EL EPIGRAMA

He aquí uno que me viene como anillo al dedo:

No dudo, Gil, que eres sabio

y que en tu cabeza hueca

se hospeda una biblioteca

y un calepino en tu labio.

De confesarlo no huyo,

pero aquestos lucimientos

son de otros entendimientos:

sepamos cuál es el tuyo.

Es de Juan Pablo Forner, un poeta del siglo XVIII. En realidad me viene pintiparado. Recojo lucimientos de otros entendimientos que figuran en mi biblioteca. ¿Qué entendimiento es el mío?, me tengo que contestar diciendo que, si en algo acierto, será en saber escoger. Nada más y es muy poco. Aprecien la buena voluntad.

¿Qué es un epigrama? Según el Diccionario es una «composición breve e ingeniosa de carácter festivo o satírico», y en sentido figurado «pensamiento breve o agudo que suele ser burla o sátira».

Juan de Iriarte —no confundirlo con Tomás de Iriarte, el conocido fabulista, también del siglo XVIII— dijo:

A la abeja semejante

para que cause placer

el epigrama ha de ser

dulce, pequeño y punzante.

El epigrama puede ser, a veces, no punzante. He aquí uno de Diego Hurtado de Mendoza, del siglo XVI:

A Venus

Venus se vistió una vez

en hábito de soldado

Paris, parte y ya juez

dijo, de verla, espantado;

—Esta hermosa confinada

con ningún traje se muda.

¿Veisla como vence armada?

Mejor vencerá desnuda.

Ya más afinado y punzante es el que Baltasar el Alcázar dirigió a una dama que se teñía el cabello. Ya se sabe que a cierta edad las mujeres se vuelven rubias.

Tus cabellos, estimados

por oro contra razón,

ya se sabe, Inés, que son

de plata sobredorados.

Pues querrá que se celebre

por verdad lo que no es;

dar plata por oro, Inés,

es vender gato por liebre.

He aquí un epigrama de Francisco de la Torre que algunas feministas tal vez consideren ofensivo:

Tú, Marica, hombre has de ser,

según tu dominio informa,

que quien tiene tal poder

de ningún género o forma

es género de mujer.

A tu gobierno entendido

nada al marido replica,

el sexo va confundido

tú eres, Marica, el marido

y tu marido el marica.

Este Francisco de la Torre decía ser un misógino según se desprende de lo transcrito y de esta otra composición:

Siendo buena la mujer

que del costado ha salido,

en ella tiene el marido

muy buen hueso que roer.

Conocido es el epigrama de Lope de Vega.

Doña Madama Roanza

tan alta y flaca vivía

que mandó su señoría

enterrarse en una lanza

y aún hubo dificultad

porque de lo alto faltó

y de lo ancho sobró

la mitad de la mitad.

¿No recuerdan estos versos aquellos chistes del «tan tan» que estuvieron de moda hace unos años? Vaya otro del mismo autor:

Viendo poner la veleta

a una torre de un lugar

un sabio que estaba atento,

la causa les preguntó

y el maestro respondió:

«Para conocer el viento».

Y él dijo: «Ya que en la torre

veleta habéis menester

con poner una mujer

sabréis el tiempo que corre».

¡Pobres mujeres siempre satirizadas!

Marco Valerio Marcial, el célebre poeta latino —bilbilitano por más señas, es decir nacido en Calatayud—, fue traducido e imitado por la mayoría de los poetas de nuestro Siglo de Oro. He aquí unas muestras pertenecientes al huerto gravedesco:

A J. Vernegal

No hubo en toda la ciudad

quien de balde a tu mujer

la quisiese pretender

mientras tuvo libertad.

Pero tu curiosidad

de poner a su reposo

guardas y hacerte celoso,

Vernegal, ha despertado

más de mil que la han gozado.

Eres un hombre ingenioso.

Otro:

A Luis Vélez de Guevara

¿Deseas, Vélez, saber

por qué un triple racionero

entra en esta casa? Quiero

dártelo ahora a entender:

Mira, Juana enviudó ayer;

sabe este capón cantar

y viénela a consolar.

Y, aunque tú pudieras ir,

no quiere Juana parir

que sólo se quiere holgar.

Y otros más:

A un marido que cortó las narices

a un galán de su mujer

¿Quién te persuadió a quitar

al adúltero infeliz

la nariz, pues la nariz

no te puede deshonrar?

Tonto, ¿qué has hecho en cortar

lo que sólo sabía oler?

Nada perdió tu mujer

en esto, si lo has notado,

pues al otro le ha quedado

con qué volverte a ofender.

A uno que alaba mucho sus cosas,

por singulares, cuya mujer no es

honesta.

Sólo tienes posesiones,

Sólo, dineros y bienes

de oro: sólo, sólo tienes

olorosas confesiones.

Sólo vinos, ámbar, dones,

sólo, tienes valentía;

sólo, creencia y cortesía

y con quererlo tener

todo, sólo a tu mujer

la tienes en compañía.

Pero de Quevedo podía estar transcribiendo versos y más versos satíricos, feroces, sarcásticos. Algunos de sus sonetos son verdaderos epigramas en catorce versos, un poco más largos de lo que preconiza Iriarte antes citado.

Pasemos a otro autor.

Don Juan de Tasis y Peralta, conde de Villamediana, fue hombre ingenioso, gran galán con damas y caballeros pues según parece tuvo sus más y sus menos en cuestiones homosexuales. Maldiciente como pocos, él mismo se definió en los versos que dedicó al padre Pedrosa, predicador del rey, cuando fue desterrado.

Un ladrón y otro perverso

desterraron a Pedrosa

porque les ponía en prosa

lo que yo les digo en verso.

Tuvo enemigos, muchos, ¿cómo no iba a tenerlos cuando a un cortesano, el marqués de Malpica, tenía que aguantar el siguiente epigrama?

Cuando el marqués de Malpica

caballero de la ¡lave

con su silencio replica.

… dice todo cuanto sabe.

¿Le iba a perdonar Vergel, alguacil de corte, a quien su esposa le ponía unos cuernos célebres en todo Madrid?

¡Qué galán que entró Vergel

con cintillo de diamantes!

Diamantes que fueron antes

de amantes de su mujer.

Esta serie de «antes», uno tras otro, es maravillosa; pero dudo que gustase al muy coronado señor alguacil. Otro amigo más. Recordemos que Villamediana murió asesinado y no se pudo saber por quién.

Y basta por hoy. Otro día hablaremos de epigramas más modernos.