—Apryl, por favor. Tómatelo con calma. Por tu propio bien. Estás comenzando a preocuparme. De verdad te lo digo. —Miles se inclinó sobre su mesa con los dedos entrelazados y trató de mirar a los ojos desbocados y excitados de Apryl para calmarlos, porque se movían de un lado a otro y parpadeaban con la misma rapidez con que las ideas afluían a su cabeza.
—Estoy comenzando a preocuparme a mí misma. Dios. —Se levantó de la silla al otro lado de la mesa de Miles. Incapaz de estarse quieta, cruzó la oficina hasta la puerta. Se detuvo y se llevó las dos manos a las mejillas—. Tengo que hacer algo, Miles. Tengo que hacerlo. No puedo darle la espalda a esto. Está muriendo gente. Lillian trató de ayudarlos, pero no la escucharon.
—¿Te haces una idea, la menor idea siquiera, de lo absurdo que es todo esto? Estás sugiriendo que Hessen sigue en el edificio en un… en un… no sé, estado antinatural, y que está asesinando a quienes lo mataron en los años cuarenta, uno por uno. Es una locura, Apryl.
Esta, profundamente ensimismada, no hizo otra cosa que encogerse de hombros. Se quitó las manos de las mejillas y se dio sendas palmadas a la altura de las caderas sobre la falda ceñida que llevaba.
—Tengo que ir allí de noche. Es cuando pasan las cosas. Cuando la gente está en peligro. Alguien lo está ayudando. Es lo que me dijo el señor Shafer antes de morir. De que lo asesinaran. Ahora estoy segura de ello. Primero la señora Roth y ahora él. Y yo soy la responsable. —Se volvió hacia Miles con los ojos húmedos por las lágrimas—. ¿No te das cuenta? Los obligué a hablar conmigo y ahora están muertos.
Miles hundió la cabeza entre las manos y deslizó lentamente sus largos dedos por la cara.
—No puedo creer que estén saliendo todas esas tonterías de tu preciosa boca. ¿Sabes?, un amigo gay que tengo afirma que todas las mujeres están locas de una manera latente y que su demencia va saliendo gradualmente a la superficie. Ahora mismo, eres un testimonio de la veracidad de su teoría.
Apryl se sentó y sorbió por la nariz antes de limpiarse los ojos con un pañuelo de papel.
—No voy a llorar… —Pero antes de que terminara de pronunciar la última palabra, un gran sollozo estalló en su garganta y comenzó a hacerlo con gruesas lágrimas—. La puta sombra de ojos se me va a correr por todas partes —dijo mientras volvía a sorber por la nariz.
Miles rodeó la mesa para acercarse a ella.
—Vale. Vale. Tómatelo con calma. Te estás presionando mucho a ti misma. Vende el dichoso apartamento y olvídate de todo esto. Eso es lo que deberías hacer.
Ella rehuyó su abrazo y negó con la cabeza.
—No puedo. No hago más que pensar en Lillian. Todos esos años, Miles. Sola. Mientras esa terrible… criatura la aterrorizaba. Noche tras noche. La pobre anciana… Había perdido al amor de su vida, y luego sufrió tanto tiempo sin él… Y… sé cómo es. Hessen, me refiero… Lo he visto.
—¿Cómo?
—Está claro que no puedo contarte este tipo de cosas.
—Oye, eso no es justo.
—Tú no eres justo. Pero lo he visto. Estaba en el espejo que subí del sótano. Y en el cuadro de Lillian y Reggie. Y en otros sitios. Siempre que estoy en el edificio me está vigilando. Tratando de asustarme, creo. Porque me estoy acercando a él. Me sigue, como hizo con los demás, que simplemente se encerraron para esperar a que llegara el final. Menos Lillian. Esa valiente mujer trató de escapar cada día de los últimos cincuenta años. Cada día, Miles. Después de que él hubiera matado a su marido. De que lo obligara a saltar por aquella condenada ventana. —Con el rabillo del ojo pudo ver la mirada de incredulidad y preocupación que afloraba al rostro de Miles—. Tú no lo has visto, Miles. Y tienes suerte de que sea así. —Lo dijo con tal fuerza que se sorprendió a sí misma y Miles retrocedió.
«Incluso antes de haber conocido a Betty Roth y a Tom Shafer ya había visto a Hessen. En espejos y cuadros. No me lo dijo ningún inquilino. Lo vi con mis propios ojos. Porque cuando llegué se había vuelto activo de nuevo. Alguien lo está ayudando. Es lo que me dijo Tom Shafer. Que estaba tan cuerdo como tú y como yo. Me dijo que alguien en ese edificio está ayudando a Hessen a matar, Miles. A matar a esos pobres y aterrorizados ancianos. Hessen había podido mantener a Lillian y a los demás cautivos allí y los había aterrorizado con los moradores del Vórtice, o con lo que sea que llevó al edificio, pero no pudo matarlos a todos. Al menos hasta ahora. Porque ahora hay alguien allí, puede que algún miembro del personal, que está cumpliendo sus órdenes. O quizá todos ellos. Esta mañana, cuando Stephen me contó lo de los Shafer, le pregunté por la coincidencia de que tres inquilinos ancianos hubieran muerto de ese modo. Tres personas que conocían a Hessen. Traté de explicarle que Betty Roth y Tom Shafer habían insinuado que Hessen seguía en el edificio. Y se puso realmente nervioso. Como si ocultara algo, ¿sabes? Desde entonces me ha estado esquivando. Y hay otro tío al que aún no conozco. Que sólo trabaja en el turno de noche. O vete a saber. Puede que el responsable sea uno de los inquilinos. O todos ellos a la vez.
—Pues entonces acude a la policía.
—No seas ridículo, joder.
—Así es exactamente como sonaría tu historia. Porque es ridícula, coño. No puedes ir por ahí acusando a la gente de asesinato.
Apryl se volvió hacia él con el rostro enfurecido y tenso. Miles levantó una mano con la palma hacia ella, como para pedirle que no dijera nada.
—Espera un momento. Déjame terminar. La señora Roth y el tal Shafer tenían más de noventa años. Más de noventa, Apryl. Eso es un hecho. La gente de esa edad puede perder la chaveta en cualquier momento. Ése es otro hecho. Tu tía abuela llevaba mucho tiempo enferma y superaba los ochenta. No hay indicios de nada sospechoso en ninguna de las muertes. Otro hecho más. Infartos, ataques; siempre causas naturales. No tengo la menor duda de que conocieran a Hessen. Ni de que su comportamiento antisocial y sus cuadros, que ellos destruyeron, me gustaría añadir, los afectaron profundamente. Nunca se olvidaron de él ni de su trabajo. Y estoy empezando a creer que podría ser cierto que lo asesinaron y luego quemaron las pruebas. Pero a medida que envejecían, sus mentes… bueno, sus memorias, perdieron fuerza. Y ahora es posible que el trauma de aquel crimen y su influencia sobre ellos se hayan fusionado para crear esta… historia de fantasmas.
Apryl se sentó en silencio y miró al suelo.
—¿Y por qué no se marcharon nunca de Barrington House? ¿Puedes explicar eso?
Miles se encogió de hombros.
—No lo sé, la verdad. Los ricos tienen tendencia a recluirse juntos, como si vivieran en castillos. Mira todas esas comunidades aisladas que están apareciendo. La unión hace la fuerza.
—Eso son gilipolleces. Ninguno de ellos se ha alejado más de una manzana en cincuenta años. Cincuenta años, Miles.
Durante un momento, Miles se miró el regazo en silencio, con los ojos entornados y los labios apretados. Al fin dijo:
—Vale, vale. Vamos a abordarlo desde una perspectiva distinta. Desde tu punto de vista actual. Y ahora sólo hablo hipotéticamente. Esto no quiere decir que le dé el menor crédito a tu relato…
Apryl sacudió una mano en el aire con frustración.
—Vale, vale. Dímelo sin más.
—Bueno, digamos, por el placer de argumentar, que Hessen sí que invocó algo en Barrington House. Algo demoníaco. Por medio de uno de los rituales que le enseñó Crowley. Y que ese Vórtice existe en algún lugar de ese edificio. Si realmente es así, ¿qué coño crees que vas a poder hacer al respecto?
No tenía ni idea. Ni la menor idea. Pero iba a volver a Barrington House. Para intentarlo. Para hostigar a Stephen, al resto del personal o a cualquiera del que sospechase que pudiera estar involucrado. E iba a conseguir pruebas… de algún modo. Hasta se colaría en el apartamento dieciséis, si era necesario, para averiguar qué diablos estaba sucediendo allí. Tenía que haber algo en el lugar que permitiera sobrevivir a la presencia de Hessen. Algo que su tía abuela y sus amigos hubieran pasado por alto en su momento. Betty había estado oyendo a Hessen allí de noche hasta el mismo momento de su muerte. Y le contó que había empeorado últimamente. Los ruidos, las voces. Todo procedía de allí dentro, del apartamento. Donde todo había empezado muchos años antes.
Algo sucedía en el interior de aquel lugar. Algo muy malo que ella había sido incapaz de aceptar, por mucho que lo hubiese intentado. Hasta las muertes de Betty y Tom. Cuya proximidad en el tiempo no era ninguna coincidencia. Y que habían ocurrido poco después de la de Lillian. Estaba muriendo todo el que sabía algo sobre Félix Hessen. Todo el que había participado en su desaparición y en la de sus obras. Y puede que hubiera otros, atrapados aún dentro de aquel maldito edificio. Prisioneros. Gente en grave peligro. Cautiva, acechada y atormentada, como Lillian y su círculo desde aquel día aciago hasta que llegó el momento de cobrarse venganza, si es que se trataba de eso. Algo que había vuelto del más allá para saldar cuentas. Y ella no podía dejarlos en tal situación. Ese cabronazo loco había matado a su tía abuela y a su tío abuelo, que eran carne de su carne y sangre de su sangre. Y puede que incluso ahora, después de muertos, siguieran atrapados dentro del edificio, como Hessen. ¿No lo había sugerido así la propia Lillian? No podía dejarla allí, en el limbo, eternamente. Dentro de aquellos lugares terribles con las cosas espantosas que pintaba aquel hombre.
Pero al salir de la oficina de Miles en la Tate, mientras soplaba el viento y se hacía la oscuridad sobre todos los edificios, tiñendo la piedra de un gris más oscuro, de repente se vio embargada por un frío terror ante la idea de volver a poner el pie en Barrington House. «¿Y si —se preguntó mientras se apoyaba con una mano en una parada de autobús—, y si me quedo yo también atrapada allí dentro?»