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Nación de los Red Sox, ¿en qué puedo ayudarle?

—¿Mulligan?

—¿De parte de quién?

—Escucha gilipollas. Devuélvelo si quieres sobrevivir a la semana que viene.

—¿Devolver qué?

—No te hagas el listo.

—Está bien, Giordano. ¿Qué valor tiene para ti?

—Tienen el valor de tres balas de 230 gramos disparadas desde un calibre 45.

—Eso solo asciende a un dólar y pico. Dada la trascendencia de este asunto, esperaba algo más.

Permaneció callado durante un instante.

—¿Cuánto?

—Considéralo desde mi punto de vista —respondí—. La policía me ha acusado de casi todo menos de provocar los incendios. Me han suspendido el contrato sin derecho a paga, mi carrera de periodista está acabada. Necesito buscarme la vida de otra manera.

—Los chantajistas tienen una vida muy corta, Mulligan.

—La verdad es que estaba pensando meterme en el sector inmobiliario.

—Continúa —dijo Giordano.

—¿Te acuerdas de aquella conversación que tuvimos en el Biltmore cuando quedamos para tomar una copa?

—Sí, me acuerdo.

—Creo que ha llegado el momento de aceptar tu generosa oferta.

Permaneció de nuevo en silencio, meditando lo que le acababa de proponer.

—Escucha —dijo por fin—. Acabo de comprar ocho hectáreas en Lincoln. Voy a construir unos chalés de lujo. Te doy un 5%. Te sacarías como poco unos cien mil pavos en dos años.

—Y mientras tanto, ¿de qué se supone que voy a vivir?

—Tengo un puesto de trabajo disponible en Little Rhody Realty —comentó—. No está muy bien pagado, pero nos permitirá ver si tienes aptitudes para este trabajo.

Me estaba ofreciendo el trabajo de Cheryl Scibelli.

—Trato hecho —dije—. Creo que este es el comienzo de una bonita amistad.

—Entonces, ¿cuándo me devuelves los papeles?

—Esta semana imposible. Voy de camino a Tampa, a visitar a un antiguo amigo.

—Será mejor que muevas el culo y vuelvas rápido.

—Mira —le dije—, mi amigo tiene entradas para las series de los Sox contra los Ravs de este fin de semana. No me lo pierdo ni loco. Los Ravs lo están haciendo bastante bien este año, así que promete ser divertido. Además, vas a tardar unos días en arreglar los papeles para lo de Lincoln, ¿verdad?

—Sí, pero no me hace gracia que no estés localizable.

—Pensaba quedarme un par de semanas más —dije—, pero cambiaré el vuelo y volveré justo después de los partidos. Te los daré en cuanto llegue.

—¿Los tienes contigo?

—Están a buen recaudo.

No le hizo gracia, pero tampoco podía hacer nada.

—Mantenme informado de qué vuelo coges —dijo—. Te iré a recoger al aeropuerto.

—Vinnie —dije—, sospecho que bajo esa fachada de cinismo, en el fondo hay un sentimental.

—¿Cómo dices?

No podía creer que quedara alguien que no hubiese visto «Casablanca».

Colgué y volví a interesarme por el partido justo a tiempo de ver a los Sox batear en la última entrada hasta alzarse con la victoria por 7 a 6.

El miércoles me levanté tarde, llamé al hospital y luego me fui dando un paseo hasta el pub irlandés de la avenida Doherty, donde pedí un bocadillo de pastrami con pan de centeno y un refresco. Por la tarde volví al Doherty para ver a los Angels imponerse a nuestro joven jugador zurdo, John Lester, por 6 a 4. Aun así, seguíamos en primer lugar, con una ventaja de dos partidos y medio por delante de los Yankees. Si no fuera por la amenaza que pendía sobre mi vida desde la noche anterior, la posibilidad de que Dorcas enviara a Teclado a la perrera, el estado de Rosie y el hecho de que Veronica no me hubiese devuelto las llamadas, iba todo de perlas.