Era bastante más de medianoche cuando oí el ruido del cerrojo al abrirse la puerta y el posterior sonido de unos pasos resbalando por el suelo de linóleo.
—¿Veronica? —pregunté.
—Lo siento —dijo—. No pretendía despertarte.
Sin embargo, la sonrisa que vi en su cara al encender la luz de la mesilla indicaba que no lo sentía en absoluto.
—Tenía que completar un par de cosas en el reportaje sobre Arena para la edición de local —explicó, mientras me lanzaba sobre la cama un ejemplar recién salido de la imprenta.
Tenía ganas de desnudarla, meterla en la cama y acunarla entre mis brazos. Ella en cambio quería que leyese lo que había escrito: no habría achuchón hasta que no lo hiciese.
Veronica firmaba otra exclusiva en primera página, esta vez con una cita literal ante el Gran Jurado del presidente estatal del sindicato de trabajadores. En ella acusaba a Arena de planear un desfalco de tres millones en las cuentas del sindicato. A continuación reproducía una declaración de Brady Coyle, el abogado de Arena:
La Ley protege el funcionamiento de los juicios con Gran Jurado que deben ser secretos. Quienquiera que sea responsable de la filtración de estas declaraciones a la prensa está violando leyes federales y será perseguido por la ley. Aunque no puedo probar quien puede estar detrás de estas filtraciones, está claro que benefician al fiscal ya que envenenan la opinión del jurado en contra de la inocencia de mi cliente. Si el periódico reproduce estas declaraciones está cometiendo un acto reprobable e irresponsable.
—Parece que le tienes cabreado —le dije.
—¿A quién? ¿A Brady?, ¡qué va! Solo está fingiendo para tener contento a su cliente. Es un encanto.
¿Un encanto? Había oído muchas cosas de Brady Coyle: que era un tío arrogante, despectivo, un verdadero capullo. Pero nunca un encanto. Creo que a mí nunca me había llamado «encanto». Noté una punzada en mi estómago. Seguro que solo era la pizza de pepperoni que tan imprudentemente había engullido en Casserta’s.
—¿Sabes qué, Veronica? He entablado relaciones a ambos lados de la ley durante dieciocho años y nunca he conseguido convencer a nadie para que me filtre una información de un juicio con Gran Jurado. ¿Cómo demonios lo consigues?
—Lo siento cariño. Una cosa es compartir tu cama, otra muy distinta es compartir mis fuentes contigo.
Estaba meditando una contestación cuando vi que se desnudaba hasta quedarse en ropa interior. Se acostó a mi lado, con su cadera rozando mi erección. Quedaban once días hasta los resultados de la prueba. A veces, once días son muchos días: 15.840 minutos para ser exactos.
Podía escuchar el tictac del reloj.