¿CUÁNDO SE INVENTÓ EL PURGATORIO?

La pregunta que me hace una oyente de Valencia tiene su miga y creo que un poco de mala intención. Que me perdone si no es así.

Preguntar ¿cuándo se inventó el purgatorio?, significa que se cree que un buen día alguien se sacó de la manga tal idea y la lanzó sobre la mesa sin antecedentes de ninguna clase y tal cosa no es cierta.

La pregunta debería contestarla un teólogo más que un historiador, pero yo, que no soy ni una cosa ni otra, voy a intentar la respuesta advirtiendo de antemano que soy católico, creyente, militante y practicante y que sólo a través de este prisma debe interpretarse lo que digo.

Por casualidad llegaron a mis manos unos números de la revista brasileña Familia Crista del año 1981 que contienen unos artículos que me sirven para satisfacer a mi consultante.

San Pablo, en su primera epístola a los corintios (3.13-15) dice: «La obra de cada cual se pondrá de manifiesto; porque el día lo descubrirá por cuanto un fuego se ha de revelar y la obra de cada uno, que tal sea el fuego mismo lo aquilatará. Si la obra de uno, que él sobreedificó, subsistiese, recibirá recompensa; si la obra de uno quedaba abrasada, sufrirá detrimento; él sí se salvará, aunque así como a través del fuego». De este pasaje toman los teólogos católicos un argumento a favor del purgatorio.

Pero mucho antes, en el libro segundo de los macabeos, ya se dice que Judas Macabeo «mandó hacer una colecta… para ofrecer un sacrificio expiatorio, obra bella y noble en el pensamiento de la resurrección porque si no hubiese creído que los caídos resucitarían, superfluo y vano era orar por los muertos… Por esto hizo el sacrificio expiatorio por los muertos para que fuesen librados del pecado». (43-46).

Bien: ya tenemos una base judía y otra cristiana sobre el concepto de expiación y la posibilidad y el deber de rogar por los difuntos.

El texto de san Pablo es comentado en el sentido tradicional por Orígenes, san Agustín, Cesáreo, san Ambrosio, san Gregorio Magno, etcétera.

Pero fue en 1254 cuando el papa Inocencio IV, con motivo del I Concilio de Lyon, se inventó la palabra «purgatorio». La mentalidad de la época debe comprenderse hoy desde un punto de vista histórico. Se imaginó el purgatorio como un lugar y un tiempo. Es decir, como un infierno temporal en el que las almas espirituales recibían unos castigos materiales que se podrían mitigar o abreviar por medio de sufragios, sacrificios o indulgencias.

Veinte años después, en 1274, en el II Concilio de Lyon se denominó al purgatorio Catarterio, del griego Catarsis o purificación. Pero la nueva palabra no cuajó.

Digamos de paso que fue en este mismo concilio donde se concibió la idea del limbo, que la Iglesia no declaró nunca verdad de fe y hoy los teólogos no aceptan.

En 1476, el papa Sixto IV, sintetizando las ideas del Concilio Ecuménico de Florencia, que había tenido lugar en 1445, declaró algo que luego tuvo una gran trascendencia en la historia de la Iglesia: «Los que murieron en la luz de la caridad de Cristo pueden ser ayudados por las oraciones de los vivos. Y no sólo eso. Si se dieren limosnas para las necesidades de la Iglesia las almas ganarán la indulgencia de Dios».

Estas palabras que en sí sólo significan un sacrificio material, o pecuniario, fueron aprovechadas para abusos sin cuento, como los del dominico Tetzel, que provocaron las célebres tesis de Lutero en Wittemberg y que desembocaron en el protestantismo.

En los países católicos no faltaron quienes dudaban de la eficacia del método. Se cuenta que en Madrid, el conde de Villamediana entró en una iglesia en la puerta de la cual se pedían limosnas para las almas del purgatorio.

—¿Están seguros de que mi limosna puede sacar un alma del tormento a que está sometida? —dijo el conde.

—Completamente seguro, señor.

El conde echó un ducado en la bandeja.

—Acabáis de sacar un alma del purgatorio —le dijo el solicitante.

El conde recogió el ducado en seguida diciendo:

—Pues bien tonta será si allí vuelve.

La doctrina que los teólogos católicos siguen en la actualidad es la de que el purgatorio no consiste en un lugar y un tiempo, sino en una situación y una intensidad. Dios, en el momento del tránsito, cuando el alma ya no está presa de las limitaciones y condicionamientos que la vida le ha impuesto, se muestra a ella y le da la posibilidad de escoger. El alma en aquel breve instante percibirá todo su egoísmo, su fe perdida o abandonada; pero también sus gestos de amor y sus buenas acciones y escogerá libremente.

Ni que decir tiene que yo creo profundamente en la infinita misericordia de Dios.