ANECDOTARIO

Advierto que la anécdota que voy a referir es falsa; pero tiene gracia. Que me perdonen los vecinos del pueblo protagonista.

Un vecino de Cacabelos —ente autónomo de Castilla-León— creyó haber encontrado la cuadratura del círculo y, lleno de orgullo, quiso hacer público el suceso; pero revelaba tanta ignorancia al tratar de la materia que un periódico publicó los versos siguientes:

En Cacabelos un chulo

acaba de descubrir

la cuadratura del circulo.

Ya de hoy más nadie le ladra

a esta sublime criatura

que ha dado por fin en la cuadratura.

¡Denle al instante una placa

que bien la merece, oh cielos!,

el ciudadano de Cacabelos.

Ignoro quién es el autor de estos versos; si algún lector me lo puede decir, se lo agradeceré.

El músico francés Rameau parecía, a veces, distraído y en realidad es que sólo pensaba en la música; lo demás no le importaba.

Un día se hallaba de visita en casa de una señora y de repente agarró a un perro de lanas que allí había y lo echó a la calle por la ventana. La dueña de la casa, indignada, dijo:

—Pero ¿qué habéis hecho? ¿Por qué?

Rameau, con gran ingenuidad, preguntó:

—Pero ¿no se ha dado cuenta? ¡Desafinaba!

La actriz Dolores del Río preguntó en cierta ocasión a María Félix, otra gran actriz:

—¿Qué haces para parecer tan joven?

—Serlo.

He aquí una buena respuesta, pues, en muchos casos, la voluntad de ser joven añade bríos a la madurez. Digo la madurez y no la vejez. Nada más ridículo que un viejo verde: aquel que cree esconder su edad a los demás empezando por no querer confesársela a sí mismo. Para ser joven hay que vivir con los jóvenes; pero no como los jóvenes. Si se vive con ellos, sin darse cuenta uno, participará de sus ideas, compartiéndolas o no, pero comprendiéndolas, y es más fácil comprender a un joven que no que éste comprenda a un viejo. De algo ha de servir la experiencia, que es la suma de fracasos que uno ha tenido en la vida. Pero hay quien no los ha sabido aprovechar y otros que, como no han hecho nunca nada, no han fracasado jamás.

Y, hablando de viejos. Talleyrand, ya en el ocaso de su vida, se enamoró de una dama de la corte que no quiso saber nada de él.

—Es encantador, pero demasiado viejo —decía a sus amigos.

Pero Talleyrand, ilusionado, y no se pueden tener ilusiones a cierta edad, le escribía cada día una cartita. Al fin la dama —que no lo debía ser tanto, por lo que sigue— le contestó con una carta que decía:

«Señor: Me serviré de su próxima carta para limpiarme el culo». Pido perdón por la frase, pero la he traducido exactamente. Talleyrand respondió con una cuarteta que, mal traducida, decía:

Papelitos, os envidio.

Id, seguid vuestro destino,

pero al pasar, por favor,

anunciadme a vuestro vecino.

Se cuenta, y el saberlo es necesario para comprender la anécdota que sigue, que el sultán de Turquía cada noche pasaba revista a las mujeres de su harén, y ante aquella que escogía para pasar la noche tiraba un pañuelo. Pues bien, un día de 1714 el mariscal de Villeroy llegó a Lyon, donde se dieron fiestas en su honor. Una dama le preguntó:

—Mariscal ¿ha tirado su pañuelo ante alguna dama?

—Señora, ya no me sueno —fue la respuesta.

Otra frase de Talleyrand. Una señora muy fea le dijo:

—Parece que os habéis vanagloriado de haberos acostado conmigo.

—¿Vanagloriado? No, señora. Me he acusado.

Del mismo Talleyrand —se atribuye también la anécdota a otros hombres políticos y puede servir aún ahora— se dice que cuando estaba a las puertas de la muerte un médico dijo:

—Por el momento no hay peligro. El corazón funciona bien.

—¡Claro! ¡Ha servido tan poco! —fue el comentario.

Francisco Bergamin, ilustre político y catedrático, examinaba a un alumno que estaba pez. Queriendo salvarle le dijo:

—Hábleme usted de la letra de cambio. Silencio del alumno.

—¿No sabe usted lo que es una letra de cambio?

—No, señor —fue la tímida respuesta.

—¡Dichoso de usted! —suspiró Bergamin

Como comprenderán mis lectores, esto ocurrió cuando las letras de cambio se pagaban religiosamente. Ahora entre el protesto de letras y las letras de protesta estamos hasta las narices.

Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, un día dijo a su criado:

—Tráeme las botas.

Así lo hizo el criado, presentándolas llenas de barro.

—¿Por qué no has limpiado las botas?

—Como sabía que ibais a salir y los caminos están llenos de barro, me ha parecido que era inútil limpiarlas.

Swift no dijo nada, pero al poco rato el criado le pidió la llave de la despensa.

—¿Para qué la quieres?

—Para sacar comida, aún no he almorzado.

—Pues mira: como de aquí a unas horas volverás a tener hambre, no vale la pena de que comas.

La adulación es el arte que tienen algunos de decirte a la cara lo que no dirán a tus espaldas. Un rasgo servil y ridículo es el del cardenal de Estrées ante Luis XIV de Francia. Éste se quejaba de que perdía los dientes.

—¿Dientes? —dijo el cardenal—. ¡Bah! ¿Quién usa dientes hoy en día, señor?

Debía de ser el mismo que le dijo al mismo rey que le preguntó la hora:

—Es la hora que Vuestra Majestad desee.

Otro rasgo de adulación contado en sus Historiettes, por Tailemant des Reaux. El cardenal Richelieu dio en escribir comedias, muy malas por cierto, y un sacerdote lisonjero y adulador, llamado Cotin, empezó un sermón diciendo:

—Eminencia, Jesús terminó el drama de nuestra salvación en el teatro de la Cruz…

Una frase de Cervantes que vale por una anécdota. Se encuentra en El licenciado Vidriera: «De las damas que llaman cortesanas que todas o las más tienen más de corteses que de sanas».

Watt, el célebre inventor inglés de gran humanidad y cuya vida es la expresión de un continuo trabajo, dio una vez una contestación lapidaría:

—¿Cuál es vuestro mayor placer? —le preguntaron.

—No he conocido más que dos placeres en mi vida —contestó—: la pereza y el sueño.

Que ustedes duerman bien.