A la mañana siguiente volvió el sol. En rigor, aún no asomaba, pero el cielo amaneció tan limpio como si jamás hubiera conocido una nube y a Mariana no le cupo duda de que el sol venía detrás y no pudo por menos de celebrarlo saliendo a la terraza con la taza de café en la mano. Pero si el día se prometía radiante, ella lo estaba aún más. Había dormido bien, había hablado por la noche con Andrew y éste se escapaba el fin de semana a San Pedro por el ferry y tenía por primera vez una intuición muy satisfactoria acerca de la autoría del asesinato del Magistrado Medina. Mientras oteaba el horizonte a la espera de que la cada vez más brillante luz del alba diera paso al sol, se preguntó por qué no habría comenzado por ahí, por el interrogatorio a todos los asistentes a la fiesta de Ramón Sonceda sin dejar uno. Pero, en fin, tampoco le hubiera dado la importancia que tenía hasta que no se hubo formado en su mente la idea precisa de que el criminal pertenecía al grupo, más o menos amplio, de veraneantes cercanos a Sonceda, es decir, de Las Lomas o de la colonia. Ése era el punto en cuestión. A partir de ahí, supo que debería buscar como lo había hecho, rastreando hasta la menor posibilidad, por insignificante que pudiera parecer. Ahora tenía una pista que podía confirmar con relativa facilidad enviando el exhorto o el suplicatorio correspondiente al lugar preciso, lo cual facilitaba mucho una respuesta urgente. Y alrededor de todo ello, pensaba que el cambio de tiempo no podía llegar en un momento más oportuno.