—La noche de la fiesta de Ramón Sonceda estuvo también la víctima —afirmó interrogativamente Mariana—, ¿no es así?
Sonsoles Abós hizo memoria.
—Ah, sí, claro que sí, ya me acuerdo —empezó a decir—. Ésa fue la noche…
Mariana la interrumpió:
—¿Era una fiesta multitudinaria?
—¿Ésa? No —respondió Sonsoles de inmediato—. Tú estás pensando en la fiesta de inauguración de temporada que da cada año. No; ésta era una fiesta cerrada, poca gente, unas quince personas como mucho, todos muy amigos —se detuvo y pareció meditar—. El caso es que el Juez Medina estaba un poco de más en relación a los demás invitados, que éramos el grupo más estricto de amigos, sí; y había un matrimonio de Barcelona amigo de los Sonceda que habían llegado con ellos.
—¿Un poco de más, eh? No deja de ser curioso.
—Sí, en efecto. Quizá tengas que preguntarle a Ramón por qué lo invitaron. Aunque quizá no le guste que se lo pregunten, ahora que está encabezando una caza del asesino.
—¿Una qué? —preguntó Mariana sobresaltada.
—Una caza, sí, hija. Se ve que no tiene mucho que hacer este verano; o será que no puede salir a la mar a lucir el barco y necesita entretenerse, qué quieres que te diga.
—Bueno. Me alegro de saberlo porque creo que le voy a dar un toque de atención. A él y a los que formen la partida —añadió con sorna—. Lo que no quita para que sean una pandilla de inconscientes. ¿Es que no han visto muerto al Magistrado?
—Ojos que no ven, corazón que no siente.
—Eso es verdad; pero Fernando Arriaza y su amigo Carlos sí que lo vieron.
—Pero no creo que sean de la partida, como tú dices. No le hagas caso a Ramón —concluyó—. Yo creo que, como te decía, no sabe cómo matar el tiempo. Aparte de que le ofende, por lo visto, que las sospechas también alcancen a la colonia de veraneantes de alto standing.
Mariana se quedó en silencio, sumida en sus reflexiones. De pronto, levantó la cabeza y preguntó:
—Ésa debió ser la última salida del Magistrado, ¿no es así?
—¿A una reunión, te refieres? Pues no lo sé, no estaba muy al tanto de su vida.
—Tendrás que hacer memoria y darme la lista de los invitados.
—Muy bien, no creo que sea difícil, pero lo suyo sería que se lo preguntaras a él.
—¿No dices que se va a mosquear?
—Mejor. Le conviene —dijo Sonsoles.
Mariana alzó las cejas con un gesto entre divertido e impertinente.
—¿Le conviene? —subrayó.
Sonsoles no pudo evitar una sonrisa de complicidad.
—Está bien —dijo—, confesaré: Esa noche me irritó bastante que también Ramón se dedicase a coquetear con mi hermana Marta.
—No puedo creerlo.
—Como lo oyes —hubo una pausa—. Lo hacía de aquella manera, tú ya me entiendes, porque, claro, no estaban solos. Pero sí, a coquetear.
Mariana se quedó mirando a su amiga sin decir palabra, esperando a que Sonsoles hablara de nuevo.
—Y el Juez también. Y tú me dirás: ¿es que no te diste cuenta entonces de que tu hermana estaba ya en pleno ataque de locura?
Mariana siguió en silencio, aunque la invitaba a seguir hablando con el decidido gesto de atención que ponía ahora en las palabras de su amiga.
—Y claro que sí, debí darme cuenta entonces, pero pensé que era cosa de una noche, tú lo sabes, todos y todas tenemos ganas de juerga de vez en cuando, como una cosa normal, ¿no? Y si te pasas un poco, pues no ocurre nada.
—Como la vida misma —dijo Mariana acompañándose con un cómico suspiro, pero sin perder detalle de lo que su amiga le contaba.
—Eso es. En fin —suspiró Sonsoles—, la cosa tiene otra pinta ahora y, encima, se han cargado al Juez seductor.
—Ah, ¿porque era él el que seducía? —preguntó Mariana.
—¿El Juez? Ni te cuento. Lo de Ramón era elegancia a su lado. Ya sabes, esa risa tonta, ese jugueteo permisivo del viejo verde que se toma licencias que alguien más joven no se puede permitir sin parecer un maleducado…
—Mira tú, el viejo Magistrado.
—Un pulpo, hija. Un pulpo —concluyó Sonsoles.