Nota del autor

Mariana, los hilos de la libertad es una obra de ficción y como tal debe ser entendida. Se trata de una novela. Cierto que en ella el lector encontrará hechos que forman parte de nuestra historia. Retazos de la lucha por la libertad contra el absolutismo y de los anhelos por conseguir una Constitución que rigiera la vida política de nuestros antepasados en el siglo XIX. Una parte de los personajes que desfilan por las páginas de la novela son históricos y conviven con otros que son fruto de la creación literaria. Esa dualidad en la que se dan la mano historia y ficción se concreta, por ejemplo, en la protagonista histórica y el protagonista novelesco de Mariana, los hilos de la libertad: Mariana de Pineda y Antonio Diéguez.

Mariana de Pineda, más allá de las libertades que un novelista puede tomarse, responde en buena medida a lo que sabemos de esta dama granadina que dio su vida por no delatar a sus compañeros de conspiración. Una conspiración que, como la inmensa mayoría de las protagonizadas por los liberales en el reinado de Fernando VII, tuvo un final trágico. Fue la protagonista de la fuga del capitán Álvarez de Sotomayor de la cárcel de Granada, de la que logró fugarse disfrazado de fraile capuchino. Su fuga, tratada con las fórmulas propias de una novela, está inspirada en el relato que Álvarez de Sotomayor dejó consignado por escrito. También las páginas relacionadas con el bordado de una bandera, que a la postre causó su perdición, responden al episodio protagonizado por Mariana y que constituye uno de los hechos más conocidos de su biografía. Las bordadoras vivían en el popular barrio del Albaicín y la indiscreción de un sacerdote, que mantenía relaciones sentimentales con una de ellas, en una conversación con su padre —furibundo realista— fue el detonante de la prisión de Mariana.

Otro personaje histórico es Antonio José Burel, el criado de Mariana, y su filiación liberal. Lo mismo que lo son el conde de Teba y su esposa —padres de Eugenia de Montijo, que muchos años después se convertirá, al contraer matrimonio con Luis Napoleón, en emperatriz de los franceses—, la singular María Manuela Kirkpatrick. También lo es el conde de Montijo, conocido por su participación en el motín de Aranjuez, donde actuó como muñidor de los acontecimientos. Personajes históricos son don Diego de Sola, alcaide de la cárcel, doña Úrsula Lapresa, madre adoptiva de Mariana de Pineda, o Dolores Morales de los Ríos y Escaño, esposa de José de la Peña y Aguayo. Y personaje histórico es el Alcalde del Crimen de la Real Chancillería de Granada y subdelegado de policía de Granada, Ramón Pedrosa y Andrade, que ha quedado como prototipo de personaje reaccionario y enemigo personal de Mariana de Pineda. Aclaremos que todos ellos desfilan por las páginas de Mariana, los hilos de la libertad según las necesidades de la trama. La prisión de Mariana en el beaterio de Santa María Egipcíaca también responde a lo ocurrido, así como su traslado a la Cárcel Baja y el recorrido que la condujo hasta el Triunfo, lugar donde se llevó a cabo su ejecución al aplicársele la pena de garrote. Hoy en el sitio donde se alzó el patíbulo puede verse una cruz en recuerdo del luctuoso acontecimiento.

No hubo unos crímenes del verdugo de la Inquisición en la Granada que vivía la última etapa del reinado de Fernando VII. Se trata de una ficción novelesca en la que, no obstante, se han querido reflejar algunos aspectos de la situación política del momento que estuvo marcada —amén de las persecuciones sufridas por los liberales— por la aparición de un partido llamado apostólico y articulado en torno a la figura del infante don Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII y supuesto heredero ante la falta de descendencia del monarca. Los apostólicos reclamaban la reinstauración del tribunal de la Inquisición, abolida durante el Trienio Liberal después de haber sido reinstaurada por Fernando VII en 1814 cuando anuló la labor legislativa de las Cortes de Cádiz que habían acordado su primera abolición. Fernando VII no volvió a ponerla en vigor, lo que generó descontento y protestas entre los sectores más absolutistas. El nacimiento en 1830 de la que más tarde sería Isabel II provocó en aquellos años una fuerte lucha política en el entorno del rey. La Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres, fue derogada por el monarca y desencadenó un largo conflicto sucesorio. La alusión a los detalles de la Conspiración del Triángulo, que tuvo lugar durante el sexenio absolutista (1814-1820), se ha situado fuera de su contexto cronológico por conveniencias literarias, recogiendo algunos detalles de la misma.

Tampoco hubo un rapto de Fulgencio Camero —personaje de ficción al igual que su sobrina Magdalena—, pero el bandolerismo fue una realidad social de la época. Algunos liberales, como se refleja en la novela, se echaron al monte ante las persecuciones del rey. Es ficción la escena de una gitana abordando a Mariana en la Plaza Nueva, pero no lo es, como bien sabe el lector, la práctica de dicha actividad por parte de las gitanas. También es libertad novelesca la atracción que sobre Pedrosa ejerce Norberta Pimentel, personaje de ficción, como lo son Antonio Diéguez, Martina y su tía, la herbolaria Casilda Bullejos, el sacristán Zacarías Lupiáñez, el párroco don Bernardo de Oteiza o el inspector don Matías Marculeta, creados para dar cuerpo a la trama de los mencionados crímenes. También pertenecen al mundo de la creación literaria doña Hortensia Alpuente y doña Rosario Montes de Ortigosa.

Mención especial merece la relación de Mariana de Pineda con el abogado José de la Peña y Aguayo. Algo se ha escrito sobre su relación sentimental e incluso se ha señalado al letrado egabrense como el progenitor de la pequeña Luisa. Es posible y así se recoge en la novela, pero no estoy en condiciones de afirmarlo con seguridad. Peña y Aguayo, que nos dejó una interesante obra, publicada en 1836, sobre el inicuo proceso que llevó a Mariana de Pineda al patíbulo, adoptó como hija suya a Luisa y le dio su apellido. Posiblemente ese gesto haya dado alas a la especulación acerca de sus supuestos amores. En cualquier caso, Mariana, siendo viuda, dio a luz a esa niña. Con la llegada de los liberales al poder, Peña y Aguayo se convirtió en un prócer del liberalismo moderado. Desempeñó la cartera de Hacienda en uno de los gobiernos de Isabel II y fue uno de los abogados más prestigiosos de la España isabelina. Se ha dicho también que fue el defensor de Mariana; es posible. Lo que sí podemos señalar es que formó parte de los abogados que, junto a José María de la Escalera, se hicieron cargo de su defensa en unas condiciones muy difíciles.

En esta novela se ha tratado de recrear la Granada de aquel tiempo, la que se encontraban los viajeros que hacían el llamado Grand Tour y tanta impresión les producía. Era la Granada que contenía numerosos monumentos —los arcos de las Cucharas y de las Orejas o los puentes sobre el Darro—, donde era patente su pasado musulmán y a los que los granadinos hacían poco aprecio. La Granada que vivió Mariana de Pineda era una ciudad en la que el Darro corría por su centro urbano, a la vista de todos. Sus avenidas provocaron gravísimas inundaciones. La que recogemos en Mariana, los hilos de la libertad no ocurrió en 1831 —una libertad novelesca—, sino algunos años más tarde, en 1835, y destruyó la bóveda sobre la que se había construido la Plaza Nueva. Señalar por último que los lugares donde aparecen las víctimas del verdugo de la Inquisición son sitios concretos de la Granada de la época. Alguno ha desaparecido o ha sufrido importantes modificaciones.

JOSÉ CALVO POYATO