Capítulo 38

Lo siguió escalera arriba, detrás de sus estrechos hombros ceñidos por la chaqueta azul y las piernas finas y largas en los arrugados pantalones de franela. Él caminaba con rapidez, y cada vez que se volvía para subir el siguiente tramo de escalera se fijaba en lo pálida que tenía la cara. Y en la rapidez con que movía los labios mientras murmuraba para sí.

Con la respiración más acelerada de lo que le habría gustado, o de lo que habría creído justificado, subió por escaleras aparentemente interminables cubiertas de gruesas alfombras verdes. Dos veces estuvo a punto de perder el equilibrio sobre los tacones altos que llevaba, mientras lo seguía tratando de controlar su miedo. La idea de entrar en aquel apartamento le hacía sentir unas náuseas provocadas por el tipo equivocado de excitación. No había tomado parte en el fin de Hessen ni en la destrucción de su obra, pero no podía sino preguntarse qué haría su presencia para defenderse contra una amenaza o una intrusión.

Al menos Miles se encontraba fuera del edificio, esperando su señal. Le había dado la contraseña de la puerta principal e indicaciones para encontrar el piso una vez dentro. Si se sentía amenazada, lo llamaría al instante. Había hecho lo posible por impedir que ella acudiera allí esa noche, pero aquella solución de compromiso era lo máximo que había conseguido.

Y entonces Seth se detuvo. Se volvió hacia ella rápidamente. Su rostro era un manojo de nervios y tenía las manos entrelazadas con fuerza.

—Hemos llegado —susurró con voz débil a causa de la subida o de la idea de colarse en el apartamento.

Apryl miró tras él la puerta con el número 16 en bronce clavado sobre la teca. Allí era donde Hessen había vivido y trabajado. Donde había tratado de aislarse de toda vigilancia y toda interferencia dentro de la ciudad de la que extraía su inspiración. El lugar en el que había sufrido y donde había estado a punto de modificar la dirección del arte moderno. Pero era también el lugar en el que había conseguido entablar un contacto de naturaleza extraordinaria con un mundo invisible. Y donde su propio rostro había quedado mutilado antes de morir a manos de la familia de Apryl, que luego la había llevado a ella hasta allí con su extraña y divagante confesión en una serie de diarios manuscritos. Y ahora era un lugar que había que sellar por medio de algo más que una puerta cerrada. Lo que aún permitía entrar a Hessen tenía que ser retirado y destruido de manera más concienzuda que en 1949. Cómo iba a hacerlo exactamente, Apryl no lo sabía, pero registrar el apartamento, se dijo interiormente, era el comienzo.

—¿Lista? —susurró Seth.

Asintió.

—Déjame entrar a mí primero. Tú espera aquí hasta que te llame.

—Claro —creyó que decía, pero su voz era tan débil que probablemente se perdiera entre el aire cálido y se esfumara alrededor de sus rodillas.

Con todo cuidado, Seth abrió la cerradura.

En el mismo momento en que la puerta principal se cerró tras Seth, Apryl abrió el teléfono móvil y susurró:

—Soy yo. Sí, sí, estoy bien. Estoy en la puerta del apartamento. Él ha entrado. Voy a dejar el teléfono abierto y lo llevaré en la mano para que puedas oírlo todo… Sí, lo haré… tranquilo.