HABLEMOS DE LA JUSTICIA

Que la justicia pertenece al mito lo reconoce todo el mundo, incluso quienes viven de su administración. He aquí cómo se expresa un insigne abogado, Ossorio y Gallardo: «Hemos de afrontar constantemente el peso de la injusticia. Injusticia hoy en el resultado de un concierto donde pudo más la fuerza que la equidad; injusticia mañana en un fallo torpe; injusticia otro día en el cliente desagradecido o insensato; injusticia a toda hora en la crítica apasionada o ciega; injusticia posible siempre en lo que, con graciosa causticidad llamaba don Francisco Silvela “el majestuoso y respetable azar de la justicia humana”…».

«La justicia y la verdad —dice Pascal— son dos puntos tan sutiles que nuestros instrumentos son demasiado romos para tocar en ellas exactamente. Si llegan a acercarse, rompen la punta y se apoyan en todo el rededor, más bien sobre lo falso que sobre lo verdadero». Y si a estas palabras añadimos la opinión del barón de Holbach de que «la justicia es el apoyo del mundo y la injusticia el origen y manantial de todas las calamidades que le afligen», nos encontramos ante un triste panorama.

Pero, ¡alto!, que aquí está Calamandrei, quien dice que para obtener justicia es menester serle fiel, ya que, como los dioses, sólo se manifiesta a quien cree.

Mas también es verdad que el amor a la justicia y el consiguiente odio a la injusticia ha llevado la desgracia a quien los ha profesado.

Testigo el papa Gregorio VII, muerto en Salerno en 1085, cuyas últimas palabras fueron: «Amé la justicia y odié la iniquidad; por eso muero en el destierro»[8].

Lord Brockburn, cuando era un simple abogado, defendió a un vulgar y feroz delincuente, quien no obstante su defensa, fue condenado a ser ahorcado el día 17 del mes siguiente.

Después de la sentencia el condenado se lamentaba, con su abogado, de no haber obtenido justicia.

—Ya la obtendréis el 17 —le respondió Brockburn.

Un comerciante tenía un hijo que acababa de entrar en la magistratura. Al felicitarlo por su nombramiento su padre le dijo:

—Confío, hijo, en que harás pagar caras tus sentencias.

—Pero, qué dices, papá; no soy un comerciante, soy un administrador de la justicia.

—Lo sé; por esto te lo digo. ¡Tan raro como es obtener justicia, y tú quieres distribuirla gratuitamente!

Y, a pesar de todo, hay gente que tiene una opinión muy particular al respecto:

De Napoleón se cuenta que, pasando por Chalons y hablando con el presidente del tribunal, le preguntó:

—¿Se han decidido muchas causas este año?

—Sire —respondió el presidente—, nosotros procuramos más emitir sentencias justas, que muchas sentencias.

—Hacéis mal —replicó con severidad el emperador—, poco importa a la sociedad que un campo pertenezca a Pedro o a Pablo; lo que interesa es que se sepa rápidamente a quién pertenece.

Si las cosas van mal tal como se hacen, figúrense cómo irían con el sistema napoléonico. Tanto valdría que los pleitos se resolviesen por medio de los dados u otro cualquier juego de azar. Y nadie se extrañe de que diga que las cosas van mal porque, como decía el abogado Marchand, hombre recto y de buen sentido:

«Viendo cómo se administra justicia y cómo se preparan los guisados, se echa a perder el estómago.

»Y ¡cómo que no hay justicia! Pues ¿no has sabido lo de Astrea, que es la justicia, cuando huyendo de la tierra, se subió al cielo? Pues por si no lo sabes, te lo quiero contar:

»Vinieron la verdad y la justicia a la tierra. La una no halló comodidad por desnuda ni la otra por rigurosa. Anduvieron mucho tiempo así, hasta que la verdad, de puro necesitada, asentó con un mudo.

»La justicia, desacomodada, anduvo por la tierra rogando a todos, y, viendo que no hacían caso de ella y que le usurpaban su nombre para honrar tiranías, determinó volverse huyendo al cielo. Salióse de las grandes ciudades y cortes y fuese a las aldeas de villanos, donde por algunos días, escondida en su pobreza, fue hospedada de la simplicidad hasta que envió contra ella requisitorias la malicia. Huyó entonces de todo punto, y fue de casa en casa pidiendo que la recogiesen. Preguntaban todos quién era. Y ella, que no sabe mentir, decía que la Justicia. Respondíanle todos:

»—Justicia, y no por mi casa; vaya a otra.

»Y así, no entraba en ninguna. Subiose al cielo y apenas dejó acá pisadas. Los hombres, que esto vieron, bautizaron con su nombre algunas varas, que arden muy bien allá, y acá sólo tienen nombre de justicia ellas y los que las traen. Porque hay muchos de éstos en quien la vara hurta más que el ladrón con ganzúa y llave falsa y escala. Y habéis de advertir que la codicia de los hombres ha hecho instrumento para hurtar todas sus partes, sentidos y potencias, que Dios les dio las unas para vivir y las otras para vivir bien. ¿No hurta la honra de la doncella con la voluntad del enamorado? ¿No hurta con el entendimiento el letrado, que le da malo y torcido a la ley? ¿No hurta con la memoria el representante, que nos lleva el tiempo? ¿No hurta el amor con los ojos, el discreto con la boca, el poderoso con los brazos, pues no medra quien no tiene los suyos; el valiente con las manos, el músico con los dedos, el gitano y cicatero con las uñas, el médico con la muerte, el boticario con la salud, el astrólogo con el cielo? Y, al fin, cada uno hurta con todo el cuerpo, pues acecha con los ojos, sigue con los pies, ase con las manos y atestigua con la boca y, al fin, son tales los alguaciles, que dellos y de nosotros defienden a los hombres pocas cosas…»[9]. En fin, que, como dijo Diego de Torres y Villarroel, habiéndole robado en un mesón, dando querella a la Justicia, más importó lo que dejó en poder de ministros que lo robado.

Lejos de mí procesos y abogados,

párrafos, textos, plazos, peticiones;

que el rayo, la camisa y los calzones

dejo en poder de moros o letrados.

Ya no más judiciales alegados;

yo alegaré por textos coscorrones,

pues se zumban malsines y ladrones

de Cujacios, Dóneles y Salgados.

Ya que a las leyes la maldad resiste,

favorézcame el palo de una escoba

siempre que me despoje el insolente;

que para condenar a aquel que insiste

en retener la prenda que me roba,

un alcalde de palo es suficiente.