—Que ya he terminado, señora.

Ana María levantó los ojos sobre el eje de sus gafas de lectura y miró a la criada que estaba en pie ante ella. La chica se había vestido ya de calle, para salir.

—Muy bien, Dora. ¿Sale usted ahora mismo? —preguntó, y ante la respuesta afirmativa de la criada, dijo—: No vuelva más tarde de las doce, recuérdelo. Ah, y que se divierta.

—Gracias, señora —la criada hizo una pequeña flexión de rodillas y se retiró.

«¿Dónde habrá aprendido esta chica a hacer esa especie de absurda reverencia?», se preguntó Ana María.

—Señora.

—¿Qué? —dijo Ana María sorprendida—. ¿No se ha ido aún?

—Sí, señora. Es que quería decirle que le dejo el caldo en la nevera, con el calor que está haciendo, está en un táper. Y que las cocretas también.

Ana María volvió a mirarla por encima de sus gafas.

—Dora.

—¿Señora?

—Oiga, ¿qué dicen en San Pedro de esto de la muerte del Juez?

—No sé, señora, pero puedo preguntarle a Juanita.

—Bien, pero ¿qué cree la gente?

—Ya la digo que no sé. Que entraron a robar y le mataron. Y también que a lo mejor es una cosa política.

—¿Una cosa política?

—Pues, sí, no sé, yo de eso no entiendo. O que si era cosa de la ETA, ¿sabe usted?

—Y usted ¿qué piensa?

—A mí los de la ETA me parecen muy mala gente.

—No. Digo de la muerte del Juez.

—Ah, pues no, yo creo que alguien le debía la muerte.

—¡Vaya! ¿Y de dónde saca usted eso?

—No sé. Yo sólo lo creo.

—¿Y cree que sea alguien de por aquí?

—¿De San Pedro? ¡Qué va!

—¿Ah, sí? Y eso ¿por qué?

—¿Quién iba a querer matar al señor Juez que fuera de aquí?

—No lo sé, pero nunca se sabe.

—Juanita dice que se lo sabía todo de memoria, la casa, y por dónde se escapó, y todo. Y dice que se escapó por el bosque.

—Entonces… sería alguien de aquí.

—Yo no lo sé, señora.

—Por cierto, ¿qué tal está la tía de Juanita?

—Pues nada, tan campante. Desde que se le ha pasado el arrebato que la dio está como nueva.

Dora titubeó, como si hubiese querido añadir algo.

—Y Juanita… estará también bastante afectada —se interesó Ana Maria.

—No, si estar estaba muy entera. Si no llega a ser por ella, se le queda allí la tía. Pero la verdad es que está como distraída.

—Bueno. Ya sabe que muchas veces la gente reacciona muy bien en principio y, cuando ha pasado lo peor, se desfonda. Algo así será.

—No digo yo que no —corroboró la criada.

—Muy bien, Dora, nada más. Hasta la noche y que lo pase bien.

—Muchas gracias, señora. Buenas noches, señora.

Ana María se quedó contemplando un rato el libro que tenía abierto entre las manos y después marcó la página con el señalador y lo cerró, pensativamente.