En el camino de vuelta cruzando el río Providence llamé a Veronica y le propuse reunirnos para nuestro habitual homenaje culinario. Estaba viendo cómo el chef Charlie carbonizaba mi hamburguesa con queso cuando apareció ella acompañada de Mason. Aquello me mosqueó un poco. Después de un pellizco y un beso, casi conseguí olvidarlo.
—Me alegro de que llamaras —dijo al sentarse en una banqueta a mi lado—. Te quería contar algo esta mañana. ¿Te acuerdas de Lucy?
—¿Tu hermana?
—Sí. Viene de Boston esta tarde para pasar el fin de semana conmigo. No voy a poder verte en un par de días así que me parece estupendo que podamos vernos para cenar tranquilamente.
Miré a mi alrededor. Dos mujeres malhabladas tenían una conversación intercalada con groserías sobre un tal Herb y sus formas de poner los cuernos. Charlie desafinaba una melodía de ZZ Top mientras machacaba mi hamburguesa. Otro tío roncaba dos banquetas más allá. El bar no era exactamente un lugar romántico, y estar sentado entre Veronica y Mason no lo mejoraba precisamente.
—¿Tienes una hermana? —preguntó Mason.
—Así es.
—¿Es igual de guapa que tú?
—Más guapa y más joven.
—¿Crees que yo le gustaría?
¿En qué se estaba convirtiendo la noche, en «High School Musical»?
Veronica agitó la melena y se rio.
—Puede que sí. Te daré su teléfono y se lo preguntas tú mismo.
Mason sonrió, luego se acordó de pronto de que tenía que portarse como un periodista. Abrió su maletín y sacó una carpeta.
—¿Tienes un minuto para que te consulte lo de las alcantarillas? Creo que he descubierto algo y me gustaría que me aconsejaras sobre cómo continuar mi investigación.
Ahora resultaba que Mason era un periodista de investigación.
—Lo siento, Gracias Papá. Hoy no tengo tiempo.
—Bueno, vale —dijo mientras guardaba la carpeta.
Se quedó sentado, quieto un rato y luego dijo:
—Mulligan.
—¿Sí?
—¿Me estás examinando? ¿Quieres ver si soy capaz de arreglármelas yo solo?
—Exacto. Me estás atosigando un poco.
—O sea, que tengo que utilizar mi propio criterio.
—Sí, utiliza tu criterio, ya sabes, ese instrumento tan delicado que se toca en los pasillos de Columbia.
Asintió e hizo un gesto como sonriendo para sí mismo.
Veronica y Mason estaban todavía comiendo sus bocadillos cuando Charlie me retiró el plato y me puso delante la cuenta. Se la pasé a Gracias Papá.
—Pásatelo bien, Veronica —dije, aunque como sonaba un poco pobre le pellizqué la mejilla para darle más énfasis.
Mientras me dirigía a la puerta, me volví para echar un último vistazo a sus piernas enredadas alrededor de la banqueta. Había sacado la cartera y le enseñaba una foto de su hermana a Mason, que sonreía de nuevo. Me di la vuelta y salí. El día olía a lluvia.
Caminé hacia la farmacia de la plaza Kennedy, compré una caja de Benadryl y me tragué un par de comprimidos. Me encaminé a la sala del registro de la propiedad en el Ayuntamiento mientras recordaba el olor a humedad. La medicina no me ayudaba mucho. Para cuando cerré el último archivo de registros tenía los ojos irritados y la nariz moqueando.
El edificio de tres plantas de la calle Doyle, la vivienda unifamiliar de Pleasant y el dúplex de Larch habían sido comprados por alguna de las cinco inmobiliarias un tanto desconocidas en los últimos dieciocho meses. El edificio de apartamentos en Mount Hope era otra historia. Pertenecía a la empresa de Vinnie Giordano, Rosabella Development, llamada así en honor a su santa madre. Los registros mostraban que la mafia la había comprado rebajada hacía tres años. Para cerciorarme, busqué la casa donde habían vivido los DeLuccas. Confirmé que había sido de la familia de Joseph desde los años sesenta.
Lo anoté todo pero no merecía ni el tiempo ni la congestión nasal que estaba consiguiendo. Por lo que podía ver nada merecía la pena.