Me desperté con los consabidos gritos que Angela Anselmo dirigía a sus hijos. Algo sobre pasta, confeti y «¿Cómo habéis podido hacerle eso al pobre Toodles?».
Me senté al borde de la cama y giré la cabeza hacia atrás para observar a Veronica entre la tenue luz que se filtraba por el estor. Su respiración era lenta y acompasada. Resistí la tentación de hundir la cabeza en la melena negra que caía desordenada sobre la almohada. Me levanté, caminé de puntillas hacia el baño, me metí en la ducha y me enjaboné bien. De pronto noté que la reportera especializada en juicios, desnuda y soñolienta todavía, se acomodaba a mi lado en la abarrotada ducha.
—¿Quién es ese Toodles? —preguntó. Miré los riachuelos de agua que le caían por la piel y se me ocurrieron otras preguntas, pero contesté a la que me había hecho.
—Su gato.
La abracé y nos besamos bajo el chorro de agua. Me frotó la espalda y yo hice lo mismo tomándome las cosas con mucha calma. Me habría pasado allí todo el día si no fuera porque me recordó que teníamos que ir al trabajo. No hay nada mejor que una mujer desnuda y mojada.
No tenía nada en el frigorífico, así que nos fuimos al bar. Charlie arqueó la ceja cuando nos vio entrar juntos. Aparte de la detención de Wu no había ninguna otra noticia de interés en Rhode Island. El periódico estaba repleto de noticias sobre las primarias presidenciales, las mentiras de Washington y los horrores de Irak.
Mientras Veronica pasaba rápidamente por encima de la sección de Estilo de Vida, yo me centré en los deportes. El hombro de Curt Shillings había empeorado misteriosamente durante el invierno y los médicos se debatían sobre la necesidad de que fuera operado. Pero con Beckett, Matsuzaka, Lester, Wakefield, Buchholz, Colón y Masterson la alineación ya estaba bastante completa. Charlie rascó una capa de grasa del grill, se limpió las manos en el delantal y se volvió hacia nosotros con una sonrisa.
—Tu gusto en mujeres va mejorando, Mulligan. ¿Qué fue de esa rubia hortera con la que cometiste el error de casarte, la que creía que tu nombre es «hijo de puta»?
Charlie siempre estaba ahí para cocinar lo que fuera que yo necesitara, día o noche. Tienes que trabajar mucho para poder mandar a tu hija a estudiar a Julliard. Le contesté con un gruñido y le dejé un billete de veinte sobre el mostrador, contento de poder invitar a mi chica a comer sin tener que pedir un préstamo al banco para pagar la cuenta.