30

Al día siguiente encontré un sitio libre para aparcar justo delante de la redacción. El parquímetro tenía colocada una capucha de tela roja del Departamento de Policía con el indicativo «Fuera de servicio». Debía de ser mi día de suerte: aparcamiento gratis.

Encima de mi silla pude ver una caja rebosante de notas de prensa. Al parecer había vuelto a cabrear a Lomax, aunque no tenía ni idea de por qué.

Fingí echarles un vistazo durante unos momentos, aunque en realidad tenía intención de desechar todo el lote. De repente una carta captó mi atención. Era del Consejo para el Desarrollo Económico de Rhode Island. En ella figuraba el Señor Patata con sus característicos bigote y gafas. No pude resistirme. Abrí la carta y leí:

La estatua del Señor Patata «brotará» por todo el estado para promocionar el turismo en el «Estado del Océano».

La empresa Hasbro, que fabrica al Señor Patata en Rhode Island, se ha asociado con el Consejo de Desarrollo Económico para promocionar el estado como un destino ideal para las vacaciones familiares. Esta promoción contará con anuncios a todo color en revistas nacionales e incluirá un número gratis al que llamar para recibir un kit especial para unas divertidas vacaciones familiares. Además, una «cosecha» excepcional de cabezas del Señor Patata de dos metros de alto surgirán de repente en distintas atracciones turísticas a lo largo de todo el estado. ¡Mantengan los ojos bien abiertos! ¡Les espera una gran sorpresa con cada aparición de la estatua del Señor Patata!

Esta campaña, concluía el director de desarrollo económico del estado, no era ninguna tontería. «¿En serio?», pensé. Tecleé con furia unas cuatrocientas palabras a las que adjunté una tabla que mostraba los lugares donde estas patatas iban a «brotar». Les estaba poniendo en bandeja a las bandas juveniles de Rhode Island un buen rato de diversión.

Cuando terminé de escribir, encendí el ordenador para comprobar los mensajes. Me encontré con la respuesta al porqué de la regañina de Lomax. Coyle le había llamado para quejarse de mi atuendo en el funeral. Decía que demostraba falta de respeto.

¡Y tanto que lo demostraba!

Los acordes iniciales de Smoke on the Water se escapaban del bolsillo de la cazadora vaquera que tenía sobre la silla. Saqué el móvil y lo abrí.

—Hemos cazado al chino —decía una voz familiar—. Mueve el culo y vente hasta aquí rápido. Puede que te deje hablar un momento con el capullo antes de que le atrape la policía.