Capítulo 17

Miles Butler sonrió.

—Lo que no consigo entender es por qué le interesa Hessen. —Apryl atisbaba cierto brillo travieso en sus ojos inteligentes. Desde que se encontraran para cenar en Covent Garden no había parado de reírse. Era uno de esos raros individuos que te ganan mostrándose modestos hasta el extremo y que nunca parecen tomarse a sí mismos demasiado en serio a pesar de su brillantez. Uno de esos jugadores que emplean tácticas diferentes, pero que no por eso dejan de ser jugadores.

Tenía un rostro curtido, pero aún apuesto y distinguido. Hasta las arrugas que rodeaban sus ojos resultaban atractivas. Y Apryl se había enamorado del clasicismo de su corte de pelo, al estilo de los oficiales de la segunda guerra mundial: ya entrecano, pero brillante, pulcro y cortado en capas por los lados. También su ropa tenía aire clásico. Pantalones de cintura alta, sujetos con unos tirantes en los que ella reparó cuando se quitó la chaqueta y la dejó colgada del respaldo de la silla. Lo único que habría añadido a sus zapatos de charol, su camisa blanca con gemelos y su corbata de seda retro era un sombrero trilby. Se complementaban de un modo que no había anticipado: se había puesto uno de los exquisitos vestidos de lana de su abuela, con unas medias de nylon con costuras llamadas Cocktail Hour y unos zapatos de tacón cubano con la punta ligeramente inclinada a la altura de los dedos.

—¿Qué tiene de raro que me interese el arte? ¿Es que tengo cara de tonta?

Miles se rió y negó con la cabeza.

—No. Pero… vaya, no se parece usted a ningún otro de los entusiastas de Hessen que he conocido. Para empezar, es demasiado atractiva. Y demasiado elegante como para perder el tiempo con El tríptico de las marionetas. Por no hablar sobre Estudios sobre la cojera.

—¿Tendría que estar entonces en Harvey Nicks, probándome unos Jimmy Choo? ¿O persiguiendo a míster Big por la oficina?

—Desde luego. ¿Por qué perder buena parte de sus vacaciones estudiando a un oscuro artista europeo? Y tampoco demasiado importante, ya que estamos. —Puede que estuviera flirteando, pero no lo decía de modo despectivo hacia ella. Apryl se daba cuenta de que lo intrigaban sinceramente sus razones para haberlo llamado e interrogarlo sobre Hessen—. Es usted una muchacha misteriosa. Un auténtico enigma.

Apryl se echó a reír y tomó un trago de vino para disimular la calidez del rubor que ascendía por todo su cuerpo. ¿Por qué no se le había ocurrido hasta entonces quedar con hombres maduros?

—Bueno, es posible que exista una conexión familiar.

—Sí, ya lo mencionó por teléfono. Soy todo oídos. —Tomó un buen bocado de sus linguine vongole.

—Mi tía abuela Lillian vivió en el mismo edificio que él. Barrington House. Y ha muerto hace poco.

—Lo lamento.

—No pasa nada. Nunca llegué a conocerla. Pero le dejó el piso a mi madre. Y como le da pánico volar, he venido a encargarme de todo.

—A cambio de la mitad del botín.

—Que ya me he ganado de sobra. Debería ver el lugar. —Pensó en hacer un chiste sobre el tema, pero la frivolidad parecía fuera de lugar con aquel asunto. Simplemente, el apartamento era algo con lo que no era capaz de bromear—. Escribe sobre él en sus diarios.

—Me tiene usted en vilo.

Apryl asintió con la cabeza y paladeó el interés de su acompañante.

—Nunca salió de allí. Pero la cuestión es que Lillian, mi tía abuela, no se encontraba bien, ¿sabe? Estaba realmente perturbada y, no sé, echaba a Hessen la culpa de ello, por lo que pensé que debía averiguar más cosas sobre él. Así que encontré una página web y leí su libro. Y…

—Y está usted horrorizada.

—No exactamente. Sus dibujos me resultan realmente aterradores, pero… Todo este misterio sobre él y su relación con mi tía abuela es un poco alucinante. Nunca pensé que me vería metida en algo así, pero tengo que averiguar lo que les pasó a Lillian y Reginald en ese edificio. Lo que les hizo ese hombre. Porque les hizo algo. Y cuanto más averiguo sobre su arte y la gente que lo conocía, más me convenzo de que fue algo malo. Algo terrible, en realidad. Puede que mi tía abuela estuviese loca, pero aquello no era un invento suyo. Estoy convencida. Pero ¿qué le estaba haciendo y cómo se lo hizo?

No hizo mención alguna a sus experiencias con fenómenos inexplicables dentro del apartamento. La habría tomado por loca.

Miles asintió y le llenó la copa.

—¿Sabía usted que todo el que estaba cerca de él, por poco que fuese, sufría desórdenes de personalidad? Todos murieron jóvenes o acabaron en instituciones mentales. Atraía a los perturbados, los traumatizados y los excéntricos. Gente inadaptada y extraña en todos los casos. Incapaz de desenvolverse en el mundo en el que habían nacido. Individuos que veían cosas, cosas diferentes, y no necesariamente lo que veía todo el mundo, orbitaban a su alrededor. Pero creo que lo que usted sugiere es que fue él quien le hizo eso a su tía abuela. Lo cual es una perspectiva novelesca, que puede que fuese su influjo lo que explique el comportamiento de los demás. Es una idea que nunca se me había ocurrido.

Llenó la copa de Apryl hasta la mitad. Miles giró la botella para evitar que goteara. Estaba tratando de emborracharla para eliminar los últimos vestigios de su nerviosa formalidad. Decidió que no le molestaba. Estaba bien soltarse un poco. Londres era un sitio desconcertante, pero justo cuando la ciudad había conseguido que se sintiera realmente deprimida, de repente le mostraba también su cara romántica. Hacía una eternidad que no se vestía con esmero y se arreglaba para una cita. Y aquella noche, lo que la seducía era la sensación de las infinitas oportunidades que contenía la ciudad. ¿Cómo se podía llegar a conocer realmente un lugar como aquél? Miles rellenó su propia copa.

Apryl tomó un sorbito de vino y entornó los ojos sobre el borde de la copa.

—Sabe usted mucho sobre él. Pero ¿merece su respeto un hombre que estaba tan pirado? Ahora soy yo la que tiene curiosidad por saber qué le interesa de él.

Miles sonrió.

—Me gustan los incomprendidos del mundo del arte. Y él era un personaje interesante. Fascinante, de hecho. Se sentía obligado a llevar hasta su culminación una visión artística totalmente alejada de los valores y los gustos de su tiempo. Eso me impresiona. Debió de hacerle falta mucho valor para llegar hasta donde llegó.

—¿Para dibujar cadáveres? ¿Y animales despellejados? ¿Y esas asquerosas marionetas? Es una visión del mundo muy triste, ¿no le parece?

—Sí. Pero el mundo ha cambiado muchísimo desde el final del siglo XIX. Piense en lo que supusieron Freud y Darwin para las creencias religiosas. Por no hablar de los horrores de la primera guerra mundial. Matanzas mecanizadas. Industrialización. El auge del marxismo. Los inicios del fascismo. La preparación de la gran lucha ideológica. Estos movimientos se manifestaron de muchas formas. Formas fraccionadas, discordantes, caóticas. Y él ocupó un lugar en todo aquello, sólo que el reconocimiento únicamente podía llegarle a título postumo. Creo que él lo sabía desde el principio. Pero no le interesaba la admiración ajena. Nunca cultivó amistades ni influencias. Lo hizo por sí solo. Y para sí mismo. ¿No le parece increíble? ¿Sobre todo en estos tiempos? ¿Dedicar la vida a una visión personal sin pensar en la recompensa?

Apryl sonrió.

—Lo siento, estaba haciendo de abogada del diablo. Es una mala costumbre que tengo.

Miles le guiñó un ojo.

—En efecto. La vida podría haber sido muy fácil para Hessen. Un hombre adinerado, educado en Slade, apuesto, erudito, culto, con talento… Ahora que lo pienso, me parezco un poco a él. —Lo dijo con expresión muy seria hasta que ella rompió a reír.

Le ofreció la cesta del pan.

—Tenía acceso a las mayores mentes y los mayores talentos de su época. Por no hablar de la lista de bellezas apetecibles que sin duda revolotearían a su alrededor. Pero optó por decisiones que debían, con toda certeza, hacer su vida más difícil. Increíblemente difícil. Buscó la muerte y la dibujó constantemente. El momento de la muerte en los hospitales y el momento posterior a la muerte en los depósitos y las salas de operaciones. Estaba obsesionado con las rarezas médicas. La deformidad. La desfiguración. Pasó sus mejores años tratando de entender la muerte y la idea del cautiverio. La incapacidad y la inmovilidad social. Revolcándose en ellas. Dedicaba los fines de semana a sobornar a enterradores en los cementerios y el resto de los días a dibujar ovejas desolladas y restos de animales en los mataderos del East End. O a retratar los miembros deformados y los rostros de pobres infelices que sufrían todas las formas imaginables de la enfermedad y la incapacidad.

—Una vida de lo más alegre, vamos.

—Exacto. ¿Y sus veladas cuando era joven? Nada de fiestas. En su lugar, se dedicaba a investigar a todos los místicos, videntes y expertos en magia negra que había en la ciudad o a asistir a sesiones de espiritismo. No hay ninguna prueba de que se relajara alguna vez. O se enamorara. Que sepamos, nunca hizo una sola cosa que no estuviera directamente relacionada con su visión. No conozco ningún otro artista tan obcecado en un tema. Pasó una década entera tratando de perfeccionar el dominio de la línea y la perspectiva, para luego lanzarse de cabeza a la distorsión, asegurando que era la única visión verdadera. Una recreación del Vórtice. El epítome de la maravilla, el terror y el asombro. Un lugar de fuera de este mundo al que sólo se podía acceder a través de la locura, el sueño, el subconsciente profundo y la propia muerte.

—¿Realmente cree que era tan bueno?

—Es difícil de decir. ¿Por lo que conocemos? ¿Lo que sobrevivió? ¿Esos últimos y terribles dibujos sobre lo humano y lo animal aprisionados en paisajes sin forma? Verá usted, yo creo que lo más interesante de Hessen era lo que estaba tratando de conseguir. Sus dibujos eran meros estudios. Esbozos iniciales para cuadros que nadie ha encontrado nunca. Y encima, que apoyara públicamente el fascismo con esa revista suya, Vórtice… ¿Cómo quiere que no me sienta fascinado por un tipo así?

Apryl sonrió.

—Estoy segura. ¿Cómo dice que se llamaba?

—No me haga volver a eso. —Levantó una ceja y la miró de un modo que Apryl sintió que una parte de ella se deshacía.

—He buscado en Amazon y sólo he encontrado su libro. —No mencionó las docenas de malas críticas publicadas por miembros de Amigos de Félix Hessen.

—En este país no se nos da bien cuidar de nuestro patrimonio cultural. Si quiere encontrar algo de interés sobre la pintura o la poesía británicas del siglo XX, el lugar para hacerlo es Estados Unidos. Es irónico, lo sé, pero no queda nada de él aquí. Aunque tampoco creo que hubiera mucho al principio. La contribución de Hessen a la modernidad es difícil de valorar. Ése es el problema. Los mitos que lo rodean son mucho más grandes que las evidencias reales sobre su habilidad o su influencia. No queda nada, aparte de los dibujos. Si hubiera pintado algo, sería distinto. Pero no basta con bocetos a lápiz y a carbón. Algunos de ellos son extraordinarios y apuntan a una visión formidable. Pero dudo que llegase a cristalizar alguna vez. Aparte de algunos conocidos suyos, nadie llegó nunca a ver un solo cuadro. Y no queda más remedio que proyectar ciertas dudas sobre la fiabilidad de sus testimonios. Porque cada uno vio algo distinto.

Tomó un largo trago de su copa mientras ella admiraba el rubor que afloraba a sus facciones cuando se emocionaba al hablar. Y qué voz. Por nada del mundo quería interrumpirla. Le habría dado igual que estuviera leyendo el reverso de una caja de detergente. Podría haberse pasado toda la noche escuchándola.

—Estaba adelantado a su tiempo. En potencia, creó un nuevo lenguaje visual, impregnado de antiestética, filosofía y política radical. Más allá del vorticismo, el futurismo, el cubismo y el surrealismo, anduvo solo, siguiendo su propio discurso creativo desde una edad muy temprana. Incluso se lo podría definir como un filósofo ocultista. Mal comprendido en su tiempo y prácticamente ignorado desde entonces. El azote del conservadurismo de la clase media británica y la bohemia acomodaticia. Un pintor que veía en el arte la adoración de algo sobrenatural y el medio para alcanzarlo. Lo realmente sorprendente es que nadie escribiera sobre él antes que yo.

Aquella mención a lo sobrenatural la hizo sentir incómoda de repente. De hecho, estuvo a punto de agriarle el buen humor.

—¿Cree…?

—¿Qué?

—¿Que tenía poderes, o algo así?

—¿Poderes?

—Sé que parece una locura, pero mi tía abuela le tenía muchísimo miedo.

—Bueno, estaba muy versado en rituales ocultistas. Probablemente bajo la tutela de Crowley, la Gran Bestia 666, aprendió los rituales de invocación más avanzados. ¿Quién sabe lo que podría hacer creer a gente impresionable?

—Pero ¿y si no fueran todo fantasías?

—Me está usted tomando el pelo. —Miles se echó a reír mientras partía un panecillo con los dedos.

—Supongo… —Era una pregunta estúpida y lamentaba haberla hecho. A su alrededor, la gente estaba dedicada a comer y a charlar bajo las luces brillantes de un restaurante moderno. Fuera, los taxis pasaban y los espectadores hacían cola para entrar en la ópera. Era un mundo de teléfonos móviles y tarjetas de crédito. No había fantasmas. Puede que estuviera empezando a perder un poco el norte al llenarse la cabeza con las locuras de Hessen y Lillian.

—Y el misticismo no es tampoco un punto a su favor, al menos desde el punto de vista de los críticos —continuó Miles—. De hecho, cuando estaba investigando para el libro, todos los historiadores de arte y conservadores de museo que lo conocían me dijeron lo mismo; lo tenían por un sujeto absurdo, un personajillo insignificante en comparación con sus contemporáneos.

—Supongo que uno puede acabar por creerse cualquier cosa si la piensa durante el tiempo suficiente —respondió ella con lentitud.

Miles no la oyó. Estaba ocupado observando con mirada concentrada la superficie densa y carmesí de su copa de vino. Apryl tomó un sorbo de la suya.

—¿De veras cree que pintó algo?

—Estoy totalmente convencido de que lo hizo. Pero sospecho que lo destruyó al ver que no estaba a la altura de sus ambiciones. Que eran considerables. Era muy duro consigo mismo. Se puso metas inalcanzables. O eso o la prisión acabaron con él.

—He pensado en ello. Ya sabe… si pintó cuadros y si alguien llegó a verlos. Como mi tía abuela y mi tío abuelo.

—¿Cree que hay en algún sitio una serie de cajas polvorientas llenas con sus obras? Hay gente que ha sugerido que creó cuadros más radicales que cualquier otro modernista o que cualquier otro artista posterior. Eso estaría muy bien. Pero ¿dónde?

—Se está burlando de mí…

—No, nada de eso. Sólo es un reflejo de mi decepción por no encontrar nada. Y sabe usted que he buscado con diligencia. Hablé con la testamentaría, con parientes lejanos y con los hijos de cualquiera que lo hubiera mencionado alguna vez. Por no hablar de la familia del coleccionista que compró los dibujos antes de que lo encerraran. Hessen se desprendió de ellos. Desde su punto de vista, ya habían servido a su propósito. Pero no encontré una sola pista fiable que me permita asegurar que alguna vez terminó un solo cuadro.

—Pero ¿y lo que pasó después de la guerra? ¿Averiguó algo sobre lo que hizo entonces?

—Apenas cruzaba la puerta de su apartamento. Se recluyó. Nunca tuvo más que un puñado de conocidos, la mayoría de los cuales murió antes de los cuarenta. Y no hay rastro de correspondencia alguna tras su salida de la prisión de Brixton. Así que, aunque hubiese pintado algo, ¿quién iba a verlo? En su momento me pregunté si podría haber regalado algún cuadro pintado por él antes de desaparecer, puede que a un coleccionista privado. Pero salvo que ese coleccionista o sus herederos salgan algún día a la luz, nunca lo sabremos. Es trágico. Creo que estaba a punto de crear algo extraordinario, pero por alguna razón nunca lo empezó o lo destruyó. Esta última hipótesis me parece más plausible. A pesar de su determinación y su valor, era un sujeto inestable.

—Sigo sintiendo curiosidad.

—Como yo en su momento.

—Me gustaría mostrarle los diarios de mi abuela. Sólo para ver qué le parecen. Seguro que sabe interpretarlos mucho mejor que yo.

Miles sonrió.

—Me encantaría, Apryl. Lo siento, seguro que la he aburrido soberanamente.

—En absoluto. Aunque, por lo que a Hessen se refiere, estoy llegando al punto de saturación. No era él quien me interesaba, sino mi tía Lillian. Pensé que podía descubrir algo sobre ella investigándolo a él. Voy a ir a una reunión de Amigos de Félix Hessen. Y hay un par de personas en el edificio con las que me gustaría hablar, pero luego se acabó. Para siempre. No quisiera terminar como Lillian.

Miles la miró con el ceño fruncido y luego enarcó una ceja.

—Bueno, entiendo lo que dice, pero…

—¿Qué?

—Pues que me inspira usted ciertas sospechas. Aparte de su encanto físico y de las puertas que seguro que éste le franquea, sospecho que en realidad es usted una solitaria, como Hessen, y que, en secreto, la atrae su mística.

Ella se ruborizó. De repente, la idea de que estuviera flirteando le inspiró un poco de miedo, pero también de excitación.

—Puede que sea una solitaria, pero Félix Hessen no me gusta en absoluto. Y no soy una chica con intereses místicos. Cualquiera que esté relacionado con él está loco.

—¿Incluido yo?

—Sobre todo usted.

Los dos se echaron a reír exactamente al mismo tiempo.

—Me pregunto lo que le pasaría —caviló Apryl—. Se supone que desapareció, pero los diarios de Lillian hablan de él como si nunca se hubiera marchado. Es muy extraño.

—Bueno, a todo el mundo le gusta un buen misterio. Y esfumarse sin dejar rastro puede ser un legado muy trivial, pero al menos es un legado, y podría servir para amplificar una reputación limitada hasta transformarla en algo que no era en un primer momento. Sería algo especialmente irresistible para gente de inclinaciones místicas…, sobre todo si la desaparición se aplicase también a sus supuestas obras maestras.

—Seguro que en Amigos de Félix Hessen no opinan como usted.

—Nunca he esperado gran cosa de ellos. Para ser unos aficionados, poseen un encomiable entusiasmo, pero no es una organización académica. Su ocultismo es del tipo superficial. Es la relación de Hessen con lo ritual lo que los obsesiona. Aunque se jactan de su rigurosa erudición, si no recuerdo mal. En sus publicaciones y demás. Es un grupillo singular, sin duda. Se encontrará usted con algunos bichos raros si decide ir a la conferencia. Se lo digo por experiencia. Antes recibíamos peticiones suyas para consultar los archivos de la Tate. Las enviaban a todos los museos y galerías. Buscaban el depósito secreto de las ilustraciones prohibidas de Hessen. Cosas que, según ellos, se habían ocultado por sus simpatías pronazis o algún disparate similar. Pero, a pesar de todo, siento debilidad por los aficionados con entusiasmo. —Se echó a reír—. Y quién sabe, puede que al viejo Félix le alegrase saber que había servido como inspiración para un culto que, convencido de su importancia, acosa cada cierto tiempo a los principales museos. Y después de todo, existe la posibilidad de que sea la gente como Amigos de Félix Hessen la que tiene razón. Puede que la vía ocultista y la interpretación de los sueños representen el único modo de llegar a entenderlo.

—No lo cree así, ¿verdad?

—No. La verdad es que no. Pero dejé de buscar. Y no sólo porque no encontrara absolutamente nada. —Se recostó en su asiento, dejó la servilleta sobre la mesa y suspiró—. La verdad es que ya no me interesa demasiado. Perdí un poco el apetito.

—¿Por qué?

Miles se encogió de hombros.

—Se me metió dentro.

Apryl se echó a reír.

—No, lo digo en serio. Si pasas demasiado tiempo cavilando sobre su obra, comienzas a sentirte del mismo modo. Hasta me produjo pesadillas. Es muy extraño. Sentía que él se me estaba acercando, mientras que yo, en cambio, no podía hacer lo mismo. No sé qué significaba aquello, pero no me gustó. Y me he sentido mejor desde que terminé el libro. Para serle sincero, no me molestará cuando se agote. No me gusta que me lo recuerden. La época en que lo escribí… fue complicada para mí, desde un punto de vista personal. Tenía otras cosas en la cabeza, pero sus obras tampoco me ayudaron demasiado. Me convertí en una especie de nihilista. Porque eso es lo que era Hessen. No era capaz de ver otra cosa que el final de la vida. La miseria. La soledad esencial de la muerte. Y sus predicciones sobre lo que venía después eran igualmente siniestras. Y yo no soy masoquista, Apryl.

Apryl pensó en lo que le acababa de decir. Tenía sentido. Después de pasar algún tiempo mirando los dibujos de Hessen y leyendo sobre él, también había sentido la necesidad de reintegrarse a la vida normal. Ir a ver una película, comer en un restaurante, caminar entre la gente. La visión de Hessen era opresiva. Asfixiante. Demente. Conseguía metérsete dentro y te inspiraba una mórbida introspección.

—Es una pena que no viva en Londres —dijo Miles después de tomar un último trago de vino. La botella estaba vacía.

—¿Por qué? —preguntó ella con voz suave mientras bajaba deliberadamente los párpados. Hacía mucho que no tenía la ocasión de mostrarse provocativa. Era agradable.

—Porque me encantaría volver a verla. Podríamos unirnos a Amigos de Félix Hessen. Ir juntos a sus reuniones. Sería muy romántico.

Apryl soltó una risilla. No le importaría quedarse más tiempo en Londres si eso implicaba salir con Miles. Al menos había conocido a alguien cuerdo y sociable, además de atractivo a la manera británica. Y alguien que podía ayudarla a entender al maníaco que tanto impacto había tenido sobre aquella rama lejana de su familia. No podía evitar sentirse seducida por su discreta confianza, su británico sentido del humor, la profundidad de su voz y la sonrisa traviesa de sus ojos. Todas estas cualidades estaban enfocadas sobre ella en aquel momento. Le inspiraban deseo. Nunca le habían faltado pretendientes y los hombres no solían rechazarla, pero algunos dejaban más huella que otros. ¿Le gustaría también a él?

—¿Qué sucede? —preguntó Miles—. Tiene una mirada muy extraña.

—Me estaba preguntando si te gusto.

Miles tragó saliva y usó la servilleta para secarse la frente.

—Será mejor que pidamos unos cafés bien cargados.

—¿Existe una señora Butler?

—Ya no. No sabía con certeza si quería ser padre. No sabía con certeza si quería ser muchas cosas que ella quería que fuese.

—¿Novia?

—Nada serio.

—Cabrón mentiroso…

Miles levantó la mano.

—Estamos empezando. Es la verdad. Pero si se enterara de que estamos manteniendo esta conversación, se pondría furiosa. Y se sentiría dolida. Y yo me sentiría como un gusano. Cosa que no me gusta. Ya tengo suficientes líos en la cabeza.

—Pero estoy segura de que podrías superarlo.

—Contigo como incentivo, estoy seguro de que podría superar muchas cosas. —Durante un breve instante, mientras hablaba, la sonrisa se borró de su rostro y Apryl detectó una pequeña expresión de anhelo. Esto la dejó sin aliento. Y también sintió el impacto entre las piernas.

De modo que sí le gustaba. Y puede que más de lo que ella sospechaba. Pero ¿por qué tenía que ser todo tan complicado? Así eran las cosas cuando te acercabas a los treinta y seguías siendo soltera. Sobre todo porque, invariablemente, los hombres maduros y carismáticos como Miles estaban casados. Había leído sobre mujeres que tenían líos con hombres así. Siempre estaban casados con alguien a quien subestimaban, pero por quien volvían a descubrir un vínculo inquebrantable llegado el momento de tomar una decisión. Terreno pantanoso, pues.

—Qué bonito —dijo, con un leve exceso de amargura para su gusto.

—Es la verdad. Eres encantadora, Apryl. ¿Por qué no iba a estar interesado? Eres una joven preciosa. Y brillante. Y un poco loca, de un modo encantador. Irresistible, de hecho. —Su expresión sonriente había regresado.

Ahora que había recobrado la compostura, Apryl detectaba en él cierta reticencia a correr riesgos con sus emociones. Otra cosa que tenían en común. Si no volvían a verse, pensarían el uno en el otro.

—Puede que sea el vino, o que soy una zorra, pero he estado a punto de preguntarte si querías ver el apartamento de mi tía abuela.

—Un lugar poco inspirador para la pasión.

—En eso no te equivocas. Salvo que fuese algo realmente retorcido, como el sadomasoquismo.

—Ponte el abrigo. Lo has conseguido.

Apryl se rió por lo bajo, aunque, sin poder evitarlo, sintió un acceso de recatada decepción.

—A tu novia no le va a gustar que te saque por ahí tan tarde.

—Alto. Te estás portando muy mal. —Pero hasta sus reprimendas tenían cierto atractivo—. Pero en serio, me encantaría ver Barrington House por dentro. Me pregunto si habrá cambiado mucho desde que Hessen vivió allí.

—No lo creo. Es totalmente retro. Y al apartamento de Lillian no le han dado una mano de pintura desde los años cuarenta.

—Y el diario… también me gustaría verlo…

—¿Sus diarios? Claro, te los prestaré. Los que aún son legibles. Los últimos son un verdadero galimatías. Pero debes tener cuidado con ellos; quiero llevármelos a casa. Cuando vendamos el piso, no quedará gran cosa de Lillian. Sólo algunas fotos y los diarios.

—¿Cuántos son?

—Hay un buen montón. Veinte.

—¿En serio?

—Y todos tratan sobre tu adorado Félix.

La miró con enorme intensidad, con un rostro casi severo.

—Fuera de bromas, ¿de verdad tratan sobre Hessen?

Apryl asintió.

—Si me hubieras prestado atención antes, ya te habrías dado cuenta de que es así. Pero tienes que leerlos por ti mismo. Yo no sería capaz ni de empezar a describirte cómo son. Dan miedo. Y son la principal razón de que me haya mudado a un hotel.

—Pues no estabas exagerando —dijo Miles mientras miraba el pasillo—. Esto es increíble.

—¿A que sí? Pues tendrías que haberlo visto antes. Lo he vaciado de la mayoría de la basura. Lillian casi nunca tiraba nada. Había listines telefónicos de los años cincuenta.

—Puede que algunas de esas cosas tuvieran su valor.

—No soy idiota, Miles. Vendí todo lo que lo tenía a unos marchantes.

—Ya.

—Y, por suerte para mí, mi tía abuela también conservaba la ropa. Esto era de ella. —Dio una vuelta sobre sí misma para mostrarle el vestido, al que creía que no había prestado la suficiente atención.

—Ya me parecía que tenía un aire de autenticidad —dijo él mientras estudiaba las finas costuras en la parte trasera de sus piernas.

—Y también el olor, por desgracia. Tendré que disimularlo con perfume hasta que pueda llevarlos a que los limpien en seco.

—Parece hecho para ti.

—Gracias.

—Lo digo en serio, realmente te va.

Ella adoptó una pose de Betty Boop y lanzó un beso. Los ojos de Miles se ensombrecieron. De deseo, si ella no estaba equivocada. Se volvió y continuó hacia el interior del piso.

—¿Tu tía abuela tenía problemas? —preguntó, como para limpiar la atmósfera del erótico azoramiento que parecía haberla impregnado.

—No se encontraba demasiado bien. Pero se sentía… perseguida. Por su pasado, creo. Me da la impresión de que nunca superó la muerte de su marido. No tenía amigos. Lo único que hacía era desvariar aquí sola, planeando escapar de la ciudad. Pensaba que Hessen la había encerrado aquí. —Sintió el deseo de mencionar las insinuaciones de Lillian sobre la «quema» de algo, posiblemente el trabajo de Hessen, y los tormentos que, en su imaginación, el artista había desatado sobre Reginald y sobre ella, pero fue incapaz de hacerlo. Quería gustarle a Miles, no que pensara que era una chiflada obsesionada con los malos espíritus, los fantasmas y otros disparates sobrenaturales de ese tipo. Le dejaría leer los diarios para que se formara su propia opinión.

En el salón, rebuscó en la caja llena de fotografías que había descolgado de la pared.

—Qué triste, ¿no? —dijo él en voz baja mientras contemplaba un retrato de Lillian y Reginald en un soleado jardín de alguna parte. Apryl sabía exactamente qué quería decir. Acabar así: como una caja llena de fotografías en manos de unas personas que no llegaron a conocerte nunca.

El lugar ya estaba empezando a agriarle el humor. Aquella noche con Miles era lo mejor que le había sucedido desde su llegada.

—Vamos, te enseñaré las habitaciones y luego puedes acompañarme a buscar un taxi. Quiero salir de aquí. Ya he pasado demasiado tiempo en este sitio. Ahora quiero divertirme un poco antes de volver a Estados Unidos.

Miles observó las paredes manchadas que lo rodeaban.

—No es buen lugar para una jovencita, en efecto. Es demasiado lúgubre, pero también conmovedor, en cierto modo.

—Pues deberías probar a pasar una noche aquí.

—¿Es una invitación?

—Por mí no hay inconveniente, si quieres intentarlo. Pero yo no pienso dormir aquí de nuevo hasta que se venda. Ya te he dicho que me da escalofríos.

—Pero tu tía abuela vivía aquí. Llevas su ropa y parece que te gusta su mundo.

—Lo sé. Y es verdad. Pero es el sitio. El edificio entero, para serte sincera. Hay algo que no me gusta en él.

Miles frunció el ceño por encima de su sonrisa.

—En serio, ¿por qué dices eso? Sólo es viejo. Pensé que te gustaba lo viejo.

Ella negó con la cabeza.

—No, no se trata de la antigüedad del sitio ni tampoco de que hace siglos que no limpian el piso. No es eso. Es el sitio en sí; el edificio. Sé que parece una locura, pero lo cambió todo para Lillian. Y creo que tuvo mucha parte de culpa en lo que le sucedió a Reginald, fuera lo que fuese. Hay algo raro en este sitio. Algo malo. Si pasas el tiempo suficiente aquí, comenzarás a sentirlo.

Miles la miró con el ceño fruncido.

—Crees que estoy diciendo tonterías. Pero lee algunos de los diarios y puede que comprendas lo que quiero decir. Este lugar está hecho de locura y pesadillas. Es un edificio enfermo, Miles. Muy enfermo. Como Hessen.

En el dormitorio, mientras ella buscaba los diarios en el armario, Miles dijo:

—¿Por qué está al revés el espejo? ¿Y esto es un cuadro? ¿Puedo verlo?

—Oh, sí. Son mis tíos abuelos. Lo encontré en el sótano. Subí el espejo para poder probarme su ropa, pero…

—¿Qué? Es una belleza.

—Lo es. Pero no sé… me da un poco de miedo.

Miles amagó con reírse, pero se detuvo de inmediato al ver su cara.

—Lo siento. No me estoy burlando de ti. Realmente el lugar da escalofríos. Habría que cambiarle las luces.

—No conseguirías nada. Es como si las paredes y el suelo se tragaran la luz. —No hacía frío en el cuarto, pero sintió un escalofrío al decir esto.

Miles la rodeó con el brazo y la miró a los ojos.

—Quieres salir de aquí. —Ella asintió—. Gracias por esto. —Levantó uno de los diarios que le había dado—. Me cuesta creer que esté a punto de leer algo sobre Hessen escrito por alguien que lo conoció después de la guerra. Es todo un hallazgo.

—Estaba obsesionada con él. Pero te advierto que son muy inquietantes. No los leas antes de meterte en la cama.

—Te lo prometo. Y quizá pueda ayudarte a descubrir lo que estaba pasando aquí.

Apryl asintió.

—Eso estaría bien. —En un acto impulsivo, se puso de puntillas y le dio un beso. Al apartarse, él parecía sorprendido. Se disponía a disculparse, pero entonces Miles se inclinó sobre ella y la atrajo para darle un beso más largo y más profundo.