Copio del Diccionario de uso del español, de María Moliner: «Ensalada. Fig. Mescolanza, pisto, revoltijo. Cualquier mezcla de cosas heterogéneas».
En algunos atlas se ve a un hombre sosteniendo sobre sus hombros al mundo. ¿En qué se basa esa imagen? Es un error. Atlas era un personaje de la mitología griega que se sublevó contra los dioses poniéndose al lado de los gigantes que querían arrebatarles el poder. Zeus —en la mitología latina, Júpiter— le condenó a sostener eternamente, no la Tierra, sino la bóveda celeste. El semidiós Atlas apoyaba sus pies en la Tierra y sobre sus hombros sostenía los cielos. En algo debía poner sus pies, y los griegos creyeron que sólo en nuestro planeta podría hacerlo. Recuérdese que en aquel entonces se creía, generalmente, que la Tierra era el centro del universo.
La primera obra que llevó el título de Atlas fue la de G. Mercator-Krener, Atlas sive cosmographiacae meditationes de fabrica mundi en 1594.
Cuando se dice que un hombre sufre los avatares de la vida, ¿qué se entiende por ello? Generalmente se identifica la palabra avatar por aventura, tropiezo o vicisitud por la que pasa un hombre a lo largo de su vida. Ello es erróneo. Avatar significa exactamente cada una de las encarnaciones de Vishnú a lo largo de los tiempos. Avatar está, pues, relacionado con las metamorfosis o reencarnaciones de un ser en la eternidad. En una sola vida no puede haber más que un solo avatar.
El himno republicano español es el Himno de Riego, ¿cuál es su origen? El Himno de Riego fue el himno oficial de España durante la Segunda República. La letra fue compuesta por el duque de San Miguel, primero de su título, que entonces —1820— era capitán de artillería; la música se debe, según parece, a Francisco Sánchez, músico de plaza del regimiento de Valencia en la misma época. Y digo «según parece», porque hay quien asegura que la música era una contradanza compuesta en Barcelona, algunos años antes por José Ricart, aficionado conocido en la ciudad condal.
¿La Biblia es el libro más traducido del mundo? No, el autor más traducido del mundo es Lenin, con 2.330 traducciones en 1976. Seguía la Biblia, con 1937 traducciones, según el Indez Traslationorum. Pero como obra completa tal vez, o seguramente, la Biblia supera a las traducciones de varias obras de Lenin. Shakespeare, Tolstoi, Julio Verne y Cervantes van por las 2 000 traducciones.
En la antigüedad ¿se conocía el petróleo? Indiscutiblemente. Como producto natural que es, era conocido por los pueblos orientales que ahora viven de él; pero no le dieron gran importancia. Por otro lado, al no haberse inventado la maquinaria moderna, no tenía una gran aplicación. Ni siquiera para alumbrarse. Lo usaban en cambio con fines terapéuticos. Lo llamaban nafta y sabían que «se encendía al contacto con una llama o sólo a la vista del esplendor de la misma».
Plutarco, en Vida de Alejandro, explica que un tal Atenófanes Ateniense usaba nafta para masajes al rey y le servía en el baño, e incluso trataba de distraerle con amenos entretenimientos. Era, pues, un bufón más o menos disimulado. Un día, mientras Alejandro se bañaba, vio junto a él a un pajecillo, un poco tonto, pero que sabía cantar muy bien, y no se le ocurrió nada mejor que decir al rey:
—¿Quieres que probemos el efecto de la nafta en esta paje? Si lo rociamos de nafta, le prendemos fuego y no se apaga se podría decir que tu valor es verdadero y grande.
A esta estúpida proposición asintió el pajecillo y se ofreció para la prueba. Le untaron de nafta, le pegaron fuego y éste se propagó de tal manera que Alejandro tuvo miedo. A base de baldes de agua pudieron apagar el incendio, pero la pobre victima del mismo sufrió graves quemaduras y durante mucho tiempo no pudo valerse por sí mismo.
Los antiguos caldeos usaban el petróleo, el betún y el asfalto con fines terapéuticos, como ya se ha dicho, especialmente para enfermedades de la piel. El betún es, según el Diccionario de la Academia, el «nombre genérico de varias sustancias combustibles, que se componen principalmente de carbono o hidrógeno y se encuentra en la naturaleza en estado líquido, oleoso o sólido». Según Plinio, «es desinfectante y hemostático; el olor de su humo hace huir a las serpientes venenosas; el betún de Caldea y Babilonia se recomienda para las cataratas, la lepra y el prurito y como linimento; en friegas continuas, cura la gota; si se mezcla con sosa, cuida la dentadura y es óptimo contra la piorrea; si se mezcla con vino, cura las bronquitis por crónicas que sean»…, y así sucesivamente.
Una cosa curiosa indica Varrón: dice que el petróleo es un gran desinfectante contra las enfermedades producidas por «animalillos invisibles». No se olvide que la palabra «microbio» —es decir, «pequeña vida»— fue inventada solamente en 1878 por Ch. E. Sedillot a consecuencia de los descubrimientos de Pasteur.
¿Cuándo se inventaron las «montañas rusas»? En Rusia parece que, ya desde tiempo antiguo, se usaban sistemas más o menos mecánicos para sustituir al placer de deslizarse por las montañas nevadas en trineos o artilugios semejantes. Fueron introducidos en Occidente en 1816, cuando un tal M. Populos las instaló en París.
La base de las monarquías constitucionales se encuentra en la frase «El rey reina, pero no gobierna». ¿Quién lo dijo? Copio del libro El trivio y el cuadrivio, de Bastús.
«Esta expresión la soltó el primero M. Thiers en la tribuna nacional de Francia, y los periódicos la comentaron por mucho tiempo; los unos rebatiéndola como una herejía política, y los otros haciéndola prevalecer como uno de los principios fundamentales del gobierno representativo.
»En general fue considerada esta proposición como un resumen de la doctrina gubernamental del Parlamento inglés, y también como una reminiscencia del abate Sieyés, cuando propuso el titulo de jefe supremo del Estado, a manera de una rica e inamovible prebenda, al general Bonaparte, y que éste rechazó bruscamente con la tan sabida frase, que no quería representar el papel de «un cochon al engrais»: un cerdo al engordadero.
»Pero lo particular es que, entre tantos hombres célebres como de dicha proposición hablaron, y tomaron parte en las acaloradas polémicas que acerca de ella se promovieron, a ninguno, como observa un ilustrado escritor, se le ocurrió hacer presente que aquel principio no era más que la reproducción textual de una de las máximas de los sabios del Daghestán».
Bien que, como añade el indicado escritor, el mismo hombre de Estado que anunció desde la tribuna aquel principio, ignoraba sin duda este origen.
Debo confesar que hasta haber leído esta página no conocía la existencia del Daghestán o Daglestán, que escriben otros. He sabido después, consultando una enciclopedia, que Daglestán es una república autónoma de la URSS, de 38.200 km2 y 100.0000 de habitantes. Está a orillas del mar Caspio.
Pero lo cierto es que el señor Thiers —don Adolfo para sus íntimos— no pronunció jamás esta frase en ninguna tribuna nacional. Se encuentra la idea en dos artículos, no firmados pero sin duda suyos, en el periódico Le National, correspondientes a los días 30 de enero y 4 de febrero de 1830, antes de la revolución que destronó a Carlos X. Por otra parte, en 1605, Jan Zamoyski la pronunció en la Dieta o Parlamento de Polonia dirigiéndose al rey Segismundo III.
Sea como fuere, venga de Francia, de Polonia o del Daghestán, la frase ha quedado como fórmula de los reinos constitucionales, en contraposición a la de «El Estado soy yo», característica de las monarquías absolutas.