Juanita recogió el cubo con los útiles de limpieza y se dispuso a salir del cuarto de baño. Al llegar a la puerta volvió la cara para echar la mirada del gitano y reparó en que se había dejado el frasco de colonia de don Carlos en la repisa del lavabo. Puso el cubo en el suelo y regresó al armarito para guardarlo. Lo abrió y buscó por costumbre el hueco donde estuviera el frasco antes de caer en sus manos. Cuando lo halló, algo se encendió en su memoria, sin que llegara a concretarlo. Se vio con el frasco en la mano y miró de nuevo el hueco vacío. Entonces su memoria se estremeció. Al principio sólo fue consciente del movimiento, no del mensaje que lo acompañaba, pero en seguida se hizo la luz en su mente. Ahora, al reconocerlo, reconocía algo más, algo que le había estado rondando por la cabeza desde la muerte del Juez. Y cuando al fin lo comprendió, se le dilataron los ojos y estuvo a punto de saltarle el corazón del pecho. Detrás del frasco no había nada, un hueco, un vacío: y, de pronto, vio la navaja barbera. Tampoco la había visto minutos antes, pero era ahora cuando no la veía, y comprendió que había estado sabiéndolo sin darse cuenta cabal de lo que sabía y regresó mentalmente a la casa del Juez Medina el día que lo mataron.
Porque ese día don Carlos había estado allí antes que ella.
Escuchó el golpe de la puerta al cerrarse y el sobresalto de Juanita fue tal que gritó escondiendo por instinto la cara entre las manos. Entonces el frasco voló por el aire y se estrelló contra el suelo. De repente, el baño se inundó hasta la náusea de olor a colonia. Luego le pareció oír retumbar los pasos precipitados que acompañaban a la voz de don Carlos como un redoble de tambor.
—¿Qué sucede? ¿Quién hay ahí?
Carlos llegó hasta la puerta del cuarto de baño. Venía casi corriendo y se detuvo en seco al ver a Juanita frente a él cubriéndose la cara excepto los ojos, que lo miraban fijamente, desencajados por el terror.
—¿Juanita? —dijo al verla—. ¡Juanita!, ¿qué haces aquí? ¿Qué pasa?
Estaba como hipnotizado ante la expresión de pánico que vibraba en los ojos de Juanita. En ese mismo momento le llegó el olor, primero un golpe de nariz, después una vaharada tan espesa que casi le hizo retroceder. Miró al suelo y vio los fragmentos del frasco y, cuando volvió a mirarla, aún se preguntaba el porqué de semejante susto ante un estropicio tan corriente. Vio de nuevo el terror que latía en sus ojos y cómo, poco a poco, rígida, entregada, se dejaba caer de rodillas. Carlos no entendía el espanto que reflejaban los ojos de Juanita, la contemplaba perplejo e indeciso, mirándola a ella, a los fragmentos del frasco, a los pequeños charcos de los que emanaba un olor agobiante. Entonces levantó los ojos, como buscando alguna explicación, vio la puerta del armarito de baño abierta y en ese momento la intensidad del miedo en la mirada de Juanita lo alcanzó de lleno y comprendió instantáneamente.