LOS MONARCAS TRAGALDABAS

Pedro Antonio de Alarcón, en su Viajes por España, dice a su paso por Yuste: «Carlos V fue el más comilón de los emperadores habidos y por haber. Era más flamenco que español, sobre todo en la mesa. Maravilla leer (pues todo consta) el ingenio, verdaderamente propio de un gran jefe de estado mayor militar, con que se resolvía la gran cuestión de vituallas, proporcionándose en aquella soledad de Yuste los más raros y exóticos manjares. Sus cartas y las de sus servidores están llenas de instrucciones, quejas y demandas, en virtud de las cuales nunca faltaban en la despensa y cueva de aquel modesto palacio de Yuste los pescados de todos los mares, las aves más renombradas de Europa, las carnes, frutas y conservas de todo el universo. Con decir que comía ostras frescas en el centro de España, cuando en España no había ni siquiera caminos carreteros, bastará para comprender las artes de que se valdría para hacer llegar en buen estado a la sierra de Jaranda sus alimentos favoritos».

Carlos I usaba aperitivos de gran fuerza y exigía comidas cada vez más abundantes y, como se diría hoy, más sofisticadas. Por ello, uno de sus mayordomos, el barón de Montfalconnet, un día, aludiendo a la afición que el emperador sentía por los aparatos que le construía Juanelo Turiano, le dijo:

—No sé ya cómo complacer a Vuestra Majestad; como no sea haciéndole un plato de relojes…

Hay que decir que Carlos I tenía en Yuste una colección de ellos verdaderamente impresionante y, una vez, contemplándolos, dijo:

—He querido aunar diez pueblos y no soy capaz de que estos relojes, a los que doy cuerda cada día, den a la vez la misma hora.

Uno de sus descendientes, Felipe IV, organizaba en su corte orgías gastronómicas que hoy nos parecen imposibles. He aquí lo que dice Barrionuevo en sus «avisos» correspondientes al año 1657 (BAE, vol. CCXXIII, pág. 53):

«Miércoles 17. De éste se hizo en la Zarzuela la comedia grande que el de Liche tenía dispuesta para el festejo de los Reyes. Llovió a cántaros, que parece se habían desgajado esos cielos, como lo han hecho en Madrid diez días arreo.

»Hubo una comida de mil platos y una olla disforme en una tinaja muy grande, metida en la tierra, dándole por debajo fuego, como a horno de cal. Tenía dentro un becerro de tres años, cuatro carneros, 100 pares de palomas, 100 perdices, 100 conejos, 1000 pies de puerco y otras tantas lenguas, 200 gallinas, 30 perniles, 500 chorizos, sin otras 1000 zarandajas. Dicen que costó 8.000 reales, siendo lo demás de ello presentado. Todo cuanto aquí digo es la verdad, y ando muy corto, según lo que cuentan los que allá se hallaron, que fueron de 3000 a 4000 personas, y hubo para todos y sobró tanto, que a costales lo traían a Madrid, y yo alcancé unos relieves o ribetes. Todo esto, fuera de las tostadas, pastelones, empanadas, cosas de masa dulce, conservas, confituras, frutas y diversidad de vinos y aguas extremadas».

¡Hay que ver qué estómago tenían los cortesanos del rey poeta!

Por cierto que a Felipe IV le llamaban sus aduladores el Grande, lo que hizo que Quevedo apostillase:

—A nuestro rey le llaman el Grande, al estilo de los agujeros, que cuanta más tierra les quitas más grandes son.

La alusión a la pérdida de territorios europeos por parte del rey español no podía ser más clara.