Dice el Diccionario de la Academia: Batiburrillo; Baturrillo, y en esta voz la define así: «(de batir, mezclar, revolver) m. Mezcla de cosas que desdicen entre sí. Úsase más tratando de guisados, fig y fam. En la conversación y los escritos, mezcla de expresiones inconexas y que no vienen a propósito».
Doy, pues, cabida en este capitulillo a una serie de respuestas a oyentes o anécdotas sueltas que creo que pueden ser amenas y que no tienen otro nexo entre sí que el de haber sido radiadas en algunas ocasiones.
¿El año bisiesto ocurre cada cuatro años? Aproximadamente, sí. En principio es año bisiesto todo aquel cuya cifra es divisible por cuatro. En los años que rematan un siglo son solamente bisiestos aquellos en que las dos primeras cifras son divisibles por cuatro, por ejemplo, 1200, 1600, 2000, 2400, etc. Ahora bien, los otros, como 1900, no son bisiestos. El año 2000 lo será. Que vivamos para verlo.
¿Cuándo empieza el siglo XXI? Ésta es una pregunta que se me ha hecho repetidas veces. Vamos a empezar por otra pregunta: ¿cuándo tiene usted cien pesetas? Respuesta: cuando ha llegado a la cifra 100, luego el segundo centenar de pesetas empezará con la peseta 101. Lo mismo ocurre con los siglos que son centenares de años en vez de serlo de pesetas. El año 2000 será el último año del siglo XX y el 2001 el primero del siglo XXI. Pero ya serán ustedes, espero que lo veamos, cómo al llegar al cambio de cifra habrá gente que dirá «¡Entramos en el siglo XXI!». Fascinación del dos mil. Lo celebraremos sin duda —por lo menos así lo espero—; pero celebraremos el cambio de número ¡2000!, no el cambio de siglo, que será al año siguiente.
¿De dónde viene la palabra «bigote»? Antes de que me hicieran esta pregunta, el origen de la palabra lo tenía muy claro. Cuando Carlos I llegó a España iba acompañado por una serie de caballeros flamencos y alemanes que venían a nuestra patria con grandes ínfulas y como país conquistado. El bigote era una de sus características, pues empezaba a estar de moda en la sociedad alemana por influjo de los lansquenetes o soldados mercenarios, muchos de ellos de origen bajo alemán o suizo. Su aire de superioridad y su fácil blasfemia herían la sensibilidad de los españoles, que oían continuamente la expresión bey Gott!, equivalente al nuestro «¡Vive Dios!», al propio tiempo que afilaban sus apéndices pilosos del labio superior. De aquí la palabra bigot, pero como se usaba con anterioridad todo hace suponer que tal palabreja debió llegar a España con los caballeros que entraron en ella con Felipe el Hermoso. De todos modos, el origen germánico parece indudable. ¿Y mostacho? Esto es más fácil. Deriva del francés moustache, que, según Dauzat en su Dictionnaire étymologique, tiene su origen a finales del siglo XV del italiano mostaccio llegado a Venecia con la moda del bigote del bajo griego mustaki en griego clásico mustak, labio superior, en dialéctico dórico y no olvidemos los versos de Moratin:
Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia,
todos los niños, en Francia,
sabían hablar francés.
—Arte diabólica es
—dijo, torciendo el mostacho—,
que para hablar en gabacho
un hidalgo en Portugal
llegue a viejo y lo hable mal
y aquí lo parla un muchacho.
Por cierto que en Portugal todos los chistes que nosotros atribuimos a los portugueses —«O Terror dos mares»…, etc.—, los atribuyen a los españoles. Curioso, ¿no?
¿Cómo se puede definir el amor? Yo no creo en él, pero me gustaría saber qué es. ¡Ay, amigo mío! Lo siento por usted, pero el amor es la cosa más maravillosa del mundo. Llega no se sabe cómo y se va no se sabe por qué. Un escritor italiano, Guglielminetti, dijo que «el amor es la necesidad humana que más se parece al hambre». Otro escritor italiano afirmó que «el amor es un sueño y no debe creerse en los sueños». Pero a este respecto le voy a contar un apólogo chino. Su autor dice: «Una vez yo, Chang Tou, soñé que era una mariposa que vagaba de un lado a otro. Me daba cuenta de que seguía mi fantasía y mis deseos de mariposa e ignoraba y desconocía mi calidad de hombre. De improviso desperté y volví a ser yo. Y ahora no sé si era un hombre que soñaba ser mariposa o soy una mariposa que está soñando ser hombre». En griego, psiché tenía el doble significado de alma y mariposa. ¿Quién sabe?
¿Quién dijo la frase «después de mí el diluvio»? Se atribuye la desdichada frase a Luis XV de Francia, pero es seguro que jamás la pronunció. Se dice que en un momento de desaliento, cuando se encontraba frente al Parlamento, dijo: «¡Bah!… Las cosas durarán por lo menos tanto como nosotros». En la Encyclopedie des citations, de P. Duré, se afirma que quien pronunció dichas palabras fue Jeanne-Antoinette Poisson, más conocida por su título de marquesa de Pompadour, en noviembre de 1757, después de la derrota de Rossbach, ante el pintor La Tour, que pintaba el retrato de la favorita. Como viese al rey entristecido le dijo: «No os aflijáis demasiado. Acabaréis enfermo. ¡Después de nosotros el diluvio».
¿Qué origen tienen el yugo y las flechas que usaba la Falange? Parece mentira que, a estas alturas, se me haga una pregunta semejante. Durante cerca de cuarenta años se nos ha enseñado y repetido que eran el emblema de los Reyes Católicos. La Falange no inventó nada, sino que lo adoptó como significación de su intento de volver a España al momento culminante de su gloria. Para que nadie dude del origen del yugo y las flechas, copio del libro El Trivio y el Cuadivirio, de Joaquín Bastus, editado en Barcelona en 1862, es decir, mucho antes de que se inventara la Falange, las líneas que siguen.
Se refiere a una costumbre de los esposos en el siglo XV. «Solía tomar cada uno de los esposos una empresa o blasón cuya inicial correspondía al nombre del otro; por ejemplo: elegía una Mariposa o una Manopla el caballero cuya esposa se llamaba María y ésta adoptaba la de un Capacete o un Corazón, cuyas respectivas iniciales M y C correspondían a María y Carlos, Mariposa y Capacete o Manopla y Corazón.
»Ovando, en sus quincuagenas, hablando de los Reyes Católicos dice: “Entre otras pequeñas pruebas del mutuo afecto que se profesaban Fernando e Ysabel (sic) puede mencionarse que no sólo en la moneda pública, sino aun en sus efectos particulares, en los libros y otros artículos de su propiedad personal, se veían estampadas juntas las iniciales F. Y., o bien el blasón de sus empresas que eran la del Rey un Yugo y la de la Reina un haz de Flechas”».
Quien visite San Juan de los Reyes, en Toledo, o cualquier otro lugar mandado construir por los Reyes Católicos verá dicho emblema repetido hasta la saciedad. A veces, el yugo y las flechas van unidos, otras separados. Unas veces las flechas son tres, cinco o seis, pero el emblema se mantiene.
Por cierto que, en París, me sorprendió ver el yugo y las flechas en la verja de un palacete de la Avenue Marigny, a la izquierda según se sube, partiendo de la Avenue des Champs Elysées. Parece ser que perteneció a un miembro de la familia Rothschild casado con una sefardita.