PRÓLOGO

Éste es mi primer libro, y me siento bastante orgullosa de él a pesar de sus evidentes defectos. El cuero rojo de Marruecos reviste de manera irregular las cubiertas, las esquinas están mal plegadas, y hay una mancha de hierba sobre la portada de color azul claro. En el lomo puede leerse el título BANTA BIBLLA, y sobre las bandas de cuero se entrelazan letras impresas en una rama botánicamente imposible, donde las piñas brotan entre hojas de roble, bellotas y hiedras. Lo hice cinco años atrás, cuando temía las consecuencias del fracaso. Hoy he cortado y recorrido sus páginas, descubriendo que al menos pasan fácilmente gracias a que los pliegos están bien unidos entre sí, y a que la gasa es flexible pero firme. Ahora escribo en él, y también será el primer libro que haya escrito.

Mi padre solía decirme que, antes de nacer, san Bartolomé, el santo patrono de los encuadernadores, ofrece a nuestras almas la posibilidad de elegir entre dos libros: uno está encuadernado en el más suave cuero dorado y magistralmente decorado en oro; el otro tiene una encuadernación lisa de piel de cabra sin teñir, como recién salida de la curtiduría. Si el alma elige el primero, al ingresar en nuestro mundo lo abrirá para descubrir que en sus páginas ya está escrito un destino inevitable que deberá seguirse al pie de la letra. Al morir, el libro se habrá deteriorado tanto a causa de su constante lectura que el cuero estará resquebrajado y el texto será ilegible. En el segundo libro las páginas comienzan en blanco, esperando ser escritas con una vida de libre albedrío que respete la inspiración personal y la gracia divina. Y a medida que avanza el destino del alma, el libro adquiere más y más elegancia, hasta que su encuadernación supera las que se podrían haber hecho con cuero, tela o papel en los mejores talleres de París o Ginebra, y adquirir el derecho de integrar la biblioteca del conocimiento humano.

No tengo tantas pretensiones para lo escrito en estas páginas. Este libro podría más bien liberarse de mis manos, señalarme con el dedo y burlarse de aquello a lo que intento dar sentido, y yo me vería obligada a guardarlo en un cajón, entre mi ropa interior, para intentar sofocar sus burlas. O quizás este libro posea un mayor sentido de la responsabilidad que del humor, y sus páginas revelen alguna aproximación a la verdad. Sea lo que sea, y más allá de su curiosa encuadernación, en él se conserva el contenido de mi corazón, como si lo hubiese abierto con un escalpelo para ser leído por un anatomista.