Uno de los principios generales del Derecho dice que la justicia es una disposición de la voluntad: la jurisprudencia, del entendimiento. Y claro está que si la primera no existe o el segundo falla, el pobre litigante está lejos de verse contentado. Y nadie se escandalice, que la prevaricación en la administración de la justicia no es ni cosa nueva ni rara. He aquí una historieta del siglo XVIII:
Litigaban dos labradores delante de un juez, de los cuales el uno comenzó a presentarle un panal de miel; el otro, sabiéndolo, le trajo una cesta de huevos; visto esto por el primero, volvió por un saco de castañas; el otro, que era más rico, no queriendo ser sobrepujado, le envió un grueso puerco. Estando ya para terminarse la causa, pareciéndole al juez haber sacado bastante, sentenció a favor del primero; y doliéndose el otro labrador de haberle engañado, pues le había prometido dar la sentencia en su favor cuando le trajo las castañas, llevándole el juez al lugar donde estaba el puerco, respondió: «Es verdad que así había determinado hacerlo; pero éste se ha comido tus castañas»[7]. Y he aquí un caso en que el entendimiento falló y no por falta de él, sino por su sobra.
Don Francisco Silvela y don José Canalejas habían de informar como abogados en un recurso de casación en el Tribunal Supremo.
Ninguno de los dos había estudiado el asunto, ni tampoco sabía si era el recurrente o el recurrido.
Así las cosas, llegó el día de la vista. Canalejas, para tener una idea del recurso hizo que sus pasantes se lo contaran rápidamente, pero no se detuvo en detalles, ni en hacer estudio alguno, confiando en que Silvela tenía que informar el primero y en que sus argumentos le servirían para sacar el hilo de la cuestión e improvisar el informe.
Lo mismo exactamente, le ocurrió a Silvela y, con tal motivo, ambos abogados acudieron a la vista desconociendo el pleito cuyas defensas les estaban encomendadas.
Le tocó informar primero a Silvela y quedó de una pieza cuando el presidente, que lo era el señor Aldecoa, le concedió la palabra. En tan difícil trance no se anonadó Silvela. Inventó un pleito completamente distinto al que se litigaba, y, en armonía con él, pronunció un informe. Habló después Canalejas, y aunque le pareció que el asunto expuesto por don Francisco difería totalmente del que sus pasantes le habían contado, dio más crédito a Silvela y acomodó su informe al pleito que acababa de inventar el político conservador.
La sorpresa que el tribunal experimentó ante aquellos fantásticos discursos fue verdaderamente enorme.
Todo, al fin, se puso en claro y el lance fue reído grandemente.
Sí, todos reían menos los clientes de los eximios abogados. Que les hablaran luego de las grandes figuras del foro. Que les hablasen de la administración de la justicia.
La absoluta veracidad del relato que sigue está garantizada por el autor de un conocido anecdotario.
El corredor de comercio de San Sebastián don Antonio Díaz tuvo un asunto judicial para solventar el cual era necesario un pleito.
Acudió a un abogado amigo suyo, a quien fue a explicar el asunto. Pero no bien había comenzado la exposición, fue atajado por el letrado, quien le participó que la parte contraria acababa de encargárselo.
Al ver la contrariedad del litigante, le ofreció recomendarle otro abogado amigo suyo. El señor Díaz aceptó encantado, y el letrado le dio una carta para su compañero.
La carta iba cerrada. Pero el litigante, un poco escamado cuando meditó lo ocurrido, decidió no entregar la carta, abriéndola para ver en qué términos le recomendaba. La carta decía sencillamente:
«Ahí te mando ese pollo para que lo desplumes».
Para que sirva de contraposición a la anécdota narrada hace un momento, ahí va otra, ejemplo de integridad.
Ejerciendo el cargo de presidente de la Audiencia de Madrid el que fue luego magistrado del Supremo, señor Aldecoa, se ventilaba ante el Tribunal al frente del cual se hallaba, un pleito de bastante importancia en el cual intervenían dos labradores castellanos.
Uno de ellos, que tenía el pleito poco menos que perdido, visitó a don Juan Díaz Caneja, abogado suyo, quien le comunicó las impresiones más pesimistas.
—¿Y si le hiciera un regalo al presidente de la Audiencia? —preguntó el cliente.
—No diga usted disparates. El señor Aldecoa le metería a usted en la cárcel si lo intenta.
Pasaron varios días, y el pleito fue fallado en favor del representado del señor Díaz Caneja.
—¿Lo ve usted? —le decía a éste—. Gracias al regalo que le hice al señor Aldecoa.
—Eso no es posible. No lo creo.
—Pero ¿no se ha enterado?
—¿Qué?
—Que le envié un buen regalo…, pero con la tarjeta de mi contrario. Creo que le van a procesar, después de devolverle el regalo…