He leído en la prensa, con asombro, la noticia de que unas mentes preclaras se proponen «despolitizar» el Valle de los Caídos trasladando a otros lugares los cadáveres de Franco y de José Antonio que allí reposan.
No quiero hacer política, no es cosa que me competa y además estoy tan desengañado de ella que comprendo que esté tan desacreditada que hasta a las suegras se las llame madres políticas. Hablo únicamente desde un punto de vista histórico.
¿Se han dado cuenta los inteligentes señores que han parido tan estupenda idea que lo único que van a lograr si consiguen su propósito, será «politizar» otros lugares sin llegar a «despolitizar» el Valle?
Supongamos, por ejemplo, que se traslada el cadáver de Franco —el «Caudillo» o «el anterior jefe de Estado», como ustedes gusten— al cementerio de la Almudena y el de José Antonio a la Sacramental de San Isidro, ¿qué sucedería? Que los partidarios de uno y otro tendrán otro lugar de reunión o de peregrinación y el Valle de los Caídos continuará siendo la obra de Franco o realizada bajo Franco.
Los visitantes llegarán a la basílica y dirán: «Aquí estuvo enterrado Franco». «Aquí estuvo enterrado José Antonio». ¿Qué despolitización será ésta?
La única despolitización posible se efectuará naturalmente el día en que haya muerto el último de los supervivientes de la «era de Franco», y que conste que eso de la «era de Franco» no me lo he inventado yo, sino Ramón Tamames, comunista y no dudoso. Véase el tomo VII de la Historia de España, de Alfaguara.
Franco, se quiera o no, ha configurado cuarenta años de nuestra historia, historia que no se puede cambiar. Odiado o adorado, ensalzado, adulado, calumniado, con «inquebrantables adhesiones» —frase que han pronunciado muchos de los políticos camaleones que ahora militan en filas opuestas a su juramento de fidelidad—, con ataques a un régimen por parte de sus oponentes, a los que se debe respetar por su tenacidad en mantener una coherente postura ideológica, Francisco Franco, el «Caudillo» o el «anterior jefe de Estado», es una figura histórica y como tal sujeta, desde luego, a juicios de toda clase. En historia es difícil ser objetivo. Siempre se es apasionado y tal vez convenga serlo. Pero sabiendo lo que se es. Con simpatías y antipatías, Franco será analizado y estudiado como una figura histórica benefactora o nefasta para el país. Pero a la historia pertenece y nadie le puede mover de ella.
«¡Despolitizar» el Valle de los Caídos! Ya me dirán cómo puede hacerse.
El 14 de abril de 1931 se proclamó en España la II República Española y a nadie se le ocurrió «despolitizar» El Escorial, donde estaban enterrados los reyes de España, los representantes de aquella «Monarquía gloriosamente fenecida», según palabras de otro político no dudoso tampoco.
Claro es que los artífices de la II República se llamaron José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala, Manuel Azaña, Fernando de los Ríos, etc. Total, unos mequetrefes al lado de los comadrones de la idea de la «despolitización» del Valle, cuyos nombres no dice el despacho de agencia, tal vez para no deslumbrar a los lectores.
Los progenitores de la idea deben ser los dignos biznietos de los componentes del claustro de la Universidad de Cervera que en abril de 1827 dirigieron un manifiesto al rey Fernando VII con las siguientes palabras: «Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir…».
¡Por Dios, señores, que la Historia no se puede manejar así como así!