Una vez a un cómico que debutaba como meritorio en una obra que, me parece dirigía Antonio Vico, le correspondía un papel no ya pequeño sino insignificante.
El diálogo era como sigue:
—¿Está en casa el señor marqués?
—Sí —debía responder al aspirante a actor.
—Y la señora marquesa, ¿está?
—Sí.
—¿Y su hija?
—Sí.
Tres síes solamente, pero que al novel émulo de Ricardo Calvo le parecieron algo importante. Llegaron los ensayos y el hombre respondía maravillosamente y le decía a Vico:
—¿Ve usted, señor, cómo no me equivoco?
—En los ensayos no, pero veremos en la función.
Llegó el día del estreno y llegó también el momento en que el novel debutaba.
Y el diálogo fue el siguiente:
—¿Está en casa el señor marqués?
—Sí —respondió el meritorio, indicándole a Vico que no se equivocaba.
—Y la señora marquesa, ¿está?
—Sí —y el pobre novel hizo con los dedos la seña de dos con aire victorioso.
—¿Y su hija?
Y el pobre infeliz, con voz vibrante, dijo:
—¡Tres!
La anécdota que voy a contar me interesa extraordinariamente por mi profesión de conferenciante.
Cierto día a Teófilo Gautier le pidieron que diese una conferencia. Conferencia gratis, por supuesto.
Y aquí permítanme un paréntesis: muchas veces me invitan a dar conferencias y cuando llega el momento, difícil momento, de hablar de emolumentos es frecuente oírse decir.
—Pero ¿usted cobra?
—Pues claro que cobro, vivo de hablar en público.
—Pero a usted no le cuesta nada, con la facilidad que tiene.
Y respondo siempre igual:
—Mi zapatero tiene una habilidad extraordinaria en hacer zapatos, pero, a pesar de ello, me los cobra.
Y aún hay quien dice:
—Si no es nada, diga usted cuatro tonterías.
—Las tonterías las va a decir su señor padre —te vienen ganas de responder. Y uno no lo hace porque es bien educado. Pues bien, volviendo a Gautier. Le pidieron un tema.
—El que usted quiera.
—Pues hablaré del incesto —respondió el escritor. Pasmo del interlocutor.
—¿Del incesto? ¿No cree que será algo atrevido?
—Del incesto o nada.
Se avino el pedigüeño y el día de la conferencia se llenó el local. Teófilo Gautier empezó diciendo:
—Señoras, señoritas, señores…, con cierta vacilación empiezo a hablar de este tema que me ha sido sugerido por el organizador de este acto.
»Voy a hablarles del incesto desde el punto de vista artístico y literario.
»Claro está que no les voy a hablar del incesto entre padre e hija porque es tema trivial que ya aparece en la Biblia.
»Por las mismas razones, no hablaré del incesto entre madre e hijo o entre hermano y hermana. Hablaré del incesto del padre con el hijo, del hermano con su hermano, de la madre con su hija y de la hermana con su hermana…
No pudo continuar, porque las señoras y señoritas que ocupaban la sala salieron corriendo.
No se olviden que esto sucedía en el siglo IX. Hoy es muy probable que se hubiesen quedado.
Pero es que, amigos míos, la vida ha dado muchas vueltas. En mi adolescencia, a los doce o trece años, hablábamos, en voz baja, de cómo se hacen los niños. Hoy, a la misma edad, los adolescentes hablan, en voz alta, de cómo no se hacen.
Lo que he dicho sobre los conferenciantes me recuerda una anécdota del gran pintor Whistler. Hizo éste el retrato de un magnate de la industria inglesa y le pidió cien guineas por la obra.
El retratado no quiso pagar y el asunto pasó a los tribunales. Ante el juez el retratado adujo:
—No creo que sea justo pagar cien guineas por un retrato en el que el señor Whistler empleó sólo tres horas.
—¿Es eso cierto? —preguntó el juez a Whistler.
—No, señoría —respondió el pintor—; empleé cincuenta y cuatro años y tres horas.
El juez dio la razón a Whistler.
Es el mismo caso, conocido por todos, de aquel señor al cual su coche le hacia un ruidito sospechoso. Lo llevó a varios talleres pero en vano, el ruido subsistía. Al fin en un taller el mecánico dijo:
—Ahora lo arreglo. —Y dio un golpecito con un martillo en un sitio determinado del motor.
El ruido cesó y el propietario del coche le dijo:
—¿Cuánto le debo?
—Quinientas pesetas.
—¿Quinientas pesetas? Eso es un robo. Me hará usted una factura en forma.
—De acuerdo —dijo el mecánico.
La factura decía así:
«Por dar un golpecito de martillo: 1 peseta; por saber dónde se había de dar: 499pesetas».
He aquí una carta curiosa de la marquesa de Pompadour.
«Querida condesa Baschi.
»Lo que le voy a contar no es precisamente poético. El marqués de R., que como usted sabe, no es precisamente muy delicado en sus gustos, pasó ayer la noche con una comedianta y al final de la cena, estando los dos… encantadores, el marqués no encontró nada mejor que desvestir a su Venus y, preparando una salsa para espárragos la colocó en un lugar que no voy a nombrar pero que usted comprenderá y se dedicó a comer los espárragos mojándolos en su salsa. Parece que le gustó, ¿qué piensa usted de ello? Espero su respuesta pero, por el momento, no puedo dejar de reírme de un placer tan original.
La marquesa de Pompadour».
Robert de Montesquieu-Fezenzac, amigo íntimo de Marcel Proust, es quien dio a la publicidad esta carta añadiendo que se vendió por 350 francos —de comienzos de siglo— en una subasta del Hotel Drouot.
Copio de la obra Cómicos al desnudo, de Enrique Povedano Argumendi, obra publicada antes de la guerra y no sé el año porque mi ejemplar está falto de las primeras páginas, la anécdota siguiente:
Actuaba el gran actor Antonio Vico en una importante población de Andalucía.
Por el teatro no aparecía un alma y la temporada era un verdadero desastre.
Cierta noche un abonado, ya conocido por don Antonio, entró en el cuarto de éste en compañía de otro señor.
El abonado saludó afectuosamente a Vico e hizo después la presentación de su amigo:
—Tengo el honor de presentarle al señor Inspector de Instrucción Pública de esta provincia.
El genial artista hizo un elocuente gesto de asombro y exclamó:
—¡Ah!, pero… ¿aquí hay Instrucción Pública?
El gran escultor francés Rodin era de un orgullo insuperable. Un día una admiradora suya le envió la fotografía de una roca de la Bretaña que se parecía a su «Balzac» que puede admirarse en la Rive Gauche de París. Rodin, al ver la foto, exclamó:
—Ya lo sabía. Soy de la escuela de Dios.
En el Ateneo barcelonés un socio de peña de bolsistas exclama:
—Esto cada vez va a peor. Me parece que si esto sigue así mi declaración de la renta será exacta.
Auténtico.