Capítulo 25

—Lo asesinaron, Miles. Lo asesinaron.

Miles se detuvo en mitad del proceso de quitarse la americana.

—¿A quién? ¿De qué estás hablando?

Apryl estaba sin aliento y lo que decía no tenía sentido —y lo sabía—, pero fue incapaz de contenerse en cuanto Miles entró en su habitación del hotel.

—Mi tío abuelo Reginald, el marido de la señora Roth y Tom Shafer. Los hombres que vivían allí, en Barrington House, lo mataron. Fueron a verlo para quejarse. De los sueños. Las sombras. Creían que los había embrujado. Como mi tía abuela sus diarios. Todo cambió después de su llegada. Y luego tuvo una especie de accidente. Y después de eso todo fue a peor. ¿No te das cuenta de que todo encaja?

—No, la verdad. ¿De qué demonios estás hablando?

—Los inquilinos lo mataron. Vieron los cuadros en el apartamento. Debieron de destruirlos, quemarlos. Y lo mataron. Pero no desapareció: lo mataron.

—Cielo. Vamos, cielo, siéntate aquí. Por favor, cálmate. No lo entiendo. No tiene sentido. Estás hablando como una chiflada.

Pero Apryl seguía paseando de un lado a otro de la habitación.

—No pretendía decírmelo, pero quería hacerlo. Parte de ella quería confesar. Es muy vieja, Miles, pero no está senil. Oh, no. Es tan avispada como una comadreja. Sabe exactamente lo que dice en todo momento. Dios mío, es una obsesa del control. Pero no puede controlar su conciencia. Por eso se comporta como una zorra miserable. Le remuerde la conciencia y quiere confesarle la verdad a alguien. A quien sea. La sorprendí en un momento de vulnerabilidad. Cuando se acaba de despertar es vulnerable. Se le nubla el juicio, ya sabes cómo son esas cosas, y no quiere más que sacárselo de dentro.

»Está tan mimada que sigue siendo como una niña —continuó—. Pero no le queda mucho tiempo, y lo sabe. Y lleva todo eso por dentro. Hizo algo terrible, hace mucho tiempo. Y Lillian también. Todos ellos, y luego lo ocultaron. Y ahora su mente comienza a fallar y está convencida de que Félix Hessen ha regresado al edificio. Para vengarse o algo así. No lo sé. Asegura que ha vuelto a oírlo en su piso. Moviéndose debajo de ella. Como antes. Vive justo encima del apartamento de Hessen. Y la escalera vuelve a estar llena de sombras. Como antes. Las mismas sombras que trajo consigo hace años. Vuelve a oír las voces y está viendo cosas y todo eso. Como Lillian. Es contagioso. Aquello es aterrador. Oh, Dios… me pareció ver algo otra vez. Pero es como… Está en su conciencia. Suena a película de terror, pero lo explica todo. Lo que le pasó a Hessen y a sus cuadros.

—¿Has perdido la cabeza?

—Escucha. Escúchame. —Apryl se sentó a su lado y le agarró el antebrazo con las dos manos.

—Pero…

—Tú escúchame, por favor. Hazme un favor, Miles, simplemente escúchame.

Cuando Apryl concluyó un relato menos frenético de su encuentro con la señora Roth y lo que éste le había permitido deducir, Miles se recostó en la cama y se apoyó sobre los codos. La miró con rostro inescrutable.

—¿Ves? —dijo ella con los ojos y las manos aún temblorosos por la emoción.

—Jesús, qué historia tan terrible.

—Sí. Son los años que faltan en la historia de Félix Hessen y la prueba de que pintó cuadros.

—Es posible. Y recalco lo de «posible».

—¡Oh, Miles!

—Espera un segundo, cielo. Y no corras tanto. Me gustaría hablar con esa señora Roth antes de formarme una opinión.

—No accederá a verte. Estoy segura de ello. Ni a mí tampoco. Lo sé.

Miles enarcó las cejas.

—Pero ¿qué piensas tú sobre todo esto? Lo de las sombras. Y el sonido de las voces en el apartamento. Si quieres saber mi opinión, da bastante miedo. Es exactamente lo mismo que escribió Lillian.

Apryl sonrió. Estaba tan alterada que le entraron ganas de gritar.

—¡No es verdad! ¿Has leído todos los diarios? Dime que sí.

Un gesto ceñudo arrugó la frente de Miles.

—Sí. He terminado el último esta tarde, en el trabajo. De hecho, algunos de ellos los he leído dos veces. Pero cariño, lo más probable es que la señora Roth esté loca. Como esa tal Alice a la que conociste en los Amigos que decía haber sido amiga suya. Y como tu tía.

—Lillian no se parecía en nada a Alice. —Entonces hizo una pausa y se llevó las manos a las mejillas—. Oh, Dios. Alice. Alice dijo lo mismo. Sobre un accidente. Dijo que Hessen tuvo un accidente. Debía de conocerlo. Ambas debieron de conocerlo después de la guerra. Creo que se mutiló a sí mismo.

—Oh, vamos, chiquilla…

—¿Por qué no? Tú eres el experto, ¿no? ¿Acaso Van Gogh no se cortó una oreja? Hessen estaba allí solo, atormentado por su propia visión. Trabajando furiosamente. Con la mente en proceso de desintegración. Una mente que, para empezar, nunca había sido como las de los demás. Tú mismo lo dijiste. Todo encaja. Hablaba solo. Gritaba. Realizaba rituales que hacían que lo echaran de todas partes. Dios, debió de perder la chaveta allí solo y… se mutiló la cara. Su propio y bello rostro.

—Apryl. No nos dejemos llevar, por favor. Vamos a tranquilizarnos un poco. No tienes pruebas. Sólo un par de ancianas medio locas que te han contado una historia. O sea, acabas de contarme que los inquilinos de Barrington House eran los protagonistas de una novela de Agatha Christie. La señora Roth en el salón con el candelabro.

—Si te vas a reír de mí, Miles, prefiero que te vayas.

—Oye…

—Lo digo en serio. He seguido las pistas que me dejó mi tía abuela. Y me han llevado a esto. A ese hombre lo asesinaron en su propia casa. ¿Quién sabe por qué? ¿Quién sabe lo que les hizo en realidad? Esa mujer me contó que había muchos judíos en el edificio y que sabían que era un fascista. La señora Roth también es judía. Roth, ¿entiendes? Hay motivos de sobra.

—Bueno, sí, ése podría ser uno, y bastante frágil, debo añadir. Oswald y Diana Mosley tuvieron amigos judíos antes y después de la guerra. Y no les dieron la espalda. La gente importante se comporta de otra manera. Son mucho más comprensivos con los faux pas de los demás, querida. Pero… —Apryl se volvió hacia él con una expresión que sugería una completa ausencia de paciencia con sus dudas— si de verdad crees que lo asesinaron, deberías acudir a la policía.

Apryl asintió.

—Pero tengo que saber más. Averiguar más.

—¿Cómo?

—Debo volver y hablar con los Shafer. Conseguir que me lo confirmen. Aún siguen vivos. Los pararé en plena calle si es necesario. Aún no sé cómo murió Reginald. No tuve la oportunidad de preguntarlo. Pero sé, estoy segura, que tiene relación con esto. —Se volvió y miró a Miles—. Quiero la historia entera. Por Lillian.