Cari levantó con sumo cuidado la bandeja de dry martinis y se dirigió al porche. Elena la vio alejarse, caminando con la misma atención que si llevase una preciosa y singular colección de piezas invaluables de cristal de La Granja, y luego se volvió hacia Ana María, que estaba aliñando una ensalada en una gigantesca ensaladera de madera.
—Me pone negra Carlos, de verdad —dijo, apenas vio desaparecer a Cari de la Riva—. Y ese López Mansur ¿de dónde ha salido? Otro borde.
—¿El marido de Cari? ¡Qué tontería! —dijo Ana María sin dejar de revolver concienzudamente el contenido de la ensaladera—. Es un hombre de lo más agradable. Un poco fantástico a veces —admitió—, pero muy agradable. Y Cari lo adora.
—Pues ahora están todos adorando a mi prima Carmen, sobre todo Carlos.
—¡Bobadas! —protestó Ana María—. Lo que pasa es que Carmen es como un imán, qué se le va a hacer, hija. Eso no hace malo ni bueno a nadie. Y yo prefiero que éstos se atonten con ella aquí en casa que por ahí con alguien que tenga mucha menos clase y muchas más uñas que Carmen, que es un encanto.
—Ay, Ana, qué pánfila eres.
—Y tú, qué atravesada vienes hoy, hija. ¿Te pasa algo?
Elena Muñoz Santos hizo un gesto de displicencia y guardó silencio. Luego dijo:
—Además, que ese Mansur lo único que ha hecho es pegar un braguetazo…
—Pues sí, Elena, no me lo digas que no hace falta —la interrumpió Ana María.
—No te digo nada. Vamos, que a mí me importa un pito.
Ana María miró hacia la puerta por encima de su hombro y luego hizo un gesto significativo a su amiga.
—Sea lo que sea, es el marido de Cari y punto en boca. Y hablando de todo: si te molesta Carmen, ¿por qué la has invitado?
—No. Si a mí no me molesta. Además es mi prima. Lo que pasa es que coquetea hasta con las paredes.
—Pues eso digo, que para qué la has invitado a tu casa —Ana María, cargada de razón, volvió a hundir los cubiertos de madera en la ensaladera por enésima vez y luego la probó—. Esto ya está. El aliño de una ensalada es algo que no puedo dejar en manos de esta chica, que parece que ha estado sirviendo toda su vida en casas de franceses, por la cantidad de vinagre que pone —entonces recordó que había sido ella quien se empeñó en invitar al almuerzo a Carmen Valle y rezó para que Elena lo hubiera olvidado.
Cari regresó en ese momento con la bandeja colgando de una mano y cara festiva.
—Ese amigo tuyo, Carlos, es tronchante. ¿Dónde están los ceniceros?
Elena clavó la mirada en Ana María y ésta alzó las cejas con un gesto expresivo. Cuando Cari volvió a salir hacia el porche, miró a Elena y comentó:
—El bueno de Carlos ha desplegado sus encantos. Mira, a lo mejor te entretiene a tu prima.
—Esa criatura no puede estar un minuto sin un hombre cerca.
Ana María retiró a un lado la ensaladera y miró atentamente a su amiga.
—Te equivocas —dijo—. No puede estar un minuto sin varios hombres al lado. Lo que demuestra que es una mujer muy avisada, Elena, muy avisada.