Impresiona examinar la descendencia legal o legítima del rey Felipe IV. De su primera esposa Isabel de Borbón tuvo los hijos siguientes: Carlos Baltasar, muerto en plena juventud. Margarita María, muerta en la infancia. Margarita María Catalina, muerta en la infancia. María, muerta en la infancia. María Antonieta, muerta en la infancia; y María Teresa, que se casó con Luis XIV, rey de Francia. De su segunda esposa y prima carnal María Ana de Austria tuvo: Margarita Teresa, que se casó con Leopoldo I de Austria, primo carnal y del que tuvo cuatro hijos muertos en la infancia. María Ambrosia, muerta en la infancia.
Felipe Próspero, muerto en la infancia.
Fernando Tomás, muerto en la infancia; y
Carlos II, rey de España.
Este último había sido engendrado por el rey, según confesión propia, en «la última cópula lograda con la reina», lo cual indica que otras veces lo había intentado sin lograrlo. Tenía entonces Felipe IV, cincuenta y cinco años, pero representaba treinta más debido en parte a su vida asaz disipada y, en proporción mucho mayor, a la degeneración de la raza debido a la multitud de matrimonios consanguíneos que sufría la dinastía.
Carlos II, a los cuatro años, todavía estaba en la dentición, para la cual habíanse necesitado nada menos que catorce amas de cría. A los cinco años no se tenía en pie y no sabía ni andar «cuando lo presentaban en público lo sostenían sus ayas mediante una suerte de tirantes atados en las axilas y la cintura que se disimulaban con la ropa». Á los nueve años no sabía leer ni escribir. No lograba estar de pie más que con dificultad y jugaba sentado sobre almohadones con enanos y bufones que le distraían con sus números y gestos de anormal que eran los únicos que comprendía el príncipe.
Una copla de la época decía:
El príncipe, al parecer,
por lo endeble y patiblando,
es hijo de contrabando,
pues no se puede tener.
Apenas salió de la infancia, se pensó en su matrimonio. Se dejó de lado su capacidad para ello, que era, por lo menos, dudosa, y a los catorce años de edad —mentalmente no la superó jamás— se le buscó esposa. Se pensó primero en la princesa María Antonieta, hija del emperador de Austria, que contaba, ella, con seis años de edad. El rey, al saberlo, tuvo un ataque de nervios y, aunque nadie hizo caso de él, por sufrirlos con frecuencia, por diversas razones se decidió pedir al rey Luis XIV de Francia la mano de su sobrina María Luisa de Orleans, hija de María Enriqueta, hermana del rey. Luis XIV accedió a esta petición, y así la pobre María Luisa se encontró destinada a ser reina de España cuando lo que ella quería era casarse con su primo el gran delfín y ser reina de Francia. Desesperada se arrojó a los pies del monarca galo, quien le dijo:
—¿Qué podría hacer más por mi hija?
—Podréis hacer más por vuestra sobrina —replicó ella.
Antes de su partida hacia nuestro país, al entrar el rey en la capilla donde debía oír misa, ella se arrodilló ante Luis XIV y le suplicó de nuevo que no la casase con Carlos II. Luis XIV la apartó rudamente diciendo:
—Sería gracioso que la reina católica de España impidiese que el rey cristianísimo de Francia fuese a misa.
Pero aún hay más. Al despedirse le dijo:
—Señora, deseo daros un adiós para siempre; la mayor desgracia que os pudiera acontecer es que volvieseis a Francia.