, toma —dijo su padre alargándole unos billetes—. Mamá y yo no comeremos en casa, pero nada de largaros por ahí, ¿entendido?
—Entendido, papá, gracias —se dio la vuelta, pero volvió sobre sus pasos—. Adiós —añadió dirigiéndose a Juanito—. Por cierto, ¿os habéis enterado de que ha desaparecido la asistenta de Carlos? —y sin esperar respuesta, desapareció.
Juanito se levantó pesadamente del sillón.
—Bueno —dijo—, vamos a ver cómo respira Elena.