Capítulo 19

Al otro lado de la línea, una voz respondió al instante:

—¿Sí?

—Eh… hola. ¿Está Harold?

—Soy yo. —Era una voz bien modulada y madura, pero Apryl se sintió desarmada al instante por el tono de desafío que contenían esas dos simples palabras.

—Mmmm, llamaba por la reunión del viernes.

—Amigos de Félix Hessen, sí. ¿Es usted un Amigo? —Lo dijo rápidamente, con una autoridad y pomposidad que a Apryl le resultaron ridículas.

—Eh… No estoy muy segura, pero me gustaría averiguarlo. —Se rió, pero la voz del otro lado del teléfono guardó silencio—. Perdone, el caso es que me gustaría asistir a la reunión.

El silencio continuó.

—Disculpe, ¿sigue usted ahí?

Tras unos segundos de silencio más, la voz respondió:

—Sí.

—Decía… la página web, me refiero, decía que había que llamar para pedir los detalles.

Silencio.

La determinación de Apryl comenzó a flaquear. Y no sólo por aquel implacable silencio. También se debía a lo que sabía de Hessen. ¿Quién querría ser amigo de algo así?

—¿Es mal momento para llamar? Discúlpeme si es muy tarde. —Sintió el impulso de colgar.

—No. No. No es tarde —respondió la voz.

—Entonces, ¿puedo asistir?

—¿Conoce su obra?

—Sí, acabo de leer el libro de Miles Butler…

—¡Bah! Hay fuentes mucho mejores. Mi propia obra está publicada en Internet y dentro de poco saldrá en papel. Es definitiva.

—Habrá que leerla.

—La vendemos en todas las reuniones. Pero como se celebran en espacios privados y hablamos sin tapujos, aparte de la inmerecida controversia que rodea a algunos de los eruditos a los que invitamos, examinamos minuciosamente todas las solicitudes de asistencia. ¿Quién es usted?

—Mmm. Nadie, en realidad. Sólo estoy de vacaciones. He visto la página web y he comprado el libro.

Un nuevo silencio. Aunque parecía cargado de desaprobación. El tipo estaba empezando a asustarla.

—Y… mi tía abuela lo conocía —añadió en voz baja, con una mueca de incomodidad.

—¿Cómo dice? —preguntó rápidamente su interlocutor, casi sin darle tiempo a terminar la frase.

—Que mi tía abuela lo conocía. Vivían en el mismo edificio.

—¿En qué dirección?

—Barrington House, en Knightsbridge.

—Sí, sé dónde está —replicó con voz severa—. ¿Y por qué diablos no lo ha dicho antes?

—No… no lo sé.

—¿Aún vive su tía abuela?

—No. Falleció hace poco. Pero lo menciona en sus diarios. De ahí mi interés.

—¿Diarios? —El volumen de su voz ascendió de repente—. Tiene usted que traerlos. Debo… —hizo una pausa, como para calmarse— verlos. Ahora mismo, si es posible. ¿Dónde está?

Embargada por un repentino sentido de cautela, mintió:

—No los tengo en mi poder. Están en casa. En Estados Unidos.

—Allí no nos sirven de nada. Sus compatriotas ya tienen sus dibujos a buen recaudo. Debemos ver los diarios.

—Puedo hacer una copia, o algo por el estilo, cuando regrese.

—¿Tiene una pluma? —preguntó con impaciencia. Apryl le dijo que sí—. Pues apunte esto. —Le dio una dirección de Camden y se la hizo repetir a ella—. Bien, le sugiero que venga con antelación para que pueda explicarle un poco las cosas y hacerle algunas preguntas sobre su abuela. Va a ser usted prácticamente nuestra invitada de honor.

—Oh, no hace falta, de verdad. Lo cierto es que no sé casi nada sobre él…

—Tonterías, es usted pariente de alguien que conoció en persona al gran hombre. Alguien que estuvo en presencia del genio. Será un placer tenerla entre nosotros. Debe venir. Podemos ayudarla con los gastos.

—No, no hace falta, gracias. Estaré allí a las siete en punto.

A continuación, Harold insistió en apuntar la dirección de su hotel, que ella, incapaz de pensar en una excusa en tan poco tiempo, tuvo que darle a regañadientes. Luego colgó y se recostó en la cama, mientras sentía cómo se le secaba el sudor en la frente. Su deseo de acudir a la reunión se había desvanecido. Comenzaba a sospechar que todo lo relacionado con Hessen era extraño y desagradable. Y se reprendió por haber mencionado los diarios de Lillian. ¿Por qué lo había hecho? ¿Para impresionarlo? Tenía la sensación de que su indiscreción le pasaría factura más adelante.

Sonó el teléfono de la mesilla de noche. Con nerviosismo, levantó el auricular. Era Harold.

—Disculpe, le he dado al botón de devolver la llamada sin querer —dijo—. Nos vemos mañana. —Y colgó mientras ella seguía pensando en algo que decir.