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Al día siguiente la portada del periódico sacaba el siguiente titular: «Noche Infernal en Mount Hope». Una foto gigante que ocupaba toda la primera página mostraba el momento en el que Rosie reaparecía tras la puerta, envuelta en humo, con Carmella DeLucca en sus brazos.

Gracias a la llamada de Veronica, Lomax había llegado a la redacción a tiempo para detener la impresión de la edición local tras solo mil doscientos ejemplares. Actualizó la edición digital y luego escribió el reportaje él mismo, basándose en la información recibida desde la calle. Rehízo la portada incluyendo unas fotos dramáticas del incendio y consiguió sacar un reportaje fantástico que se puso en circulación con solo noventa minutos de retraso.

—Espera a que les llegue a los dueños la factura por las horas extra de la imprenta y los camiones de reparto —comentó Veronica.

—Sí —asentí—. Probablemente se lo descontarán del sueldo a Lomax.

Engullíamos sendos platos de huevos revueltos con beicon en el bar mientras devorábamos el periódico. La noche anterior habíamos vivido de manera separada las distintas escenas de incendios y ahora teníamos ganas de ponerlo todo en común. Se habían producido cinco incendios en total, el último de ellos se había tragado entero un edificio de apartamentos de tres plantas en la avenida Mount Hope. Ni siquiera me había enterado de ese último hasta que lo leí en el artículo de Lomax.

—Me apuesto lo que quieras a que condecoran a tu amiga Rosie —dijo Veronica.

—Ya tiene un cajón lleno de medallas.

Charlie nos quitó de en medio los platos que estaban sin acabar y nos rellenó los cafés.

—Aquí viene el gilipollas del que te hablaba —dijo—. El que entró el otro día y me pidió si le podía preparar un suflé de queso.

Mason se acercó con un atuendo atípico compuesto por un jersey de cachemira y unos pantalones de color tostado con la raya bien planchada. Con su mano izquierda sujetaba un maletín Dunhill que valdría más que mi pensión entera. Se acomodó en una banqueta a mi lado y le pidió un café a Charlie.

—¿Qué pasa hoy? ¿Nada de café con leche, ni cappuccino? Venga, me tienes que pedir algo que no tenga.

—Una taza de tu excelente café será suficiente.

El cocinero se rio con sorna y le plantó una taza delante, —luego le sirvió las sobras de una cafetera casi vacía. Mason le dio un sorbo al brebaje y señaló la portada.

—Parece que me perdí algo gordo anoche.

—Sí que te lo perdiste —dije—. Eso te pasa por trabajar en Providence y vivir en un palacete en Newport.

—Habéis hecho un buen trabajo.

—Vaya, muchas gracias Gracias Papá. Significa tanto viniendo de ti.

Veronica estiró la pierna derecha y me dio una patada. Me dolió lo suficiente como para preguntarme de qué lado estaba ella.

—Dale un respiro, Mulligan. No tiene la culpa de que su padre sea rico.

Mason se limitó a encogerse de hombros, abrió la cerradura de su maletín y sacó una carpeta fina.

—He estado trabajando en lo de las alcantarillas y creo que he encontrado algo —dijo—. Me gustaría que le echara un vistazo y me dijera cómo sigo a partir de aquí.

—Quizá más tarde. Ahora tengo otra cosa que hacer.

Dejé al novato con la reportera maciza. Salí del bar y silbé a ver si venía Secretariat. Como no lo hizo, fui a buscarlo al aparcamiento que había enfrente del periódico, me monté dentro y me dirigí hacia Mount Hope.