—Es un hombre interesante, ¿verdad? —comentó Carmen cuando se quedaron solas.
—¿Te lo parece? —preguntó casi con sorna Mariana.
—¿A ti no? Bueno, tú tienes lo tuyo resuelto.
—¿De modo que todo se reduce a eso? —protestó con aire inocente Mariana—. Los hombres son atractivos o no según estés o no libre de compromiso, ¿no es así?
—Haz el favor de no tergiversar lo que yo diga. Te he dado una opinión; o sea, una impresión, mejor dicho. Pero no me pienso casar con él.
Mariana rió.
—La verdad es que tienes gracia, Carmen. En fin, procura no interesarte por ningún testigo ni por nadie afectado por este asunto hasta que terminemos, no sea que acabes yéndote de copas con el asesino sin darte cuenta.
—Pues anda, lo que me faltaba después de la abstinencia que llevo —protestó Carmen.