Elena cerró la puerta del dormitorio de invitados a sus espaldas y se apoyó en ella con firmeza y lo primero que hizo fue reprocharse su debilidad. Pero sus intuiciones eran tan certeras siempre que no había podido evitarlo. ¿Por qué le importaba, además, la vida de su prima? Aunque no era eso lo que le importaba.

Así que ya se ha metido en la cama de Carlos, pensó, hay gente que no pierde un minuto. Lo había sabido desde el primer momento, que se echaría en los brazos de Carlos. Bien. Carlos era un tipo atractivo, había que reconocerlo, un tipo atractivo, grosero y desagradable; un asocial. ¿Qué le importaba a ella? Si Ana María lo tenía acogido era asunto suyo. Lo que también le desagradaba era el fastidio que le producía su ligue con Carmen. ¿Es que tenían que ser ese maleducado que hace lo que le viene en gana y su prima, la guapa oficial, los que montaran el número de los sin-prejuicios? ¿Es que eran los únicos? ¿Es que lo único que vale es saltarse las normas? ¿Es que sólo hay una clase de gente que se dedica a follar sin problemas y, encima, todos les ríen la gracia y lo encuentran muy divertido y muy libre? ¿Y qué pasa con los demás? A medida que sumaba los interrogantes, Elena se iba inflamando. El mundo se le antojaba un lugar muy injusto, horriblemente injusto, y detestaba a Carlos con toda su alma, casi con desesperación. ¿Quién se ha creído que es para decidir con quién se acuesta? ¿Quién se ha creído que somos los demás?, se preguntó al borde de las lágrimas, ¿quién se ha creído que soy yo?