La ciudad de Argerón brillaba intensamente. Eran las doce del mediodía y el sol caía sobre las cabezas de sus habitantes de forma implacable. En uno de los termómetros la temperatura llegaba a los cuarenta y siete grados centígrados. Las amplísimas avenidas de la ciudad, surcadas por gigantescos cilindros de fibra de vidrio, refulgían y hacían resplandecer un complejo entramado de túneles que contenía millares de coches, cada uno de ellos con personas y androides que se dirigían a sus trabajos (la mayoría, en cualquiera de las diecisiete centrales térmicas de argevirita). Vista desde la distancia, y a esa hora del día, Argerón parecía una colosal estrella. No es de extrañar, por tanto, que Alberto Romano, alcalde desde hacía dos años, hiciera ademán de secarse el sudor de la frente con su pañuelo blanco, aunque sólo fuera un acto instintivo, mientras Rodrigo Sellés, su secretario, discutía con él acerca de los últimos presupuestos.
—Señor alcalde, hemos recibido mil quinientas quejas. —Su voz pretendía ser firme, pero al final se quebró levemente. La figura de Alberto era un tanto imponente. Permanecía absorto mirando por la ventana, que al mismo tiempo hacía las veces de pared. Sólo al cabo de unos segundos dijo:
—Mil quinientas es una proporción ínfima, Rodrigo.
—Ya sabe que lo único que hago es transmitirle el descontento de la oposición.
—Lo sé. Supongo que estarás de acuerdo conmigo en que mil quinientos contra una población de treinta millones es una insignificancia. —Mientras pronunciaba la última palabra, se dio la vuelta sonriendo fríamente.
—Pues claro que lo estoy, pero… —Sus ojos temblaban—. Alkas dice que…
—Por Dios, Rodrigo. —La sonrisa se desvaneció de su rostro—. Parece que olvides que estoy harto de Alkas. No para de incordiar. Y parece que tú siempre lo defiendas.
—No lo hago, señor alcalde. Lo que ocurre es que un familiar mío se ha visto afectado.
—¿Y qué quieres que le haga? —Alberto sonaba irónico—. La empresa que contratamos hace un año presentó sus credenciales y estaba todo correcto.
—Lo admito, señor. —La voz del joven secretario traslucía impotencia—. Aunque coincidirá conmigo en que un accidente de estas características es grave. No sabemos adónde ha ido toda esa gente. No sabemos dónde está mi tío…
Finalmente, Alberto se armó de paciencia (al menos, es lo que él pensaba), se sentó en su oronda butaca y le ofreció asiento a Rodrigo. Cruzó las manos sobre la mesa con los codos apoyados en ella y al cabo de un tiempo saboreando su elevada posición dijo a su secretario:
—Los accidentes pasan inevitablemente.
—Podría usted aumentar el presupuesto —contestó rápidamente Rodrigo.
—El teletransporte próximo tiene el presupuesto necesario. No vamos a rescindir nuestro contrato con la Asociación P&T. Eso acarrearía una deuda que hasta para la ciudad de Argerón se convertiría en un problema económico grave. —El rostro de Alberto reflejaba una seguridad difícil de resquebrajar.
—Pero es posible que la ciudadanía corra algún tipo de peligro.
—Pamplinas, Rodrigo. No haga caso de lo que dicen por ahí mis detractores. —El alcalde hizo un gesto de asco tras el que perfectamente le podía haber seguido un escupitajo—. Por cierto, ¿has terminado los informes del caso Rudetsky?
En los cinco minutos posteriores Rodrigo permaneció en silencio mientras Alberto revisaba los informes al tiempo que se encendía un puro. Parecía evidente que al alcalde no le apetecía hablar de aquello. Resultaba frustrante. Entonces se preguntó si le habría escuchado al decir lo de su tío. Sólo le apetecía oír lo que le interesaba. Maldito alcalde. «¿Cómo demonios podría haber sido elegido por la junta de Altos ciudadanos?», pensó, al tiempo que se encaminaba finalmente hacia la puerta en espiral del despacho, con el corazón puesto en Úrsula.
El camino hasta el ascensor le resultó a Rodrigo tedioso. Se encontró con el pesado de Copp, las miradas furtivas de los que todavía se preguntaban cómo había llegado a secretario del alcalde sin decantarse claramente por un partido u otro, los torpes androides de mantenimiento que siempre le acababan a uno mojándole los pantalones y también con el resto de gente que se agolpaba en la entrada del ascensor a empellones. Qué ganas tenía de ver a Úrsula.
Desde fuera, el colosal edificio de la administración central de Argerón relucía a causa del resplandor del sol. Estaba recubierto por multitud de hilillos que subían y bajaban una y otra vez, sin descanso, en una rutina ininterrumpida durante las treinta y dos horas del día. En uno de ellos se encontraba Rodrigo, anhelando un metro cuadrado de intimidad, mientras un garoniano hacía gala de sus secreciones sudorosas muy cerca del olfato del secretario. Prefirió distraer su atención con otra cosa y entonces, en aquel ascensor que bajaba a gran velocidad, percibió la grandeza y majestuosidad de su ciudad, su intenso brillo, las columnas de luz que emanaban como único residuo de las centrales térmicas de argevirita; y el cielo, qué cielo, totalmente raso y limpio de cualquier residuo.
Se bajó en el piso 84 y por fin vio a Úrsula sentada frente a su ordenador. Estaba preciosa, con su pelo corto y negro recogido sobre unos hombros de ámbar que embellecían aún más si cabe su rostro de rasgos asiáticos. La pantalla del ordenador le iluminaba la cara.
—Por fin estás aquí —dijo ella levantando sus profundos ojos negros—. Tenía muchas ganas de verte. ¿Cómo te ha ido con Alberto?
—Pues… —Rodrigo hizo un gesto con las manos al mismo tiempo que resoplaba— Es un hombre muy difícil.
—No es algo nuevo. Yo diría que es un gilipollas. —Algunos empleados levantaron sus cabezas y miraron a Úrsula. Rodrigo se sonrió.
—Le he dicho lo de mi tío y me ha ignorado —dijo.
—Es normal. El alcalde sólo mira por sus intereses personales.
—Ya, pero si sigue comportándose de esta manera sus propios intereses se verán perjudicados.
—Tú no te preocupes, Rodrigo, ya verás cómo todo esto acaba solucionándose. Lo importante ahora es que encontremos a tu tío. —Úrsula le acercó la mano a Rodrigo y éste se la cogió—. ¿Cómo está Elvira?
—Está preocupada. Realmente no sabe qué es lo que ha pasado con Eusebio.
—No me extraña. Ni yo misma sabía lo que era el teletransporte próximo hace un par de años.
—Ya, bueno, eso suele pasar con los inventos nuevos. ¿Sabes cuántos se han patentado en el último año?
—Pues no, aunque Lora me dijo que a ella le enviaban un catálogo nuevo cada semana.
Úrsula abría los ojos con curiosidad. A continuación, como si le contara un secreto, le dijo a Rodrigo en voz baja:
—Se patentaron cincuenta mil.
—¡Cincuenta mil! —Las cabezas de los empleados otearon la sala para ver lo que ocurría—. Por eso tía Elvira está tan perdida. Ni siquiera sabe qué clase de accidente ha sufrido su marido. Inventan tantas cosas que una ya no sabe a qué se expone.
—También le he dicho si podría haber un aumento en el presupuesto del teletransporte próximo. Así podría haber más dinero para investigación y solución de fallos.
—¡Ja! Pedirle aumentos de presupuestos a Alberto. —En los labios de Úrsula se podía leer un insulto—. Eso es como hacer que esos androides de mantenimiento hagan las cosas bien. De hecho, a veces me pregunto si Alberto no será un maldito robot… —En la cara de Rodrigo se esbozó una leve sonrisa. Le encantaba la forma de ser de Úrsula—. Aquí, en el departamento de administración central nivel tres, se le pidió una mejora en los sistemas informáticos. Y aquí me ves: con mi flamante CPU de tres micras. Increíble.
—Al menos no tienes que verle cada día.
—Ése es el único consuelo que me queda, Rodrigo.
Los dos sonreían, con unos deseos irresistibles de besarse. Él pensaba en su intensa piel morena y ella en los grandes ojos verdes que la miraban como si fuera la primera vez. Finalmente Úrsula le dijo:
—Ah, casi se me olvida. Aquí tienes los informes de la Asociación P&T, los recortes digitales de prensa y…
—Y los detalles del teletransporte próximo —finalizó Rodrigo—. Muchas gracias, cariño.
—No hay de qué. Estoy deseando verte esta noche. —Su voz sonaba tremendamente sensual.
—Yo también. Tengo muchas ganas de perderme contigo. Adiós.
Después de dejar a su novia en el piso 84, Rodrigo se dirigió de nuevo hasta el ascensor. Allí, más de lo mismo: empujones, malas caras y también malos olores. Miles de años de evolución y tecnología y todavía había personas que no se duchaba. El suelo se veía cada vez más cercano, como si una lupa lo fuera enfocando a gran velocidad, y sobre la superficie más gente. Gente que subía por el ascensor. Gente que bajaba. Otra que permanecía inmóvil (no por mucho tiempo). Rodrigo se disponía a ir a casa de su tía Elvira, y no dejaba de repetirse: treinta millones en una sola ciudad, la Ciudad sol, como la llamaban en los mundos exteriores.
Consiguió salir del ascensor y se encaminó hacia el corredor de salida. En él, el aire acondicionado iba desapareciendo gradualmente, de modo que no se notara tan fuerte el golpe de calor al salir al exterior. Se remangó ligeramente mientras se acercaba a la boca de aquel ancho túnel de cien metros y pidió por el móvil de pulsera que le recogiera un taxi. Cinco minutos más tarde ya se encontraba dentro de uno. Indicó al taxista la dirección, se recostó en el asiento y abrió la carpeta que le había entregado Úrsula. Leyó fugazmente: «Teletransporte próximo-Concepto». Más abajo decía: «… y por motivos aún desconocidos las diferentes empresas (públicas y privadas) de ulterióntica no han dado con la solución al problema de las largas distancias en materia de teletransporte, siendo éste…». Rodrigo ya tenía ciertas nociones al respecto. Sabía que en grandes distancias no se podía utilizar el teletransporte, motivo por el que ciudades como Argerón lo habían aplicado a mejorar el tránsito de la vía pública, como si se tratara de pasos subterráneos. Lo cierto es que se trataba de un invento muy moderno, que facilitaba el paso de los peatones a través de los gigantescos cilindros de fibra de vidrio por los que circulaban los coches, pero que sobre todo daba una imagen muy futurista a la ciudad. ¿Sería eso lo que buscaba Alberto?
A continuación extrajo el pequeño disco dorado que contenía los recortes digitales de prensa. Hizo un suave gesto con el dedo y los recortes de luz aparecieron ante sus ojos, iluminándole la cara con letras y fotos invertidas. La prensa apenas había informado acerca de las desapariciones. No había más que pequeños recuadros con escasa información. Datos de rigor en un periódico insulso. Rodrigo se rascó la ceja pensando en los extraños acontecimientos que estaban sucediendo en la ciudad-estado de Argerón y en por qué su tío Eusebio había desaparecido. Su tío y mil cuatrocientas noventa y nueve personas más.
El piso de tía Elvira era modesto, aunque no le faltaba de nada. Se encontraba cerca de la periferia de la ciudad, pero justo detrás de él había un bonito parque, donde su tía solía pasear y dar de comer a las palomas en los frescos atardeceres. Claro que lo que no se imaginaba es que la mitad de esas palomas eran robots, simples adornos para una ciudad artificial, una ciudad del futuro, como Argerón. Cuando Rodrigo hablaba con su tía prefería no entrar en detalles acerca de hasta qué punto la tecnología se había involucrado en las vidas de los ciudadanos. Prefería hablar de las cosas de siempre, las que nunca cambian o, al menos, las que lo hacen en menor medida. Muchas veces Elvira le preguntaba sobre Úrsula, quien para ella era como una hija, al igual que Rodrigo. Éste no sabía nunca cómo explicarle que sólo eran novios y, a pesar de que se querían mucho, no se casarían. Actualmente, casi nadie lo hacía. Los dos preferían vivir de ese modo. A su tía tampoco le molestaba; más bien al contrario: sabía que Rodrigo tenía la suficiente confianza para hablar con ella sobre esos temas. A los dos les gustaba hablar de cosas cotidianas. Por eso, a Rodrigo le costaba sacar el tema de su tío. Aquel día notaba a Elvira algo más triste. Al final dijo:
—Yo también estoy muy preocupado por Eusebio, tía. —Su voz sonó suave a los oídos de ella y acabaron dándose un abrazo—. Estoy haciendo cuanto puedo para averiguar qué ha pasado.
—¿Pero eso se puede saber? —La voz de Elvira reflejaba impotencia—. No han dicho casi nada en la televisión y…
—No quieren que se sepa. Al alcalde no le interesa.
—Ya, hijo. Tantos años de guerra por la libertad y volvemos a la censura.
Rodrigo no sabía muy bien qué decir. En el fondo, él trabajaba dentro del sistema establecido, aunque no compartiera algunos de sus métodos. Hizo un asentimiento, en parte, dándole la razón a su tía.
—Oh, hijo, no te pongas triste tú también. Yo sólo soy una vieja a la que le gusta dar de comer a las palomas. No me hagas caso.
—Yo también echo de menos a tío Eusebio.
—Es normal, Rodrigo. Esté donde esté él también te extrañará. —Se acomodó en el sofá y bebió un poco de leche que tenía en una taza—. Estaba…
—Está —interrumpió rápidamente Rodrigo—. Seguro que sigue vivo.
—Bueno, él está muy orgulloso de ti. —Una sonrisa esperanzadora le brilló en el rostro—. Poca gente consigue aprobar una oposición para secretario del alcalde a los veinticuatro, como tú hiciste; y siendo tan buena persona al mismo tiempo.
—Muchas gracias. No sé qué decir.
—Pues no digas nada y bebe algo. ¿No quieres más zumo?
—No. Ya he tenido suficiente.
Enseguida, la conversación cambió de curso y sobrino y tía continuaron hablando de Úrsula, del parque y de la depuradora que querían instalar en el sector. Al cabo de diez minutos, Rodrigo le dijo a su tía que se tenía que ir ya. Ella le ofreció más zumo, pero no quiso más. «Voy a echar un vistazo en la biblioteca, a ver si puedo averiguar algo», dijo. Y finalmente se fue con el corazón esperanzado, no sin antes preguntarse por qué, si no habían instalado todavía la depuradora, percibía un olor desagradable al salir de allí.
Eran las dos de la tarde, pero al sol de Argerón todavía le quedaban doce horas para ocultarse detrás de la ciudad. Las brillantes puertas de salida de las oficinas esperaban, tostándose al sol y con un brillo cegador, a que decenas de miles de personas las cruzaran. El ambiente era tranquilo de momento. No había nadie por la calle. Nada más lejos de la realidad. En un segundo, como el que separa la vida de la muerte, las puertas desaparecieron y una procesión de ejecutivos, oficinistas, programadores, androides, funcionarios, operadores, pilotos, técnicos, ingenieros… inundó el precioso suelo de acero azulado, el mismo que se mantiene frío a altas temperaturas, pero que en una ciudad como Argerón, la Ciudad sol, poco ayuda para mantener frío el espíritu. Y en otro segundo, miles de destellos. Fogonazos que instantáneamente cruzaron las colosales construcciones de fibra de vidrio. Gente desmaterializada y teletransportada cientos de metros más adelante, donde les aguardaban sus lugares de retiro para comer y descansar y así poder volver una hora más tarde a su rutina diaria. Las puertas también esperaban su propia rutina, aunque no tenían alternativa…
La biblioteca era un enorme edificio piramidal de apariencia cristalina, pero sólido como una roca de Tsertes. Aquí trabajaba un gran número de androides, de los cuales se asignaba uno a cada persona que entraba (salvo que tuviera una sanción) para tareas de búsqueda de libros, archivos, etc. Justo en la entrada arbolada de la biblioteca se acercó uno con apariencia estilizada hacia Rodrigo.
—Buenas tardes, señor Sellés. —Su voz sonaba afectada. Le hizo un gesto para que pasara por el arco de la entrada al mismo tiempo que iniciaba la marcha—. ¿Qué es lo que desea?
Rodrigo estuvo unos instantes absorto contemplando el bello edificio que había donado la Universidad de Tsertes a Argerón. Miró hacia arriba como seguramente hicieron los pocos afortunados que entraron en las pirámides de Aheres. Finalmente dijo:
—Busco información acerca del teletransporte próximo.
El robot se paró y estuvo unas décimas de segundo pensando, como si estuviera procesando la información. El bonito artefacto metálico fruto de la más reciente ingeniería se giró hacia Rodrigo y mientras lo hacía los ojos le brillaron por acción del sol.
—Me temo que no es posible acceder a esa información.
—¿Cómo que no? Eso no es posible. Nunca hay restricción de información. —En su rostro la sorpresa le oscurecía la cara.
—¿No desea visionar los nuevos vídeos que hemos traído de Alakon? Las erupciones volcánicas son las más espectaculares del Universo.
—No, no me interesa. ¿Por qué no se puede acceder a la información que busco?
—¿Qué información? Debe de haber habido un error en el comando de recepción.
—Teletransporte próximo.
—No es posible acceder a la información que me está pidiendo.
—¿Y a teletransporte?
—No es posible, señor.
Rodrigo se preguntaba cómo habían podido haber hecho todo esto: el silencio casi sepulcral de la prensa, restricción de información… Su tía tenía razón. Después de tantos años de guerra volvíamos a lo mismo. Y lo peor era que él trabajaba en la alcaldía.
Para que el androide no sospechara de él, finalmente le preguntó dónde podía encontrar una de las salas de lectura. Amablemente lo llevó por diversas estancias desde las que se podía ver el cielo, gracias a las paredes y techos transparentes, hasta que llegaron a una un tanto solitaria (deseo expreso de Rodrigo). Únicamente había cinco personas en ella, acompañadas por otros tantos robots, y un gran número de helechos, que oscilaban por acción del aire acondicionado.
Allí extrajo la documentación que le había proporcionado Úrsula y disimuladamente se puso a estudiarla.
—¿Quiere un bolígrafo, un subrayador… señor Sellés? —El robot lo interrumpió súbitamente.
—No, muchas gracias. Está bien. —Rodrigo esbozó una sonrisa torcida.
«Vamos a ver…», pensó. Asociación P&T, Asociación P&T… Por fin encontró el papel. «Fundada en el año… de nuestra era como una multiplanetaria del transporte, pronto alcanzó unos beneficios notables, sobre todo en el Sistema naroniano. Durante un lustro compitió con las otras empresas del sector en aquel sistema (Preports y Tecnologías Narón), pero tras una polémica serie de juicios consiguió hacerse con el control de ambas, monopolizando el citado Sistema solar. Sus fundadores, los hermanos Sciax, extendieron los dominios de la empresa multiplanetaria a los otros dos sistemas circundantes: Fíote y Epártek, consiguiendo, de esta manera, una de las empresas más rentables de la Galaxia.» Más abajo continuó leyendo: «la Asociación P&T se ha mostrado intratable en materia jurídica. En 2368 ocasiones se le ha interpuesto algún tipo de querella relacionada siempre con competencia desleal, prácticas monopolísticas, espionaje industrial e incluso feudalismo.»
Feudalismo. Rodrigo desconocía aquella palabra.
Tampoco estaba seguro de cuál era el otro planeta habitado del Sistema naroniano. Por algún motivo sabía que había de resultarle familiar. Los planetas gemelos de aquel sistema eran Narón y…
No tardó en percibir detrás el olor característico de los habitantes de aquel planeta. Garón, claro, así se llamaba.
—No pensaba que me fuera a encontrar contigo dos veces hoy —dijo Rodrigo ya en el interior del coche con dos hombres sentados junto a él en el asiento trasero apuntándole con dos pistolas.
—Como ya habrás deducido —dijo el garoniano situado en el asiento de delante—, no ha sido simple casualidad. Por cierto, podéis bajar las armas. No hay por qué ser tan bruscos.
—Es todo un detalle por tu parte, después de haberme secuestrado.
—Yo siempre seré un científico y no…
—¿Un delincuente? —interrumpió Rodrigo.
—Exacto. Veo que ante mí no te amilanas, como haces con vuestro querido alcalde.
—¿Cómo sabes eso? —Su mirada comenzaba a traslucir temor.
—Existen muchas formas de conseguir información. —El garoniano se rascaba el arrugado cuello en un gesto nervioso—. Eso lo aprendí de la Asociación P&T.
—¿Trabajas para ellos?
—Eso no importa ahora. —Dirigió su mirada a través de la ventanilla hacia el túnel de fibra de vidrio por el que ahora circulaban—. ¿No te parece grandioso que gracias al saber científico se hayan podido construir ciudades como ésta? La verdad es que Argerón es impresionante. ¿Qué es lo que más te gusta de ella? Yo admiro los largos anocheceres; los mismos que dan inicio a una breve noche de cinco horas.
Rodrigo prefirió no contestar. Más bien no sabía muy bien cómo comportarse.
—Oh, chico, no te asustes. Si estás aquí, hablando con nosotros, es precisamente porque nos caes bien. —Los dos hombres de atrás esbozaron una sonrisa algo forzada. No tenían mucha práctica—. Vamos, para hacer esto más llevadero me presentaré. Eso es lo que se suele hacer para romper el hielo, ¿no? —Rodrigo asintió levemente—. Yo ya sé cómo te llamas y de dónde eres. Mi nombre es Rairs Coffman, soy de Garón y me doctoré hace treinta y cinco años en Ingeniería ulterióntica.
Tras unos segundos, Rodrigo dijo:
—Debiste de ser de los primeros.
—Sí, es cierto. Mi vocación se la debo al profesor Langer. Él cimentó mis saberes acerca de esta disciplina. —El doctor Rairs miraba hacia arriba recordando tiempos mejores—. De jóvenes todos somos buenos. Tenemos nuestros ideales, nuestras buenas intenciones… En el fondo, creo que entonces me parecía mucho a ti. —Rodrigo abrió los ojos, sorprendido—. Te pones a trabajar para una gran empresa… Bueno, al final no me has contestado a la pregunta.
—¿Te refieres a qué es lo que más me gusta de Argerón?
—Exacto.
—La luz que irradia. El hecho de que la llamen la Ciudad sol.
—Bonito contraste, ¿no crees? —Rairs se frotaba las sudorosas manos—. A mí me gusta el anochecer y a ti por el contrario el día. Creo que estamos destinados a entendernos.
—Me da la impresión de que no voy a tener alternativa —contestó Rodrigo irónicamente.
—Vas por buen camino, aunque no me gusta pensar en el determinismo.
—Para ti es fácil. No te están apuntando con dos pistolas.
—Piensa que son simples… —Rairs pensó cómo decirlo— formalismos. Me habría gustado que esta reunión se hubiera llevado a cabo tranquilamente, por ejemplo, en el paraninfo de una universidad, a la salida de una interesante conferencia.
—Todavía no sé qué es lo que quieres de mí.
—¡Ay! Juventud impaciente. Digamos que te puedo ayudar a encontrar a tu tío.
—Así que trabajas para ellos —dijo Rodrigo con un tono despectivo.
—Te equivocas, muchacho. Jamás trabajaría para los que me robaron la patente del teletransporte.
Rodrigo casi se quedó boquiabierto tras escuchar lo que le dijo Rairs. Necesitó un momento para asimilar todo lo que en cuestión de horas le estaba ocurriendo. Su tío desaparece, discute con el alcalde, su tía Elvira, censura, secuestro. Las palabras daban vueltas alrededor de su cabeza.
—¿Tú fuiste el creador del teletransporte próximo?
—No. —Rairs fue seco y tajante.
—¿Entonces…?
—Yo fui el creador del teletransporte. A secas. —Una sonrisa de satisfacción y orgullo llenó su rostro.
Rodrigo de nuevo no sabía qué decir. Rairs prosiguió:
—La gran empresa para la que trabajaba era Preports. Eso fue hace mucho tiempo. Me proporcionaron el dinero suficiente para sufragar mis gastos, hasta que la Asociación P&T entró en juego.
—Sé que la Asociación no utiliza métodos muy ortodoxos para…
—¿Ortodoxos? —Rairs estaba indignado, con la mandíbula torcida en una mueca de rabia—. Los hermanos Sciax son unos cerdos.
En el interior del coche se hizo el silencio. Los ayudantes del científico sabían que se ponía furioso cuando salía el tema de los hermanos, presidentes absolutos de la Asociación.
—Esos hijos de puta —continuó— llevan camino de hacerse con el cuarto sistema. Me robaron mi idea, mi proyecto y… mis ilusiones. Se adueñaron de Preports y despidieron a más de la mitad de la plantilla, entre los que estaba yo, claro; y no sólo eso, además, monopolizaron el sector e incluso hacían pagar a la gente cada vez que querían utilizar algún tipo de servicio básico que ellos controlaban. ¿Sabes cómo se llama eso, Rodrigo?
Hizo un gesto con la cabeza negando.
—Pues eso se llama feudalismo y está penado en nuestro sistema legal.
Sólo se escuchaba la respiración de los pasajeros junto con el suave zumbido de los coches que pasaban junto al del doctor Rairs. Tras el silencio, Rodrigo preguntó:
—¿Dónde está mi tío, doctor?
—Como supondrás —el científico ya se había calmado— no te puedo decir el lugar exacto donde se encuentra.
—Me lo imaginaba —convino Rodrigo.
—Estamos en un mundo comercial, o de mercaderes modernos, como dirían los más escépticos. Si colaboras conmigo, yo te ayudo.
—Me gustaría salvar a tío Eusebio.
—Muy bien. Ésas son las palabras que quería oír. Bien, seguramente te preguntarás qué es lo que estaba haciendo esta mañana en el edificio del Ayuntamiento —Rodrigo tenía la impresión de que lo que iba a escuchar a continuación no le gustaría en absoluto—. Digamos que colocando un seguro que me permitiría garantizarme tu colaboración —Rairs sonreía cínicamente.
—¡Has puesto una bomba! —Las sospechas de Rodrigo se vieron cumplidas, aunque no se esperaba algo tan salvaje.
—Tranquilo. Hemos conseguido sacar a Úrsula de allí. Lo hemos hecho como gesto de buena fe. —Justo en ese momento mostró a Rodrigo un monitor en el que se veía a su novia en casa de la tía Elvira—. La imagen es en tiempo real.
—¿Vais a matar a miles de personas y me decís que esté tranquilo?
Rodrigo hizo un gesto levantando la mano y casi al instante se vio forcejeando con los dos hombres que estaban sentados junto a él compartiendo el viaje (aunque no los motivos). Inmediatamente lo aplacaron sujetándolo fuertemente por las muñecas.
—Oh, vamos, Rodrigo, no lo estropees en el último momento. Si colaboras con nosotros no pasará nada malo. —Rairs se dirigió al conductor—: Métete por la siguiente salida.
El conductor obedeció con un asentimiento de cabeza y el científico prosiguió:
—Sólo tienes que enseñar estos documentos al Gremio de jueces. —Abrió un maletín que contenía multitud de discos, folios, etc. y lo volvió a cerrar rápidamente—. Dirás que te los ha entregado un confidente anónimo de máxima confianza. Ello provocará que inmediatamente se echen encima de ese idiota de Alberto. Al ser tú el Secretario, un puesto independiente y al que se accede por oposición, no sospecharán de ti, te creerán y se lo tomarán en serio; sobre todo, teniendo en cuenta que todos los documentos que te daré son auténticos.
—¿Por qué todo esto?
—Grandes males requieren grandes remedios, supongo —Rairs tenía una sonrisa triunfal—. El teletransporte próximo es un cuento, muchacho. No es más que una estratagema comercial de la Asociación P&T para explotar al máximo la infraestructura que ahora mismo posee como dueña absoluta de tres sistemas. ¿Qué pasaría si la gente comenzara a utilizar la tecnología del teletransporte? Seguramente, la Asociación se vería con una cantidad enorme de naves de carga, puertos y materiales que habrían quedado obsoletos. Cuando a ellos les interese, sí que darán a conocer la tecnología del teletransporte; pero cuando estén preparados para no asumir ninguna pérdida. El alcalde de Argerón hizo un acuerdo con la Asociación. Si nuestro querido Alberto desaparece del mapa, lo primero que hará la oposición será revocar todos los privilegios que se le estaban concediendo a los hermanos Sciax en la bonita y próspera Ciudad sol. Y ahora, mi querido Rodrigo, ¿aceptarás los términos del contrato que se te propone? Te digo que yo soy un hombre de palabra, no como los hermanos Sciax. Si aceptas, te devolveremos a tu tío.
—Pero, ¿cómo sabéis dónde está él?
—Fácil: tenemos buenos espías. En los últimos meses la Asociación P&T había pedido al alcalde un aumento en sus tributos por el pago de las terminales del teletransporte próximo. Alberto, pobre imbécil, se negó reiteradamente y como advertencia los hermanos Sciax desviaron a mil quinientas personas de la ciudad de Argerón hacia una prisión en otro planeta. Te lo podemos traer porque yo, como creador del sistema, también sé cómo piratearlo y puedo traer a una o dos personas sin llamar la atención.
Rodrigo pensó que no tenía más remedio que aceptar. No sabía si lo de la bomba era un farol o no, pero no tenía más salidas. Además, tenía muchísimas ganas de ver a su tío sano y salvo.
Finalmente, aceptó hacer la propuesta del doctor Coffman.
El ocaso estaba a punto de cernirse sobre Argerón. Aquella hora entre dos mundos, entre el del día y el de las tinieblas, aquella hora en que los colores se confunden, casi tanto como las emociones humanas, estaba cerca. Las sombras surgían del horizonte, de donde también lo hacían los edificios, los túneles, el asfalto. Alberto Romano se puso la chaqueta azul marino y ésta le cubrió los anchos hombros, que durante los últimos dos años habían soportado el peso del poder de la ciudad de Argerón. El largo día tocaba a su fin, al igual que su corto mandato.
De repente, la voz de una de las recepcionistas de la planta baja resonó a través de un monitor en el despacho vacío.
—Señor alcalde, la policía judicial está aquí y pregunta por usted. ¿Qué les digo?
—Dígales que suban.
Mientras la policía subía por el ascensor a toda prisa, Alberto accionó lentamente un botón oculto bajo la mesa de su despacho. Al fondo, una pared pareció tornarse frágil, como si fuera de fino vidrio, hasta que al final acabó desvaneciéndose. Detrás, las estrellas, el espacio, el infinito.
La policía se aproximó a la puerta del despacho de Alberto Romano, la cual se abría en espiral. Con las armas enfundadas, pero con los sentidos alerta, un par de ellos la abrieron. Y detrás, un suave fogonazo, una ligera brisa, nadie.
—No me esperaba esto, sargento.
—Te puedes esperar cualquier cosa de los políticos.
—¿Qué ocultaba el alcalde, Rodrigo? —Los ojos de Úrsula se iluminaban al entrar los incipientes rayos de sol por la ventana de su apartamento. Estaba amaneciendo en la Ciudad sol.
—Apenas eché un vistazo a lo que me dio el doctor Coffman, pero creo que tenía un asunto algo turbio con un miembro del Gremio de Jueces. —Se acercó a ella y ambos juntaron sus caderas, para a continuación acercar sus labios y besarse, al compás que marcaba el ritmo de sus corazones y de todo su cuerpo.
—Lo importante es que ha pasado todo y que tu tío está a salvo.
—Ha sido un día largo —suspiró.
—Todos los días son largos en esta ciudad.
Mientras se abrazaron nuevamente, los dos se quedaron absortos observando las estrellas, el espacio, el infinito.
—No esperaba que ese loco de Rairs me regalara uno de sus juguetitos.
—¿Cuándo tienes que volver al trabajo, cariño?
—La semana que viene.
—¿Adónde quieres que vayamos?
—No sé. Tenemos el universo a nuestros pies —dijo Rodrigo—. No pensaba que me fuera a perder así contigo, cuando te lo dije esta mañana.