DE LA EXACTITUD DE LAS ANÉCDOTAS

El célebre autor Enrique Povedano publicó en 1959 un libro titulado La carátula ríe. «Excursión anecdotaria a través de los grandes artistas de la escena: actrices, actores, comediógrafos…» llevaba un prólogo de Alfredo Marquerie. La primera anécdota del libro, copiada a la letra dice:

Un hombre insignificante.

Cierta primera actriz dramática, de positivo mérito artístico y que, allá por las postrimerías del pasado siglo XIX, llegó a alcanzar en Madrid considerable resonancia, recibía todas las noches en la saleta anterior a su camerino a buen número de artistas, escritores y abonados, formando así una reunión intelectual y distinguida, a usanza de las tertulias literarias de la época.

Entre los asiduos veíase invariablemente a un señor bien portado, de barba entrecana, afable, discreto y que apenas osaba intervenir en la conversación general.

A partir de determinada noche, el caballero en cuestión dejó de asistir al teatro.

Al cabo de algunos días, uno de los contertulios, echando de menos al susodicho, preguntó a la comedianta:

—¿Qué ha sido de aquel señor que se reunía con nosotros y no hablaba casi nunca?

—¿A quién se refiere usted? —inquirió la actriz.

—Al caballero de la barbita entrecana.

—¡Ah, ya sé! Murió la semana pasada.

—¿Sí? ¡Pobre señor! ¿Y quién era?

—Mimando.

Pues bien, esta anécdota la he leído repetidas veces en anecdotarios anteriores. Referida en Francia a madame Geoffrin o a otras personas, por ejemplo.

¿Qué quiere decir eso?

Pues que sucesos, acaecidos o no, se atribuyen a personas muy diversas pero que tienen algo en común.

Buena parte de los rasgos ingeniosos que en España se adjudican a Jacinto Benavente, por ejemplo, en Francia lo son a Tristan Bernard, Sacha Guitry u otros, en Inglaterra a Bernard Shaw, a Oscar Wilde…, y así sucesivamente.

Son los que en el idioma de nuestros vecinos se llaman los amuseurs publics.

Se cuenta, por ejemplo, que un día se encontraron en una acera de Madrid Jacinto Benavente y José M.a Carretero, más conocido por su seudónimo de El caballero Audaz, gran corpachón, metro noventa de estatura y espadachín conocido por sus varios duelos que dijo contemplando al gran dramaturgo, pequeño, delgado, barba cuidada y fama de afeminado:

—Yo no cedo el paso a maricones.

—Pues yo sí —dijo Benavente bajando de la acera.

La anécdota es falsa. He encontrado varias versiones de ella atribuida a personajes dispares y de épocas muy diversas.

El adjetivo ofensivo es distinto, unas veces alude a las costumbres sexuales del contrario, otras se le llama cobarde, cornudo, imbécil, etc., pero la anécdota es la misma.

De ello se deduce que se ha de ir con mucho cuidado al atribuir a uno u otro personaje un suceso o una frase determinada.

He procurado siempre verificar mis fuentes y, en caso de duda, no he vacilado en dar como más cierta la más antigua pero, aun así, no sé si siempre he acertado.