Seth se desplomó en el pasillo, al otro lado de la puerta, jadeando y sollozando. Entonces levantó la mirada y vio al muchacho encapuchado unos pasos a la izquierda. La capucha giraba con violencia para lanzar miradas alternativamente a Seth y a la traumatizada figura de Apryl. Ella estaba apoyada en la pared, unos pasos a su derecha, y una de sus botas, girada en un ángulo insólito, ya no sustentaba su peso. Al otro lado del pasillo, la puerta principal seguía abierta.
—¡Seth! ¡Seth! —La voz del delincuente brotó en un chillido del interior de la temblorosa capucha—. Mete a esa maldita guarra ahí dentro. Métela a hostias. Si no lo haces lo lamentarás. Se te llevará a ti en lugar de a ella. O ella o tú. ¡Haz lo que te digo, coño!
Una aturdida Apryl miraba fijamente a Seth, incapaz de pronunciar palabra.
—Quiere verte —dijo éste con una voz que a él mismo le pareció patética y miserable—. Ahí dentro.
Apryl negó con la cabeza y se volvió para echar a correr.
—¡Seth! —chilló el muchacho, y fue tras ella—. Métela. Ahí dentro puedo ayudarte con esa zorra. Tú sólo tienes que meterla y nosotros haremos lo demás. ¡Vamos!
Al ponerse en pie e iniciar la persecución, Seth se dio cuenta de que estaba llorando.
—Apryl. Apryl. —La agarró por el cuello del abrigo y dio un tirón hacia atrás. El cuerpo de la chica volvió hacia él con los pies en el aire antes de caer con fuerza sobre los tablones del suelo. Levantó el rostro contorsionado para echarse a llorar. Se había hecho daño al golpearse el coxis contra el suelo. Al instante, Seth sintió deseos de disculparse.
—Eso es. Eso es. Ya la tienes —chilló el muchacho entre las punteras de las botas de Apryl, que lanzaban patadas y trataban de encontrar un punto de apoyo en los baldosines de mármol.
—Seth. No —suplicó ella entre los gemidos y sollozos que exhalaba a causa del dolor que le impedía defenderse y la mantenía paralizada.
Seth la arrastró por el suelo caminando hacia atrás con largas zancadas, agarrándola por el cuello del abrigo. Ella trató de frenar su inexorable avance hacia la puerta, que se estremecía con la fuerza de la tormenta desatada en su interior, casi como impaciente y excitada, dando palmadas sobre la dura y suave superficie del suelo. El cuello del abrigo subió por encima de su cabeza en su intento por sacarse la chaqueta. Seth dio una vuelta a la tela del cuello en su puño y empujó los dos hombros de la chica hacia dentro para que sus brazos no pudieran moverse con tanta facilidad. Oía su propia respiración jadeando violentamente.
—Lo siento. Lo siento —repetía con voz sollozante.
El muchacho encapuchado sacudía sus cortos brazos en el aire mientras los seguía por el pasillo.
—Dentro. Dentro. Dentro. Dentro. —Su voz se había transformado en un chillido.
—Oh, Dios, no. Por favor, Seth —sollozaba ella mientras, con el bonito rostro manchado de rojo y de sombra de ojos, volvía la cabeza a un lado para mirar la puerta hacia la que la estaban arrastrando. El terrible aire glacial, acumulado alrededor del umbral, le ofreció un anticipo del vacío negro e infinito que esperaba para reclamarla.
Seth alargó rápidamente un brazo hacia atrás y cogió el picaporte de la puerta. Los movimientos de Apryl se hicieron frenéticos al sentir que la mano que la agarraba por el cuello del abrigo se relajaba un poco, y casi logró ponerse en pie. Pero él le dio una patada en una pierna y la hizo caer de costado, sollozando, con la chaqueta enredada alrededor de la cara y el cuello. En la práctica se había convertido en un efectivo cabestrillo que podía utilizar para meterla allí dentro a tirones.
El muchacho encapuchado saltaba y jadeaba con impaciencia junto a la pelea, como una comadreja que acabara de ver una madriguera con un ratón dentro. Sus pies comenzaron a golpetear el suelo y un extraño y agudo relincho salió del interior de la capucha oscura mientras se preparaba para seguirla a la oscuridad y terminar el trabajo.
La puerta se abrió de par en par y una colosal corriente de turbulencias heladas cayó sobre ellos, como una ola sobre la cubierta de un barco a la deriva. Justo al otro lado de la puerta se había congregado un número tremendo de voces, emitidas por bocas que Seth no quería ver. Gritaban desde arriba y aullaban desde abajo. Chillaban desde los lados y se precipitaban hacia la puerta, como si en aquel inesperado puntito de luz se hubiera presentado la ocasión de volver a vivir.
Empleando todas sus fuerzas, Seth se adentró un paso en la oscuridad y el viento. Y luego, con un segundo paso, arrastró consigo a la histérica chica.