LA CIENCIA FICCIÓN, LA FANTASÍA Y YO
Lois McMaster Bujold
Hola a todos.
Me gustaría dar las gracias a la Universidad por invitarme a pronunciar una conferencia en esta fascinante ciudad. En mi primera visita a la península Ibérica, hace unos ocho años, visité sólo una pequeña parte del país: el litoral asturiano y los alrededores de Madrid. Dejé el resto para más tarde. Sin embargo, desde el punto de vista de una vida humana, nunca habrá más tiempo después, siempre habrá menos. Por ello me complace tener la oportunidad de conocer un poco Barcelona.
Puesto que soy una escritora que maneja dos géneros distintos, una de las preguntas que suelen hacerme en las entrevistas es si encuentro grandes diferencias entre escribir ciencia ficción y escribir fantasía. La respuesta a esta pregunta incluye dos aspectos: el primero, y más fácil de argumentar, se refiere a la mecánica de escribir; el segundo, mucho más complicado, a las diferencias subyacentes entre los dos géneros.
Empecemos por la parte más sencilla. Para mí, la mecánica de escribir es exactamente la misma. La mayoría de mis libros empiezan con unas introspecciones de personajes y escenas, por ejemplo, un hombre cansado de viajar y desalentado que se acerca al castillo en el que vivió de joven, u otro hombre al que le abaten con un fusil de aguja en una pista de aterrizaje espacial y muere lejos de su hogar bajo la mirada de su joven compañero que había puesto en él sus esperanzas. O el hombre que sufre alucinaciones perdido en una enorme catacumba tecnológica y es rescatado por una de sus alucinaciones. Cada una de estas visiones trae consigo un mundo implícito, en ocasiones un mundo que ya ha sido desarrollado anteriormente, pero en otros casos un mundo nuevo que está por desarrollar. El personaje también puede ser antiguo y familiar o nuevo y lleno de posibilidades que esperan materializarse, pues los personajes se crean a través de sus acciones (y lo mismo sucede con las personas si lo pensamos bien).
En ese momento empiezo a tomar notas, que utilizo como ayuda mnemotécnica. Tomo notas sobre los personajes, el contexto, el entorno, las propuestas de acciones y las escenas futuras que puedo o no desarrollar. Llega un momento en que esas notas alcanzan una masa crítica y veo dónde debe empezar el libro. Entonces escribo la escena o las escenas iniciales y cuando las tengo escritas, me siento y vuelvo a replantearlo todo porque normalmente al plasmarlo en el papel hay cosas que cambian, surgen ideas nuevas o me doy cuenta de que algunos de los elementos no encajan en la historia y deben desecharse. La parte más complicada de escribir una novela es la tensión de recordarlo todo, mirar hacia atrás. El acto de escribir me permite liberar la introspección en la página, en la que finalmente queda atrapada. Esto deja espacio en mi cabeza para ensamblar la siguiente visión concatenada. Todo este proceso es muy visceral, puramente emocional.
Recojo detalles del entorno a medida que transcurre la historia, es decir, la propia historia crea su mundo. Este sistema se conoce como creación de mundos just-in-time. Significa que mi historia y su entorno siempre encajan a la perfección, pero hace que mis universos sean bastante difíciles de compartir. No tengo una gran «biblia del universo» o un conjunto de notas formales para mis mundos de ficción. Sólo tengo lo que he plasmado en la página más lo que todavía queda en mi cabeza.
En realidad, cambio el mundo cada vez que cambio de personaje narrativo, algo que puede suceder en cada escena en una novela con múltiples puntos de vista, pues cada personaje es el centro de su propio universo, que se expande a su alrededor en todas las direcciones hasta donde su vista alcanza. Para crear un personaje nuevo, debo entrar en su cuerpo, en su mente y en sus recuerdos, cambiar de piel, ver el mundo a través de él e intentar seguir el movimiento de sus ojos. Sólo cuando he desarrollado el mundo a su alrededor sé qué es lo siguiente que dirá y hará ese personaje.
Sigo este ciclo de creación y redacción alternativamente, según mi estado de ánimo, tantas veces como sea necesario hasta llegar al final de la novela.
El proceso de escritura es el mismo independientemente de si el contexto está basado en la tecnología, algún tipo de extensión futura de nuestro mundo y, por lo tanto, desprovisto de elementos sobrenaturales de cualquier tipo, o si el contexto incluye la magia y trata de una Tierra alternativa, como en el El anillo del espíritu, o una subcreación totalmente separada, como Chalion o el mundo de El vínculo del cuchillo.
Como escritora, no veo nada raro en pasar de un género a otro. En la década de los sesenta, cuando empecé a interesarme por la ciencia ficción y la fantasía, estos dos géneros estaban juntos en la misma estantería tanto en bibliotecas como en librerías, igual que ahora, y muchos de mis escritores favoritos dominaban ambos géneros. Poul Anderson, L. Sprague de Camp, Roger Zelazny, Robert Heinlein, más tarde C. J. Cherryh e incluso C. S. Lewis, a su manera, aceptaron toda la gama de posibilidades. Últimamente se espera de los escritores que se especialicen más en uno o en otro género y son empujados por las fuerzas del mercado hacia una senda creativa cada vez más estrecha.
No obstante, muchos lectores procesan los géneros de fantasía y ciencia ficción de formas muy diferentes y en este punto es donde la respuesta, o mejor la explicación, se vuelve endiabladamente difícil.
Algunas personas creen que los dos géneros deberían ser cosas totalmente separadas y separables, una teoría intelectualmente pura que me temo que se desmonta muy rápidamente ante la evidencia. Estas personas sólo llamarían ciencia ficción a las obras más cristalinas de la llamada ciencia ficción bard: una extrapolación rigurosa que no infringe ninguna ley física conocida (aunque, según mi experiencia, los mismos críticos no suelen ser tan drásticos con las biociencias). Todo el resto lo engloban bajo la etiqueta de fantasía. A mí no me importa siempre y cuando tras redefinir gran parte del género luego no se quejen de que su número de lectores es demasiado bajo. «Cuando escoges una acción, escoges las consecuencias de esa acción», tal como dice mi personaje Cordelia en algún lugar.
También hay lectores exclusivamente de novelas fantásticas, una posición que parece estar basada parcialmente en las preferencias por determinados estilos, tonos emotivos o escenarios anteriores a la modernidad, en ocasiones buscando lo «numinoso» y en otros casos curiosamente como expresión de un rechazo de las visiones inexorablemente distópicas que ofrecen algunas novelas de ciencia ficción, un problema al que volveré más tarde.
Un tercer grupo, al cual pertenezco, cree que la fantasía y la ciencia ficción son un continuo de posibilidades de historias, cuyos extremos quizá pueden distinguirse fácilmente entre sí, pero cuya parte central no está tan clara y nos gusta que sea así.
A los inflexibles puristas de la ciencia ficción les gustaría proscribir la física contrafáctica, englobando a todo el resto bajo la etiqueta «fantasía científica». Hasta donde sabemos, viajar a una velocidad superior a la de la luz, la antigravedad y los poderes parapsicológicos son imposibles y seguirán siendo imposibles. Sin embargo, muchos de estos elementos están mas o menos estandarizados y aceptados en el género de la ciencia ficción. Prácticamente todo lo que apareció en la revista Analog del editor John W. Campbell Jr. ha sido aceptado, lo que incluye, afortunadamente, los dragones voladores telepáticos de Anne McCaffrey. Leí la primera historia de los dragones de Peni en Analog cuando era una niña, junto con otras historias que aún van más allá en la difusa frontera.
Todos estos elementos son físicamente imposibles, pero no sobrenaturales. Viajar más rápido que la velocidad de la luz es un tipo diferente de ficción que la de los fantasmas, los vampiros, los magos o los dioses. Me parece un poco confuso utilizar la misma palabra, fantasía, para ambos. La regla general que aplico, como lectora y como escritora, es que la presencia de cualquier cosa sobrenatural desplaza una historia directamente a la categoría de fantástica, independientemente de si la historia contiene naves espaciales que viajan por el espacio a cualquier velocidad.
Pero como siempre, algunas de las narraciones más interesantes, como también alguna de las disciplinas científicas más interesantes, exploran las fronteras. Constantemente se señala con el dedo a la ciencia ficción que salta hacia el campo de lo irreal (y contiene elementos como la velocidad superior a la de la luz o los poderes parapsicológicos), pero también hay novelas fantásticas fascinantes que entran sutilmente en el territorio de la ciencia ficción.
Unas de las primeras narraciones que encontré de este tipo hace mucho tiempo en las páginas de la revista Analog de la década de los sesenta, cómo no, fueron las historias de Lord Darcy escritas por Randall Garrett. Se trata de una serie de novelas e historias de misterio ambientadas en una década de los sesenta diferente con un pasado diferente basado en que, en la Edad Media, Ricardo Corazón de León no había sido asesinado en Francia, sino que logró recuperarse de sus heridas y fundó la dinastía Plantagenet que llegó hasta el siglo XX. En el mundo de Lord Darcy, la magia se considera y estudia como una ciencia, reemplazando o por lo menos compitiendo con las ciencias que hoy en día conocemos. Los principales personajes eran un detective tipo Sherlock Holmes y su ayudante, una especie de brujo forense. Estas historias desarrollaron muchos elementos que más tarde han sido copiados por muchos escritores, incluyendo la historia alternativa y el uso de la magia como una tecnología. Pero, en mi opinión, el elemento más encantador a medida que se desarrollan las historias es su reflexión extensa de la historia de la ciencia y del método científico, de un modo invertido, como reflejada en un espejo. Invita al lector a recapacitar sobre este aspecto de nuestro mundo y a dar menos cosas por sentado. No es posible leer las historias de Lord Darcy sin plantearse de dónde procede realmente nuestro mundo tecnológico.
La trilogía de ciencia ficción de C. S. Lewis que empieza con Lejos del planeta silencioso se mueve por el mismo camino pero en sentido contrario. Esta serie tiene los ornamentos habituales de la ciencia ficción: un primer viaje a Marte y un encuentro con marcianos inteligentes, criaturas cuya existencia todavía podía defenderse como posible en 1938, cuando se publicó por primera vez esta novela. Sin embargo, Lewis utilizó la alegoría como vehículo para una amplia reflexión en su teología cristiana, pues sus marcianos eran una raza espiritualmente inocente. La historia también incluye una crítica ácida de un materialismo como el de H. G. Wells en un diálogo metaliterario.
La primera vez que leí esta novela debía de tener unos catorce años de edad, una época en la que absorbía cualquier libro de este género indiscriminadamente, y encontré la historia muy confusa, pues por aquel entonces no sabía nada de teología. Procedente directamente de lecturas como Rocket Ship Galileo, asumí inmediatamente que los constructores de la nave espacial eran «los buenos», con lo que Ransom, un tipo raro que se unió al viaje, debía de ser una especie de saboteador o traidor. Este error de interpretación complicó mucho la trama para mi joven mente. Pensé que la causa de este error era que estaba escrito en inglés británico y no fue hasta que volví a leer Lejos del planeta silencioso diez o quince años más tarde, tras haber adquirido cierta formación religiosa, cuando me di cuenta de que había leído el libro al revés en cuanto a la lección moral que intentaba transmitir. Probablemente éste sea el ejemplo más claro que he experimentado sobre el modo en que la mentalidad del lector afecta a la lectura o las relecturas posteriores de un libro, y por ello considero que el shock fue muy positivo para mí. Creo que debería leer este libro de nuevo uno de estos días para ver qué más ha cambiado desde entonces.
Mi propia creación fantástica del mundo de Chalion, con sus cinco dioses, también está deformada por el pensamiento moderno, aunque con una doble intención. El panteón de Chalion consiste en la Madre del Verano, la diosa de las madres, de la maduración, de la medicina y de la fertilidad femenina; el Hijo del Otoño, el dios de los hombres jóvenes, la caza, la cosecha y la guerra; el Padre del Invierno, el dios de los padres, de la justicia, de la fertilidad masculina y de la muerte en la edad avanzada; la Hija de la Primavera, diosa de las mujeres jóvenes y de la educación, y el Bastardo, hijo de todas las cosas fuera de temporada, todos los remanentes que no encajan en el anterior esquema ordenado, incluyendo desastres, huérfanos, venganza, bastardos (por supuesto), las almas rechazadas por el resto de los dioses y el día 29 de febrero. Quería que la religión ficticia de esta fantasía de estilo medieval asumiera dos características de las religiones del mundo real: prestar un servicio genuino a las necesidades sociales humanas y tomarse en serio el misticismo. Este esquema procede en parte de mi reacción a las versiones hostiles, bobas o superficiales de la religión ficticia de la mala fantasía genérica, y en parte de mis propias lecturas históricas y religiosas.
Pero también quería diferenciarla de todas las religiones de nuestro mundo y especialmente quería que resistiera al dualismo, que considero que es un error filosófico que ha creado muchos problemas a lo largo de los siglos. Por eso creé cinco dioses, en cierta forma para repetir las estructuras del mundo real, como los cinco dedos de la mano o las cuatro estaciones y los remanentes, o los dos sexos y las tres fases de la vida, y también porque quería un número impar, que no pudiera dividirse equitativamente, porque en el mundo real, el bien y el mal nunca pueden dividirse claramente, siempre están mezclados, como el oxígeno y el nitrógeno en el aire. Estos dos elementos pueden separarse experimentalmente en formas puras, pero cuando volvemos al mundo real vuelven a mezclarse, aunque algunos lo olviden. La historia está repleta de errores cometidos por personas inteligentes que han intentado encajar una realidad confusa en una teoría demasiada ordenada. Y luego, cuando no ha funcionado, no han sabido ver que su teoría era incorrecta, sino que han decidido que era necesario moldear el mundo para que encajara en ella.
Sin embargo, la parte realmente diferente de la religión de Chalion está en sus bases metafísicas o cosmológicas. Los dioses de Chalion no son dioses creadores, no son dioses propuestos como principio. En este caso el principio es la propia materia, y toda la vida, incluyendo la de los dioses, procede de ella. Esto refleja una visión del mundo basada en la idea científica del siglo XX de las propiedades emergentes. En este panorama, la física surge como una propiedad emergente de la estructura fundamental del universo, la química surge de la física, la bioquímica de la química, las estructuras vivas de la bioquímica, el cerebro de estructuras menos complejas y el entendimiento de procesos electroquímicos del cerebro, en un flujo continuo y unificado. Así pues, no hay ninguna división entre cuerpo y mente o materia y espíritu, y pensar que sí la hay es un error o una ilusión.
No se trata de una idea nueva. En uno de los diálogos de Platón, que leí hace ya demasiado tiempo para recordar en detalle, aparece un hombre joven discutiendo con Sócrates sobre un modelo de la mente generado por el cuerpo, del mismo modo que la música proviene de una lira. Ésta era una buena metáfora de cómo funciona realmente el cerebro y la conciencia, excepto ahora que estamos creando una base de evidencia reproducible hasta el nivel molecular que explica exactamente cómo. Sin embargo, Platón estaba inmerso en el dualismo e hizo que Sócrates consiguiera que el joven abandonara su postura, que en realidad era correcta. En el debate filosófico resultante, tal como yo lo entiendo, el neoplatonismo venció durante algunos siglos sobre la visión alternativa, una especie de postura protocientífica avanzada por los aristotélicos. Esto me hace pensar que alguien debería escribir una novela con una historia alternativa tomando como punto de partida la victoria de los aristotélicos y analizando qué hubiera sucedido entonces (y no es que crea que el comportamiento de la humanidad hubiera sido mejor, ni tampoco peor).
De todos modos, para la teología de Chalion imaginé ese flujo de propiedades emergentes en un nivel superior y presenté a mis dioses como una propiedad emergente de todas las mentes de su mundo, pasadas y presentes. Como tal, se han desarrollado a partir de su mundo y siguen creciendo y cambiando con él. Los cinco dioses son también la única opción de vida después de la muerte, pues deben recordarte a la perfección después de que tu cuerpo deje de trabajar para que tú continúes. De este modo, la teología de Chalion contiene una vida después de la muerte que no está dividida en cielo e infierno sino en una continuación distinta de la existencia como parte de la mente de la divinidad o bien el olvido y el desvanecimiento en la nada.
La mayoría de esta cosmología se presenta entre líneas, por lo tanto no estoy segura de qué parte de ella llega realmente a los lectores. La explicación más explícita la encontramos en el sermón del personaje dy Cabon del capítulo 3 de Paladín de almas. Una lectura poco atenta que se limite a etiquetar el texto de fantasía genérica probablemente pierda las pistas diseminadas. Pero como mínimo un lector atento fue tan amable de bautizarlo como «teología especulativa», lo cual me complació y me divirtió mucho, y al mismo tiempo me proporciona la esperanza de saber que parte de lo que intentaba transmitir llega realmente al lector.
Con el tiempo he visto que la serie de Chalion debería estar formada por cinco libros, un volumen para cada uno de los cinco dioses y sus asuntos. Si alguna vez tengo la oportunidad de escribir los últimos dos libros de la serie, me gustaría explorar las consecuencias lógicas de esta cosmología como mínimo un poco más. Podrían ser dos libros «elásticos», tal como bautizó un escritor amigo mío a los proyectos que asustan a sus creadores por la posibilidad de un fracaso público verdaderamente bochornoso. Ya veremos.
En la fantasía y la ciencia ficción existen dos términos que conviven paralelamente para describir la reacción del lector ante su forma más conmovedora: «percepción de lo numinoso» y «sentido de la maravilla». En el ámbito de la fantasía, pueden definirse grosso modo como el abrumador temor reverencial que se siente en presencia de lo divino o del reino espiritual y, en el ámbito de la ciencia ficción, como el abrumador temor reverencial que se siente ante la complejidad o magnificencia del universo físico. Creo que son dos caras de una misma moneda. En el climax de La maldición de Chalion, mi protagonista Cazaril pasa por una experiencia directa e intensa de manifestación de la mente de su diosa. Su respuesta ante este evento numinoso incluye un asombro tal ante el universo material que incluso la contemplación de una simple piedrecita es más de lo que su mente puede aguantar hasta que se calma un poco. Su acrecentada sapiencia espiritual no lo impulsa a rechazar el mundo material, al contrario, le anima a apreciar su belleza y valía. Se trata de la excitación del científico ubicada en el corazón de una historia fantástica.
Uno de los hilos principales del tapiz de la ciencia ficción es, y siempre ha sido, la crítica política contemporánea disfrazada con los atavíos de la ciencia ficción. Esto incluye utopías, distopías, y la especulación sobre el futuro próximo, incluyendo todas las historias tipo «si esto sigue así…» o historias admonitorias. Esto sucede también en el ámbito de la fantasía, pero aquí me atendré exclusivamente a la ciencia ficción. Tan sólo diré que una niña de once años amante de los caballos no debería bajo ningún concepto leer Rebelión en la granja de George Orwell pensando que se trata de una historia de animales que saben hablar. Os aseguro que el trauma me duró muchos años. De todos modos, esta ciencia ficción política es muy apreciada por los lectores a los que les entusiasman los argumentos políticos de actualidad y muy aclamada por los críticos con un modo de pensar similar. En el mejor de los casos aborda temas que, tras su publicación, seguirán siendo de interés durante décadas. En el peor de los casos, tiene una fecha de caducidad más corta que la de un yogur y se arriesga a convertirse en una propaganda de golpes sordos e inexorables que yo describo como «la escuela de ingeniería social que dice que los golpes seguirán hasta que la moral mejore».
Todo esto está muy bien en su lugar, pero aniquila y es el opuesto exacto de todo «sentido de la maravilla».
No creo que sea una coincidencia que la dominación del mercado de la ciencia ficción por parte de historias políticas descoloridas que suelen presentar la ciencia y la tecnología como el problema y no como la solución, vaya de la mano con la pérdida de historias positivas sobre la ciencia y la tecnología, y por supuesto con la pérdida de historias que representen la ciencia o la ingeniería real o a científicos o ingenieros como los protagonistas.
En parte la pérdida puede ser debida a que la nueva ciencia resulta difícil de entender para el escritor veterano. Todos los meses leo la revista Scientific America n, una publicación con noticias y artículos de divulgación científica, y nunca tengo la sensación de ponerme al día, sino que siento que me estoy quedando atrás. Cada vez que giro la página se abren ante mí extensos campos que desconozco totalmente. El hecho de girar la página en lugar de pulsar el ratón ya muestra que estoy anticuada. La abundancia de conocimientos nuevos y accesibles es impresionante y al mismo tiempo un poco apabullante. Cuando me enfrento a esta vastedad de información me siento como una persona a la que han dejado en medio de un gigantesco supermercado moderno con la orden de comerse todos los alimentos que encuentre en las estanterías.
Hace poco, en una convención, la editora estadounidense de ciencia ficción Shawna McCarthy hizo unos comentarios interesantes sobre la creciente popularidad de la fantasía por encima de la ciencia ficción. Dijo más o menos que hace unos quince o veinte años, los editores de ciencia ficción de Nueva York empezaron a adquirir de forma prácticamente exclusiva el tipo de ciencia ficción política, fría y sombría que tanto ensalzaban algunos críticos. En ese momento parecía ser la reacción correcta ante el estado del género y del mundo. El problema es que la siguiente generación de escritores, que crecieron leyendo estas selecciones, sólo saben escribir ciencia ficción fría y sombría. Ahora que los editores buscan historias más positivas, aunque sólo sea para variar un poco, no les llega ni una.
Paralelamente, a lo largo del mismo período de tiempo, las ventas de ciencia ficción han bajado y bajado, superadas con creces por las ventas de fantasía, menos sujetas a esta tendencia distópica. No parecía que la editora creyera que esto fuera una coincidencia.
Aunque las películas de ciencia ficción que presentan una visión más optimista del futuro también han tenido éxito, debemos puntualizar que la ciencia ficción mediática normalmente va con un retraso de unos veinte años con respecto a la novela de ciencia ficción.
En la ciencia actual hay mucho «sentido de la maravilla». El día que escribí este discurso, me conecté al sitio web de la NASA para ver las últimas fotos deslumbrantes de Enceladus, una luna de Saturno. No sé cuántos de vosotros conocéis el sitio web xkcd, que se define como «un webcómic sobre romance, sarcasmo, mates y lenguaje», pero en esta web fue donde encontré la canción Boom-de-ah-dah que se inspiró en el anuncio comercial del Discovery Channel, una apología del «sentido de la maravilla» (véase http://xkcd.com/442/). Más personas tienen mayor acceso a más conocimiento que nunca antes en la historia; los problemas mundiales son muchos, pero también son muchos los recursos intelectuales con los que hacerles frente. No veo ningún motivo por el que el género que inventó el «sentido de la maravilla» se quede atrapado en la melancolía y oscuridad que hace veinte años que han caducado.
Algunos editores recuerdan el «sentido de la maravilla» que les provocaban las antiguas buenas novelas de este género y han hecho un verdadero esfuerzo por recuperar clásicos de la ciencia ficción que se escribieron hace treinta, cuarenta e incluso cincuenta años con la esperanza de que presten el mismo servicio a una generación nueva. Las intenciones son buenas, pero creo que es una iniciativa equivocada. Lo que realmente se necesita son historias nuevas y estimulantes con la voz de esta generación y que hablen de la ciencia de esta generación; historias que nos hagan abrir los ojos y la boca con asombro mientras decimos ¡Vaya! ¡Esto es fantástico!; historias que hablen de un futuro fascinante y no de un futuro terrorífico. La pregunta de diagnóstico es la siguiente: ¿una historia destruye la alegría del mundo o la crea? Espero que como mínimo algún joven escritor experto en cuestiones científicas asuma el reto de este tipo de creación tan placentera.
Gracias.