Capítulo VIII

Incidentes

DESPUÉS de la acción llamada de Escuinapa, los lozadeños se desquitaron de la falta de botín entrando a la población para tomarse todo lo que encontraran contra la voluntad de sus dueños, aunque usando de una moderación relativa, porque don Manuel tenía cierto escrúpulo por tratarse de otros dominios que no eran los suyos, pues le parecía en su fuero interno que sólo estaba investido de facultades para disponer de cuanto se encontrara dentro de su comandancia que estaba circunscrita al Cantón de Tepic.

Veremos luego que la moderación de que quería dar muestras la quebrantó más tarde.

Después de haber visto los tres jefes principales de las hordas de la sierra que sólo seiscientos soldados habían contenido el ímpetu de sus tres mil hombres, convinieron en que era empresa ardua, mientras no tuvieran mejor disciplina y fueran en mayor número, hacer la conquista de Sinaloa por entonces, y resolvieron no seguir adelante, y antes bien se prepararon para contramarchar luego que tuvieron la noticia de que Ogazón había entrado a Colima y que desde allí había destacado al coronel Rojas con una brigada en persecución del general Calatayud que había tomado el rumbo de Autlan, sin duda con la mira de refugiarse en Tepic con los pocos elementos que le quedaban.

Tal noticia se siguió propagando y no tardaron en recibir un correo especial que se la confirmaba.

Pero Lozada quiso vengarse de aquel fracaso de los suyos, aunque fuera en las personas pacíficas de Escuinapa, mandando que éstas le entregaran una suma en efectivo y algunos efectos.

Los vecinos principales se habían salido con anticipación y los que quedaban procuraron ponerse en salvo, así es que no quedaron más que las mujeres, los ancianos y los niños. Escogió quince de estos y se los llevó pie a tierra entre las chusmas.

Naturalmente los padres y hermanos de las víctimas tuvieron que apresurarse a ir a rescatarlas desoyendo las súplicas de la población que en masa se oponía, asegurándoles que iban a exponerse a una muerte segura; pero ¿podían abandonar en poder de aquella fiera a sus padres, esposas e hijos? Además, siempre tenían alguna esperanza, aunque muy remota, de poder salir con bien de aquel sacrificio. Salieron pues de allí unos veinte hombres cargados de dádivas para tratar por ese medio de ablandar al jefe de la sierra.

¡Vano intento! Lozada luego que los vio dijo:

—Ya sabía yo que ellos solitos habían de venir.

Luego con voz seca agregó:

—Quítenles todo lo que traigan y póngalos presos.

¿Quería decir aquello que las familias enteras iban a ser sacrificadas? Bien podía ser, pero en todo caso estaban ya todos juntos y se daban ánimo unos a otros poniendo en Dios su última esperanza. Cuando estuvo Lozada cerca de Tepic torció para San Luis llevándose mil hombres, disponiendo que el resto quedara de guarnición y que se le llamara luego que se tuvieran noticias ciertas del avance de los liberales. Con él se fueron también para la sierra los treinta y cinco presos, de los cuales no se volvió a tener jamás ninguna noticia. ¿Qué había hecho con ellos?

Por ese tiempo se esparció un siniestro rumor en los alrededores. Se dijo que en el interior de la sierra existía un abismo sin fondo, una caverna profunda, desde cuya cima se habían arrojado peñascos sin que llegara a oírse la caída, que estrecha arriba iba ensanchándose en medio de la más profunda oscuridad, yendo a comunicarse con barrancas insondables; se agregaba que una infinidad de personas que habían desaparecido, allí habían ido a dar, y que uno de los festejos que se daba a sí mismo Lozada era el de ocuparse en mandar vendar a las víctimas y arrojarlas él mismo al foso empujándolos con el cabo de una lanza.

Esto pudo ser una conseja porque no ha habido después, que tantas personas han podido recorrer la sierra en los últimos veinte años, quien dé noticia de tal abismo, aunque hay otros muchos por donde si se despeñara a una persona no se volvería a encontrar de ella ni el polvo. Lo cierto fue que durante los treinta años en que Lozada dominó allí como señor absoluto se vio llevar a la sierra a muchas personas que nunca volvieron y testigos presenciales afirman que llegaba la crueldad de aquel monstruo hasta mandar despellejar a los prisioneros, arrancarles las cabelleras y los ojos y causarles mil géneros de mutilaciones. Con quienes más se ensañaba y a quienes castigaba con tormentos atroces, para los cuales tenía prodigiosa inventiva, era para los que se le delataban como espías y se aprehendía como correos o comisionados del enemigo. Estos generalmente morían a su vista mandándolos mutilar miembro por miembro.

En aquel entonces eran Galván y Rosales los jefes en quienes Lozada tenía mayor confianza, los había hecho tenientes coroneles, y eran en realidad los que mandaban las fuerzas que habían marchado para Tepic. A ellos les había dicho aquel al separarse:

—Si ven algo que no convenga, se vienen para la sierra y dejan solos a García de la Cadena y a Rivas.

Por lo que se ve, si éstos tenían influencia en el ánimo de Lozada, era bajo ciertos respectos, porque confiaba del todo más en los suyos, en los que eran de su terreno y de su raza.

Al saber Núñez que se había andado últimamente con su gavilla casi a un vista de la columna lozadeña, que Galván marchaba para Tepic, tembló por Dolores, que ya ni allí podría tener ninguna seguridad.

—¿Qué haremos con tu hermana? —dijo a Navarro.

—Si quieres iré a traértela y te casas con ella para que se le quiten a Galván todas las tentaciones.

—Ahora no se puede todavía: ni hay un pueblo en que podamos hacer tranquilamente los festejos del matrimonio, ni tengo el dinero que deseo darle, ni la suficiente confianza en el coronel a quien quiero convidar de padrino.

—Pues Galván no dejará de buscarla y si la encuentra…

Práxedis cambió de color, apretó los dientes con rabia y dijo con voz ronca:

—Sería capaz de irlo a matar entre los mismos suyos.

—Dispon lo que te parezca, hermano —le dijo Domingo estrechándole la mano para calmarlo—, yo lo que hago es seguirte.

—Tú lo has dicho: vamos allá.

—¿A Tepic?

—Allá mismo, pues ¿en qué lugar es donde hago falta si no es donde está Dolores en peligro?

—¿No sería mejor que la escribieras diciéndole que se viniera?

—¿Y si no se viene?… ¿y si la ven?… ¿y si la carta llega tarde?… ¿pero crees tú, agregó con desesperación, que yo podré vivir con esas ansias?…¡En marcha! ¡En marcha!

El soldado Lucifer que andaba siempre con Práxedis y que le había servido mucho enseñándole sus pocos conocimientos militares en orden a la disciplina, dijo que él tenía miedo de volver a Tepic.

—Pero si ya no mandan allí las gentes que mandaban antes.

—Allí me conocen mucho, y siempre puede haber quien les diga a los que mandan ahora que me fusilen y… yo siempre no voy.

Entonces se convino en que se volviera parte de la gavilla a Palomas y que Práxedis con Navarro y otros tres de los que mejor sabían montar a caballo se dirigieran a Tepic, procurando entrar aquella noche. Al fin entre tantas gentes como iban y venían de la sierra pasarían inadvertidos.

En efecto, los destacamentos de observación se habían colocado hasta San Leonel por el camino de Guadalajara y las diversas veredas que comunicaban con la sierra estaban completamente expeditas, así es que lo único que hicieron fue inclinarse un poco a la derecha en sentido paralelo al camino de San Blas. De este modo entraron a las nueve de la noche sin que nadie fijara en ellos la atención: bien podían ser unos de tantos bandidos que entraban en Tepic y salían como Pedro por su casa.

Los cinco hombres llegaron a la casa que ocupaban la familia de Domingo Navarro, pues Práxedis había dicho:

—Es necesario no separarnos para que salgamos juntos defendiéndonos si nos atacan.

Tocaron a la puerta que no se abrió sino después de muchas precauciones, y cuando conocieron los de adentro la voz de Domingo.

—¡Virgen Santísima! —exclamó Lola—. ¿Ustedes aquí?

—Sí —dijo Práxedis—, ya no puedo estar con tranquilidad en ninguna parte sabiendo que tú corres peligro.

—Ya fuimos mi madre y yo a ver a don Carlos y a don Andrés y nos ofrecieron que se nos respetaría; pero como pudiera no ser, tengo esta pistola para defenderme y este puñal para matarme en el último caso.

Enseñó las dos armas que llevaba escondidas.

Práxedis no pudo menos que abrazarla conmovido y por cierto que era lo único que podía conmover a tan feroz bandolero.

—Ahora —dijo Práxedis—, como debes considerar, no podemos amanecer aquí mañana y tenemos que volver a salir de Tepic esta misma noche.

—Podrían estar ocultos aquí todo el día.

—Alguien puede haber visto que entramos y avisarle a Galván.

—No lo creas: Galván ha de estar a estas horas jugando y emborrachándose.

—¿No sabe, pues, dónde vives?

—Creo que todavía no, si es que no se lo ha dicho Rosales.

—Rosales se lo dijo ya, no te quepa duda.

—En ese caso también le habrá dicho que no se pare por aquí, según lo ofrecido.

—Galván no obedece a nadie y menos a Rosales.

—En ese caso, dispon lo que tú quieras.

—Me parece que lo mejor es que te vengas con nosotros.

—¿Y adónde?

—A tu casa de Atonalisco: yo estaré mientras cuidándote sin apartarme mucho de los alrededores. Sólo viéndote allí estaré tranquilo.

—¿Y no sería mejor que nos esperaras en el camino para no salir todos juntos?

—En el camino esperaremos mañana a tu madre y a tu hermanito, pero ahora tú te vas con nosotros.

—Como quieras, Práxedis, yo no tengo más voluntad que la tuya.

Sonaron en esto tres golpes a la puerta.

—No se muevan —exclamó Dolores—, yo voy a ver quién es.

Práxedis y los suyos echaron mano a las pistolas.

Lola se asomó por la ventanita que estaba resguardada por una reja de fierro. Vio a un hombre solo en la puerta, y pudo reconocer a Galván.

—¿Qué se ofrece? —preguntó con voz entera.

—¿Eres Dolores Navarro?

—Soy la misma.

—Pues ábreme la puerta.

—No puedo.

—Ya dizque me ordenaron que no me metiera contigo, porque fuiste a quejarte; pero yo vengo a decirte que si no te sales conmigo, te mato.

—Tengo mi novio: Práxedis se va a casar conmigo, de modo que lo que puede usted hacer es dejarme en paz.

—Voto a … —exclamó Galván dirigiéndose a la ventana.

—No se acerque porque tengo con qué defenderme —dijo Dolores, enseñándole el cañón de su pistola.

—Ya verás si puedes defenderte ahora que vuelva con mis soldados.

Galván se alejó tambaleándose a la vez que Práxedis abría la puerta para lanzarse sobre él pistola en mano.

Navarro y los otros lo abrazaron conteniéndolo:

—¿No ves que nos comprometes a todos?

Por más pronto que quiso alistarse Dolores no pudo tardar menos de media hora, sobre todo, habiendo obligado a sus huéspedes a cenar alguna cosa.

Cuando salía la caravana, Galván desembocó en la esquina con seis hombres.

—¿Quién vive? —gritó, dirigiéndose tranquilamente al grupo montado.

—Práxedis Núñez —contestó éste disparándole un tiro de su pistola e iniciando a la vez la retirada al galope.

La bala le tiró el sombrero a Galván, rozándole los cabellos.

Cuando éste y los suyos que estaban a pie, salieron de su sorpresa y les dispararon en medio de la oscuridad, aquéllos ya iban lejos.

Este incidente no llamó mucho la atención porque todas las noches había tiros en las calles de Tepic.