López Mansur encontró a Cari esperándolo en el Arucas. Los Muñoz Santos estaban con ella, y también Ana María Arriaza y unos amigos que él desconocía. Saludó a todos mientras Cari cumplía con las presentaciones. Luego, los desconocidos se retiraron a un lado y el grupo se partió en dos. Cari apoyó la barbilla en el hombro de su marido.
—Parece que hay novedades —susurró.
—¿Novedades? —preguntó Mansur—. ¿Qué clase de novedades?
—Parece que Carmen y Carlos…
—Oh —murmuró Mansur.
Elena estaba diciendo:
—Es raro que nunca se haya casado, ¿no os parece? —en realidad, la pregunta se la hacía a Ana María—. Ya tiene unos años sobre sus espaldas.
—¿Qué quieres que te diga? —contestó Ana María—. Raro no es. Tiene su vida, sus relaciones, sus ligues, una reputación profesional… es como todo el mundo, sólo que no se ha casado. A lo peor no se casa nunca.
—A mí, en última instancia, me escama —insistía Elena.
—Pues no hay por qué.
—Quizá tenga algún trauma afectivo por ahí escondido —aventuró Mansur para entrar en la conversación—. Un miedo al compromiso…
—Mira, pues podría ser —dijo Elena— porque tengo entendido que sus padres se separaron cuando él tenía unos doce años, vamos, en un momento fatal.
—¿Lo veis? —arguyó Mansur, tomando a Cari por el brazo.
Cari miró a Ana María, que había cambiado el gesto.
—No sé. ¿Quizá hemos dicho algo inconveniente? —preguntó Cari—. En todo caso te aseguro que no sale de aquí, quédate tranquila.
—Eso es lo malo de esta clase de conversaciones sobre la vida de los demás. Uno nunca sabe cuándo llega a un punto que no debe sobrepasar. Pido perdón y lo lamento —dijo Mansur, sinceramente arrepentido de su intervención anterior.
Ana María Arriaza sacudió la cabeza.
—No tiene remedio haber hablado de lo que el interesado no ha querido hablar, pero, en fin, ya da lo mismo: Lo malo no es que se separaran sino que, aunque se quedó con la madre, el padre y la madre rehicieron sus vidas cada cual por su lado y ya nada fue lo mismo, como os podréis imaginar; a él lo quisieron, a su manera, y se ocuparon de él, también a su manera porque lo mandaron a un internado religioso muy pronto. En el fondo, no dejaba de ser un estorbo para ellos, o eso es lo que yo he deducido. Pero, como os decía, lo malo no era eso, lo malo es que estos padres eran adoptivos y venía de haber quedado huérfano. No sé más, ni cómo, ni por qué, ni he preguntado. Pero es duro, ¿no?, perder dos veces a los padres.
Se produjo un silencio tan patente que la otra parte del grupo se volvió hacia ellos con curiosidad.
—Pues aquí se termina la información y la discusión —dijo Cari en un tono que no admitía réplica.