DEL AJEDREZ

Empecemos por el nombre. ¿Cuál ha sido la razón por la que este juego llamado en catalán escacs, en francés échés, en italiano scacchi, se llame en castellano ajedrez? Consultemos al inevitable e insustituible Corominas.

De origen sánscrito, en el Poema de Alexandie se le llama axadrezes, en el Calila y Dimna, axedrez, mientras que en el Poema de Fernán González se le denomina escaques. La primera documentación es de 1250 aproximadamente. El nombre originario seria shaturauga, el de cuatro cuerpos, que «hace alusión a las cuatro armas del ejército indico: infantería, caballería, elefantes y carros de combate simbolizados respectivamente por los peones, caballos, alfiles y torres del ajedrez».

Continuemos con divagaciones filológicas. ¿Ustedes saben que la frase ni rey ni roque viene del juego del ajedrez? José María Iribarren, en su libro El porqué de los dichos, afirma que Clemencín en sus notas al Quijote dice que «se usa para excluir todo género de personas aun las de mayor consideración como son las piezas del rey y del roque en el ajedrez».

«Roque era la pieza que hoy llamamos torre, y así —dice Rodríguez Marín comentando el Quijote— hacen mal los que escriben roque, con mayúscula, como si se tratase del nombre del santo llagado, que tiene el perro a los pies y es abogado contra la peste».

Covarrubias, en el Tesoro de la lengua castellana o española —nunca sé si debo escribir Covarrubias como se transcribe comúnmente, o Cobarruvias como lo declara la portada del libro, 1611—, dice en la voz Roque: «una pieza de las del juego de ajedrez que sinifica (sic) la fortaleza que se levanta y edifica en la frontera de los enemigos y assi están puestos los roques en las dos casas extremas que hazen esquinas». De aquí proviene el verbo enrocar, que significa, según el Diccionario, «mover el rey hacia una de las torres y pasar éstas al otro lado del rey».

Por cierto que el citado Covarrubias, cuando describe el ajedrez, dice cosas estupendas como las que siguen:

«Axedrez. Es un juego muy usado en todas las naciones, y refiere Polidoro Virgilio, De inventione rerum (lib. 2, cap. 13), que “el juego del axedrez se inventó cerca de los años de mil y seyscientos y treynta y cinco de la creación del mundo, por un sapientíssimo varón dicho Xerses, el qual queriendo por este camino enfrenar con algún temor la crueldad de cierto príncipe tirano, y advertirle con esta nueva invención, le enseñó por ella que la magestad sin fuerzas y sin ayuda y favor de los hombres, vale poco y es mal seguro. Porque en este juego se hazla demostración que el rey podia ser fácilmente oprimido, si no anduviesse cuydadoso de si y fuesse de los suyos defendido, como se vee en el entablamiento de las piezas, y en el movimiento y uso dellas. Porque a las esquinas se ponen los roques, que son los castillos roqueros, junto a ellos estavan los arfiles, corrompidos del alfiles, que vale tanto fil como elefante, porque peleavan con ellos, como es notorio; y nota que marfil vale tanto, en arábigo, como diente o cuerno de elefante. Tras ellos los cavallos, figurando en éstos la cavalleria, la reyna, el consejo de guerra, la prudencia, y éstos llevan en medio al rey. Delante en la vanguardia van los peones, que es la infantería. Los escaques, ab scandendo, porque se va por ellos subiendo a encontrar con el enemigo; y todos ellos en común, trevejos, de trevejar, que es cutir y herirse unos con otros, de donde se dixo día de trabajo y dia de cutio. Y aunque arriba hemos dicho que axedrez tomó nombre de Xerses, Diego de Urrea dize ser nombre persiano, dicho en su lengua sadreng, começon de sarna, porque los jugadores de axedrez siempre traen inquieto el juyzio mientra juegan y dentro y fuera se están rascando y concomiendo. Los árabes corrompieron el vocablo, y dixeron xatrang, y nosotros le corrompimos más llamándole axedrez”».

Sigamos con las etimologías. No sé si se habrán dado cuenta mis lectores que el estudio etimológico de una palabra tiene algo de problema detectivesco. ¿Quién mató al mayordomo? ¿Quién inventó esta palabra? ¿Por qué? ¿Cómo se llega a descubrir el caso? Vamos a jugar a Agatha Christie de los vocablos.

Ustedes saben que la jugada final es el jaque mate —a mí me lo han explicado porque debo confesar, y eso que quede entre nosotros, que no sé jugar al ajedrez—. La palabra jaque viene del árabe o persa shah, rey. Como el juego del ajedrez llegó a Europa desde la India a través de los árabes y de los persas, es lógico que palabras de estos idiomas se encuentren en el vocabulario escaquístico. De la misma palabra shah derivan las de escac o escaque.

¿Cuándo entró este juego en España? Iribarren, en la obra ya citada, afirma que fue «entrada la segunda mitad del siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X el Sabio», lo cual deja mucho de ser cierto. Sí lo es que Alfonso X escribiera en 1270 un «libro de ajedrez, dados y tablas», pero, en 1188, el Concilio de París había prohibido el juego por cruzarse en él cuantiosas apuestas. En Cataluña hay constancia del ajedrez el año 1010, ya que en el testamento de Ermengol de Urgell de esta fecha se consigna un juego de «scachs». En 1390 se prohibió en Cataluña y Aragón por las mismas razones que en París y en 1551 lo prohibía en Rusia el zar lván IV.

En España se hizo célebre el nombre de Ruy López de Segura, que en 1561 trató del ajedrez con gran maestría. Varias asociaciones ajedrecistas llevan su nombre en nuestro país, como en Francia el de Philidor —gran jugador y excelente músico—, que en 1749 trató del tema. Su verdadero nombre era François A. Danican.

El origen del juego está envuelto en la leyenda. Dice ésta que, en tiempos muy lejanos, había en la India un poderoso rey que, emborrachado por su autoridad, se había convertido en un tirano. Para combatir su aburrimiento, un brahmán llamado Sissa inventó el ajedrez, un juego en el que la pieza principal es un rey, pero que puede ser salvado incluso por un humilde peón, sacrificándose si es necesario. Al rey le gustó el juego, que pronto aprendió y, lleno de entusiasmo, dijo a Sissa:

—Pídeme lo que quieras que te lo concederé.

—Pues te pido que me des los granos de trigo que sumen los contenidos en las casas del tablero. Pon un grano en la primera, dos en la segunda, cuatro en la tercera y en las demás ocho, dieciséis, treinta y cuatro, sesenta y ocho y así sucesivamente.

—Poco es lo que pides —dijo el rey—. Mando que te lo den ahora mismo.

Pero cuál no fue la sorpresa de los tesoreros de palacio cuando vieron que la cantidad pedida superaba en mucho la cosecha de años y años. En efecto, la suma total de granos sería de 18446073709551615.

—Ahora aprenderás, ¡oh rey!, a no hacer promesas sin saber a punto fijo si las puedes cumplir.

Por cierto que, cuando dije la cifra anterior por radio, me sucedió un caso curioso. Fueron muchos los oyentes que telefonearon diciendo que me había equivocado, ya que el resultado debía ser una cifra par… 2… 4… 8… 16… 32…, etc. Al primer momento les di la razón porque, teniendo en cuenta que en matemáticas soy un cero absoluto, creí haberme equivocado al copiar el número del libro del que lo había sacado. Pero no: la copia estaba bien hecha, el autor del libro me merecía toda la confianza. ¿Qué había pasado? De pronto comprendí. Efectivamente, la cifra de los granos de las diversas casas era par y par la de la última por supuesto. Pero lo que pedía Sissa era la suma de todos los granos de todas las casas, todas en cantidad par, menos la primera que contenía un solo grano que, unido a la suma par de todas las casillas la convertía en impar. ¿Está claro?