Hacía mucho que nadie la llamaba «señorita» en aquel lugar. La sonrisa de Apryl perdió parte de la tensión.
A pesar de su mirada intensa y la expresión de atribulada sorpresa de su pálida cara, aquel portero era más joven y parecía menos seguro de sí mismo que los demás. No lo había visto antes, pero se daba cuenta de que lo ponía nervioso. No paraba de carraspear y era incapaz de sostenerle la mirada mucho tiempo. Había visto aquella mirada muchas veces, en los rostros de los hombres a los que intimidaba.
—Siento molestarlo a estas horas. Ya no me alojo aquí, pero he estado viniendo estos días para enseñarle el piso a la gente de una inmobiliaria. Y al salir, esta mañana, he visto una ambulancia en la entrada. Sólo quería saber si se trataba de algo serio. Lo sucedido con la señora Roth me dejó un poco afectada. —Habría continuado con la comedia, pero el repentino acceso de tensión que apareció en la cara del portero hizo que se detuviera—. ¿Ha sido algo grave?
El portero se aclaró la garganta.
—Sí. Ha muerto una persona.
«Una persona más», sintió deseos de decir Apryl.
—Lo siento. ¿Quién…? ¿Fue algo inesperado?
El joven carraspeó otra vez.
—Un hombre muy viejo. El señor Shafer. Hacía tiempo que no se encontraba muy bien.
—Oh, Dios mío. ¿La ambulancia vino por él? Quiero decir, ¿cómo…? ¿Cuándo ha sucedido? Oh, Dios, hace nada estuve con él…
—¿Quiere sentarse un momento, señorita? —Le señaló una de las sillas de mimbre que había frente a las ventanas del jardín—. ¿Quiere que le traiga algo?
—No, gracias. Sólo estoy… un poco afectada. Después de lo que le pasó… a la señora Roth. Pero ¿y su esposa, la señora Shafer? ¿Está bien?
—La verdad es que no. Se lo ha tomado muy mal. Han tenido que llevarla al hospital.
Apryl negó con la cabeza en un gesto de pesar.
—Cuánto lo siento. Oh, soy una egoísta. Debe de ser peor para usted. Sé que llegan a estar muy unidos con los inquilinos. Stephen me dijo que se convierten ustedes en parte de su familia. Y perder a dos de ellos en tan poco tiempo… Lo siento.
Al decir esto, la expresión en los inquietos ojos del portero cambió de nuevo y le pareció detectar un rastro de incomodidad, o de culpa, incluso, mientras volvía a esquivar su mirada. Además era dolorosamente tímido y puede que llevara una vida frustrante. Tan joven y tener que trabajar en el turno de noche de un edificio así… Tenía que ser duro.
Lentamente, cruzó las piernas sin apresurarse a tirar del borde de la falda, que se había subido un poco de más por su esbelto muslo.
—¿Por qué no se sienta, por favor? Cuénteme qué pasó. Puede que lo ayude hablar sobre ello. Pero no me he presentado como es debido: Soy Apryl, la sobrina nieta de Lillian, Lillian Archer… fallecida también hace poco.
El joven se aclaró de nuevo la garganta. Sus ojos pasaron un instante de su cara a sus piernas, volvieron a su cara y al fin bajaron al suelo.
—Seth. —Se sentó frente a ella. Sobre el borde de la silla. Y reacomodó sus brazos y sus piernas varias veces.
—Creo que lo del señor Shafer fue muy rápido. Un ataque al corazón, según dicen. Yo no estaba cuando lo encontraron. Trabajo en el turno de noche. Pero me lo han contado esta mañana al llegar. Verá usted, señorita…
—Apryl, por favor, puedes llamarme Apryl.
—Apryl. Aquí muchos de los inquilinos son muy mayores. Es una pérdida terrible, claro, pero sucede con bastante frecuencia. O sea, no es algo inusual.
Apryl asintió.
—Eso me han dicho. Pero ¿no es raro que tres personas mueran en tan poco tiempo? Se conocían desde hace mucho. ¿Lo sabías?
Seth levantó los ojos rápidamente, pero no dijo nada.
Apryl asintió.
—Mi tía abuela había escrito sobre ello. Y la señora Roth también me contó algo. Y el señor Shafer. Justo antes de morir. Todos ellos creían que corrían peligro aquí.
Seth se había puesto muy pálido y una de sus manos comenzó a temblar.
—¿Conocías…? —Hizo una pausa y se aclaró la garganta—. ¿Conocías bien a la señora Roth?
—Me estaba ayudando con una investigación sobre mi tía abuela y sobre este edificio. Ambas vivieron aquí mucho tiempo. —Hizo una pausa al ver lo alerta que se había puesto el portero.
—¿Investigación? —preguntó él al instante, y luego tragó saliva y se inclinó hacia adelante, como si tuviese miedo de perderse algo de lo que podía contarle la chica.
—Sí. Al parecer, poca gente sabe que vivía un artista en Barrington House.
—Mmmm —dijo él, con una expresión de agobio y nerviosismo tan marcada que resultaba incómodo mirarlo.
—Después de la segunda guerra mundial. Todos lo conocían. Los Roth, mi tía abuela, los Shafer, ya sabes. ¿Estabas al corriente? —Observó detenidamente el rostro de Seth para que no se le escapara ningún detalle significativo.
—No —balbució él. Con esfuerzo, recobró la compostura y el control de la voz—. ¿Cómo se llamaba? Ese hombre, el pintor, me refiero. Yo he estudiado bellas artes.
Qué raro que asumiera que el artista era hombre y pintor. Sus gestos y los inquietos ojos lo traicionaban. Sabía algo. Pasaba la noche entera allí. Podía oír, ver y encontrarse con toda clase de cosas. Se estremeció al pensar en lo que podía acechar en aquellos pasillos durante la noche. En lo que podía salir de aquel lugar vacío pero aún activo. Un lugar que la señora Roth había comprado para mantenerlo en silencio. Como si hubiera adquirido la escena de un crimen. Stephen le contó que lo había mantenido vacío durante cincuenta años desde entonces. Piotr y Jorge se habían limitado a parpadear con incomprensión cuando los interrogó con respecto a Betty Roth y los Shafer. Pero Stephen se había puesto tenso. Y en aquel momento, Seth estaba temblando.
—Félix Hessen. —Estudió su rostro con detenimiento.
Seth clavó la mirada en algún punto indeterminado y entornó los ojos, como si tratara de recordar el nombre.
—Me resulta familiar. Pero no es un pintor conocido.
—Sólo sobrevivieron sus dibujos. Y cayó en desgracia por razones políticas. Era un fascista. Estaba metido en toda clase de cosas extrañas. Como el ocultismo. Dibujaba cadáveres y cosas así. Era realmente extraño. Luego se vino a vivir aquí y desapareció. Se esfumó del edificio. ¿No lo sabías?
Seth se levantó rápidamente. Parecía a punto de vomitar. Se frotó la boca con la mano y cerró los ojos antes de cruzar la sala en dirección a su mesa. Cogió un bolígrafo y papel.
—Félix Hessen, dices. —Su voz era un susurro—. Suena a alemán.
—Austro-suizo.
—Es increíble —dijo para sí mientras anotaba el nombre en un cuaderno.
Tenía la dentadura terriblemente manchada de marrón. No tenía la menor idea de lo que había pasado aquel joven, pero su aspecto de abandono, melancolía y tensión sugería que llevaba una pesada carga, como una depresión. Sí, puede que fuese un poco bipolar. Reconocía las señales por haberlas visto en su propia madre y en su compañero de piso, Tony, allá en Estados Unidos.
—¿Y por qué aquí? —preguntó, incapaz de resistirse.
Seth había vuelto a quedarse ensimismado y miraba por el pasillo como si ella ya no se encontrara allí.
—Disculpa, ¿cómo dices?
—¿Por qué trabajas aquí?
El portero se ruborizó de repente.
—Soy… Verás… lo cierto es que yo también soy pintor.
Apryl permaneció aturdida varios segundos.
—¿Y por qué pasa un pintor aquí toda la noche? Yo pensaba que necesitabais luz natural y esas cosas para trabajar.
Seth adoptó una expresión de azoramiento. Era otra pregunta que parecía causarle incomodidad.
—Bueno, aquí sólo dibujo. Nada importante, en realidad. Sólo bocetos de vez en cuando. Ideas. Pensé que sería el trabajo ideal. Ya sabes, paz y tranquilidad. La soledad de la noche. Por eso pedían un artista… Pensaban que encajaría con el puesto.
—¿Pedían?
—El edificio. La dirección. El anuncio que vi decía que era el trabajo perfecto para un estudiante de bellas artes. Pero luego… luego resultó que no era exactamente así. Aunque… —De nuevo parecía distraído, ansioso e incómodo.
Detrás de la mesa, sobre la silla de cuero, Apryl vio un cuaderno grande y blanco y una caja de lápices. Se levantó y se dirigió hacia allí.
—¿Es tu trabajo? —Debía de haberlo distraído al entrar. Había estado dibujando, aunque aún no podía ver el qué. Desde donde estaba no se captaba con claridad. Se inclinó hacia adelante, entornó los ojos y ladeó la cabeza para ver mejor.
Al detectar su interés por sus bocetos, Seth recogió el cuaderno y ocultó los dibujos contra su pecho, y Apryl se quedó sólo con el recuerdo de lo que acababa de vislumbrar. De lo que, por un momento, la había dejado aturdida.
Seth respiraba entrecortadamente y había empezado a sudar. Podía ver cómo le brillaba la frente.
—Por favor, déjame que lo vea. Me gustaría verlo. ¿Lo has hecho tú? —No podía contenerse. Era incapaz de disimular su interés, su desesperación incluso, por ver aquel cuaderno.
Estiró un brazo hacia él.
—Vamos, venga. Déjame que lo vea.
Seth bajó el cuaderno del pecho, donde lo había estado aferrando.
—Lo siento, pero… Bueno, mi trabajo no es muy agradable… Es decir, no está terminado… todavía. Será un placer mostrártelo cuando haya acabado.
Y entonces miró hacia la izquierda y tragó saliva, como si de repente hubiera visto algo muy desagradable, amenazante incluso. Ella siguió la dirección de su mirada, pero no vio más que una planta de interior cuyas grandes y cerúleas hojas caían sobre una moqueta inmaculada.
—Adelante, Seth, enséñaselos a esta chica tan mona. Tus dibujos son buenos. Ya te lo he dicho, ¿no?
El terrible hedor a cenizas húmedas, productos químicos quemados y tejido derretido había precedido la aparición del muchacho durante una fracción de segundo. Pero la advertencia no mitigó en modo alguno el efecto de su llegada. Seth se quedó mirando a la criatura encapuchada con mayor aversión que nunca. En los últimos tiempos, sus apariciones eran presagios de una muerte inminente. Negó con la cabeza.
—No deberías ser tímido, colega. Adelante, enséñaselo a esa fulana. Le encantará. Te dije que él te iba a traer un regalito. Esta tía ha estado metiendo las narices por todas partes, colega. Así que vamos, adelante, dale un pequeño susto a la señorita. —El muchacho se echó a reír y la capucha tembló de un modo que Seth encontró repulsivo—. La zorra de su tía era igual. Y encontró más de lo que esperaba.
Seth tragó saliva de nuevo, se aclaró la garganta y volvió a negar con la cabeza, más consciente que nunca de que Apryl lo estaba mirando fijamente.
—Adelante, Seth. —La voz del chico se volvió dura, inflexible, y cargada de maldad—. Haz lo que se te dice de una puta vez, colega.
Apryl endulzó la expresión, esbozó una leve sonrisa y lo miró a los ojos.
—Seth. Lo que acabo de ver era… bueno. Déjame que lo vea, por favor.
Seth apartó la mirada de la planta con la que acababa de mantener una especie de comunicación inaudible y miró lo que había dibujado. Hizo una mueca, vaciló un instante y luego le pasó el cuaderno a Apryl. En cuanto las uñas pintadas de la chica tocaron el cuaderno, se metió las manos en los bolsillos y se miró los zapatos, como un niño tímido y apocado.
Apryl se apartó un paso de la mesa y se quedó mirando el borrón de sombras, líneas, manchas y trazos, elementos que, en conjunto, formaban la parodia encorvada, carente de rostro y aun así atormentada de un anciano, o algo parecido, compuesto de ramitas y dotado de una forma vagamente más humana que animal, atrapado en el interior de una especie de cubo o rectángulo transparente. Rápidamente pasó la página.
Seth dijo algo a modo de objeción, pero ella no lo oyó con claridad, pues estaba totalmente absorta observando una imagen similar a un pájaro, prisionera entre las manos de algo imposiblemente delgado. Y en la siguiente página que pasó, y la otra y la otra, sin darse cuenta de cómo se le había acelerado el corazón y sin que le importara tampoco, ajena a la velocidad a la que subía y bajaba su pecho, como en estado de shock, mientras observaba aquellas aterradoras insinuaciones de tormento, impotencia y desespero, mientras contemplaba el sufrimiento de los ojos y la flacidez de las bocas de las criaturas dibujadas por el portero; y se dio cuenta de que invadían su cabeza y la dejaban incapaz de pensar o sentir nada que no fuese lo que ellas exigían. Al llegar al último de los bocetos se obligó a levantar la mirada y recobrar la compostura. La similitud de los dos estilos era innegable. Podrían haber sido falsificaciones de la obra de Hessen.
—No entiendo por qué dices que no conocías a Hessen.
Seth pareció dolido por el tono de acusación de su voz.
—Son idénticos a los bocetos de Hessen. Tienes que haber visto su trabajo.
Los ojos de Seth volaron a derecha e izquierda, como si estuviera buscando algún sitio donde esconderse. Había mentido. Puede que la señora Roth u otro de los inquilinos le hubieran hablado sobre Hessen y luego, tras investigar sobre él, hubiera comenzado a imitar su estilo de manera tan convincente como si… como si el propio Hessen hubiera dibujado aquellos bocetos o, quizá, guiado su mano.
—Seth, lo siento, pero estoy un poco confundida. Estos dibujos podría haberlos hecho Félix Hessen. No soy una experta en arte, pero se parecen mucho a los suyos. He pasado mucho tiempo observando sus dibujos. Los que sobrevivieron.
—No… no conocía el nombre. Puede que viese algo alguna vez…
Estaba aterrado. Realmente asustado de lo que estaba diciendo. Si no iba con cuidado corría el peligro de perderlo.
—Quiero que entiendas por qué lo digo, Seth. Descubro un artista que trabaja en este edificio como guardia de seguridad y cuyas creaciones parecen dibujos originales de Hessen. Pero tú aseguras que no sabes nada de él. No sé qué decir. O sea, ¿cómo es posible que no sepas nada?
Seth hizo el amago de responder. Luego se detuvo. Volvió a intentarlo, pero al final no lo hizo.
—¿Qué sucede? Dímelo. Ibas a decir algo.
El portero negó de nuevo la cabeza.
—Sí que he visto algo. —La miró un momento de soslayo y luego apartó los ojos—. Pero no sabía que hubiera sido Hessen quien lo pintó. Es decir, no siempre me preocupo por esas cosas. Cuando veo algo que me gusta, quiero decir.
Estaba mintiendo otra vez. Decía lo primero que se le ocurría para justificarse, pero no era capaz de mirarla a los ojos.
—¿Dónde, Seth? ¿Dónde lo viste? ¿Fue aquí?
Al oír esto, el portero levantó bruscamente las cejas. Tragó saliva pero fue incapaz de decir nada y abrió los ojos exageradamente. Fue la respuesta que ella necesitaba.
Sus pensamientos comenzaron a desbocarse. Parte de la obra de Hessen había sobrevivido dentro de Barrington House. Tom Shafer le había dicho que lo habían destruido todo: Arthur Roth, su tío abuelo Reginald y él mismo habían quitado «esa basura» de las paredes y la habían quemado en un horno del sótano. Y puede que también el cuerpo del artista. Pero no todo había sido reducido a cenizas.
La historia relatada por Shafer sobre la desaparición de Hessen la había aterrorizado, pero su sentido común seguía clamando que no podía ser cierta, como si Hessen fuese una especie de ilusionista de rostro desfigurado capaz de desaparecer dentro de una habitación cerrada llena de espejos y símbolos rituales. Se había repetido a sí misma durante todo el día que aquello era un disparate. Que la loca de su esposa había enterrado la verdad en algún lugar dentro de él hacía mucho tiempo. Lo mismo que la señora Roth, que también había tratado de confesar algo demasiado absurdo y terrible como para decirlo en voz alta. Algo como un asesinato, un asesinato del que todos ellos eran cómplices.
Pero en cuanto volvió a estar en el interior de Barrington House lo creyó de nuevo. Supo de manera instintiva que nadie —ni Lillian, ni Betty Roth, ni Tom Shafer— le había mentido. Stephen le había ocultado algo. Y ahora lo hacía Seth. Se daba cuenta de ello. Los dos estaban mintiéndole, ocultando algo. Apenas podía respirar.
Sólo unos chalados como los Amigos de Félix Hessen podían creer algo así. Pero allí estaba Seth, a su lado, en Barrington House, el nervioso y balbuceante Seth, justo debajo del lugar en el que habían sucedido todas las cosas que se negaban ahora a ser olvidadas.
—Sus pinturas siguen aquí, ¿no es cierto?
Las manos de Seth temblaban y uno de sus pies golpeteaba nerviosamente el suelo.
Apryl trató de calmarlo con una sonrisa. Parecía fuera de sí. Aunque su aspecto era vulnerable y nada amenazante, se preguntó si sería peligroso. Y tal vez fuese lo bastante inestable como para confesar lo que sabía.
—Quiero ver más. Más de tu trabajo. Como esto. Me gusta. Y también las obras que lo inspiraron. Lo que has visto aquí dentro. No se lo diré a nadie. Será nuestro secreto. Y luego yo te contaré algo. Mira, tengo información sobre Félix Hessen. Sobre… lo que dejó atrás. Un legado, aquí, en Barrington House, que nadie más conoce.
Seth no dijo nada. Era como si algo se lo impidiera. No podía hacer otra cosa que seguir tragando saliva.
Apryl dejó el cuaderno sobre la mesa.
—Tenemos que hablar, Seth. Pero no aquí… —Miró a su alrededor con nerviosismo—. Mañana. ¿Es posible?
—No sé…
Ella alargó el brazo y le tocó la mano.
—No quiero ponerte en un compromiso, Seth. Podemos ir a cenar. Y hablaremos, nada más. Esto parece cosa del destino. Habernos conocido así. Cuando vine aquí no me esperaba esto. Pero es evidente que se trata de una conexión.
Seth se pasó la lengua por los labios. Quería hablar, pero no conseguía encontrar la voz.
—Deja que te dé mi número —dijo ella. Cogió el cuaderno de notas de la mesa y escribió su móvil sobre la primera hoja.