Creo que fue don José Sánchez Guerra que siendo presidente del Consejo de Ministros recibió una comisión de no sé qué pueblo que le comunicó que el Ayuntamiento había decidido, por unanimidad, dar su nombre a una plaza. El viejo político, viejo por la experiencia que no por los años, quedose un rato pensativo y luego, sonriendo respondió:
—Miren ustedes, les agradezco el honor que me hacen; pero me molestaría mucho que, en un cambio de gobierno cualquiera se le antojase a alguien echar mi nombre por la borda y dedicar la plaza a cualquier otro hombre político, les sugiero que, para mayor seguridad, el nombre sea plaza del presidente del consejo de ministros y así servirá siempre.
Esta anécdota viene a cuento por los últimos cambios en el callejero de nuestras ciudades y pueblos. Se hace, según he oído decir, para terminar con los odios y lograr la hermandad de todos los españoles. Me parece que se sigue un camino equivocado. Si se quiere de verdad terminar con los rescoldos de nuestra guerra civil, lo lógico es que al lado de una avenida del Generalísimo Franco, hubiese otra dedicada a don Manuel Azaña y junto a la plaza del General Miaja se encontrase la calle del General Mola. Lo demás es puro revanchismo. Explicable, sin duda, pero no disimulable.
Esto de los homenajes populares me recuerda una anécdota que cuenta Enrique Povedano en su obra La carátula ríe.