—Voy a enviarlo ya, así que corre a ponerte junto el fax, Liam —me dijo la tía Ruthie—. No quiero que llegue, caiga en manos de otra persona y averigüen de dónde ha salido.
Eran diez páginas con los datos de los cargos de la VISA de Wu Chiang de noviembre a febrero y datos parciales de los primeros días de marzo. Me lo llevé al escritorio para contrastar las fechas de los cargos con las de los incendios y al instante me di cuenta de que no me iba a llevar a ningún sitio.
Wu era vendedor de fotocopiadoras y la mayoría de los gastos mostraban una vida de lo más normal: farmacia, hipermercados, gasolina y alcohol entre otros, aunque los 249,95 dólares de Victoria’s Secret me extrañaron un poco. Podía tener novia o ser travestido. Pero lo único que me preocupó fue el cargo de 477 dólares de noviembre con el que compró un billete de avión de U. S. Airways y los 2457 dólares de una estancia de veintiún días en el hotel Whitcomb en el centro de San Francisco a finales de diciembre. Quizá fuese un viaje de trabajo o igual se había ido de vacaciones. ¿No podría ser una coartada muy bien preparada?
Llamé al Whitcomb y me contestó el conserje. Sí, se acordaba de Wu. El tipo se había estado quejando todo el tiempo: no le gustaba la vista de su habitación; también olía a tabaco y era de no fumadores; no había suficiente J&B en el minibar y él último día discutió también por la cuenta.
Para estar seguro le mandé por correo electrónico una fotografía de Wu. El conserje me llamó de vuelta para confirmarme que se trataba del mismo Wu.
Me giré hacia el teclado y empecé a escribir el artículo, una historia que seguramente merecería la primera página. Luego recordé que también era mérito de unas cuantas personas más.