Enfundada en unos leotardos de lana gris, la secretaria de McCracken no enseñaba aquel día sus muslos. En su lugar llevaba una blusa blanca con volantes y tenía los cuatro primeros botones desabrochados. Hice un esfuerzo sobrehumano por no mirar.
—A mí me da que son de verdad —dijo McCracken en cuanto la chica me hizo pasar a su despacho.
—Está bien que todavía tengas fe en algo —me dijo.
—Fe sí, lo que no tengo son esperanzas; es novia de Vinnie Pazienza —añadió.
Vinnie había perdido facultades desde que dejó el boxeo por un empleo en el casino, pero aun así podía darle una buena paliza a la mayoría de hombres.
—Tengo entendido que te dedicas a patrullar por Mount Hope por las noches —dijo McCracken.
—¿Quién te lo ha contado? —pregunté.
—Un policía colega mío.
—¡Qué pequeño es el mundo! —exclamé.
—Más bien, qué pequeño es este estado —contestó—. No deberías perder el tiempo de esa manera, es muy difícil que vayas a pillar a ese tío con las manos en la masa.
—Ya lo sé —admití.
—Muy buena la historia de Polecki y Roselli —dijo—. Ya era hora de que alguien les pusiera en el punto de mira. Puede que hasta sirva de algo.
—Lo dudo —respondí.
—Sí, yo también.
—¿Por eso querías verme? ¿Para felicitarme por el impresionante trabajo que estoy haciendo? —pregunté.
—Tengo algo para ti —me contestó—. Polecki me dejó echar un vistazo al informe preliminar sobre el incendio de la pensión y creo que he encontrado algo nuevo.
—¡Vaya!
—Sí, en esta ocasión se utilizó un temporizador.
—¿De qué tipo? —pregunté.
—Una máquina de café —me dijo mientras me miraba como si yo fuera un experto en temporizadores.
Me quedé observándole en silencio hasta que por fin me lo explicó.
—Llenas la máquina de café con gasolina y lo dejas enchufado en el sótano de una casa. Luego dejas programada la hora de encendido y te vas a tu casa tranquilamente a tirarte a tu mujer.
—¿Crees que puede tratarse de un experto?
—Quizá —contestó—. A los profesionales les gusta utilizarlos porque son casi imposibles de rastrear. En el incendio de la pensión se utilizó una cafetera de la marca Proctor Silex, modelo 41461, que puedes encontrar en cualquier tienda o supermercado.
—¿Entonces?
—Cualquiera que busque «incendio premeditado» en Google puede aprender a hacerlo en cinco minutos. Es tan común hoy en día usar cafeteras como temporizadores que incluso esa pareja de tontos sabían de qué se trataba cuando se tropezaron con los restos de una mientras rebuscaban en las cenizas.
—O sea, que nuestro tipo se está volviendo más sofisticado.
—Eso creo —respondió McCracken—, pero también puede haber otras explicaciones. Quizá este incendio no esté relacionado con los anteriores. O puede que desde el principio se tratara de un profesional que pretendía despistar y que pareciera la obra de un aficionado. Seguramente ha empezado a tener cuidado desde que patrullan por ahí los DiMaggios y la policía.
McCracken me dedicó una sonrisa e hizo un gesto con el brazo como si fuera a batear.
—Lo que no acabo de entender —continué—, es por qué había todavía electricidad en ese edificio, si estaba abandonado y estaba prevista su demolición.
—Ya lo he investigado. Unos camiones de chatarra de Construcciones Dio han estado sacando cobre y otros materiales. Lo encendieron para ellos.
—¿Y cómo es posible que nuestro «amigo» supiera algo así?
—Ni idea.
—En fin —dije—. Me cuesta creer que sea obra de un profesional. Quiero decir que no entiendo cuál puede ser la motivación: los edificios pertenecían a distintos dueños y ninguno de ellos estaba sobreasegurado.
—Pues eso es lo que hay —contestó McCracken.
—Así que seguimos sin tener ni idea de nada —dije.
—Exacto. Ni siquiera sabemos si sus pechos son de verdad.