Le conté a Giulio que había estado en casa del Nini, y no se enfadó. Dijo sólo que lamentaba que hiciera cosas que a él le disgustaban. Le hablé de Antonietta y del apartamento, y me preguntó si me parecería bien tener un apartamento así. Y luego dijo que cuando hubiera hecho el examen de estado nos casaríamos, pero antes no era posible y mientras tanto yo no debía portarme mal.

—No me porto mal —le respondí.

Me dijo que fuera mañana a Fonte Le Macchie con él. Para llegar a Fonte Le Macchie había que caminar un trecho cuesta arriba, y a mí no me gustaba caminar cuesta arriba y además tenía miedo de las víboras.

—No hay víboras por esa zona, —me dijo—, y comeremos moras y descansaremos todas las veces que quieras.

Al principio fingí no entender y le dije que vendría también Giovanni, pero dijo que a Giovanni no lo necesitábamos y que teníamos que ir nosotros dos solos.

A Fonte Le Macchie no llegamos porque yo me paré a mitad de camino, me senté en una piedra y le dije que no daría un paso más. Para asustarme empezó a gritar que veía una víbora, sí, sí, la había visto, era amarilla y movía la cola de un lado a otro. Yo le dije que me dejara en paz porque estaba muerta de cansancio y tenía hambre. Sacó la comida de la bolsa. Tenía también vino en una cantimplora y me lo dio a beber, hasta que me derrumbé sobre la hierba aturdida y pasó lo que me temía.

Cuando bajamos para volver era tarde, pero yo me sentía tan cansada que tenía que pararme casi a cada paso, hasta que al llegar al pinar me dijo que tenía que adelantarse corriendo, porque si no se hacía demasiado tarde y su madre se asustaba. Así que me dejó sola y yo caminaba tropezando con todas las piedras, y estaba oscureciendo y me dolían las rodillas.

Al día siguiente vino a casa Azalea. La acompañé un rato y le dije lo que había pasado. En un primer momento no me creía y pensaba que lo decía por alardear, pero de repente se paró y dijo:

Le conté a Giulio que había estado en casa del Nini, y no se enfadó. Dijo sólo que lamentaba que hiciera cosas que a él le disgustaban. Le hablé de Antonietta y del apartamento, y me preguntó si me parecería bien tener un apartamento así. Y luego dijo que cuando hubiera hecho el examen de estado nos casaríamos, pero antes no era posible y mientras tanto yo no debía portarme mal.

—No me porto mal —le respondí.

Me dijo que fuera mañana a Fonte Le Macchie con él. Para llegar a Fonte Le Macchie había que caminar un trecho cuesta arriba, y a mí no me gustaba caminar cuesta arriba y además tenía miedo de las víboras.

—No hay víboras por esa zona —me dijo—, y comeremos moras y descansaremos todas las veces que quieras.

Al principio fingí no entender y le dije que vendría también Giovanni, pero dijo que a Giovanni no lo necesitábamos y que teníamos que ir nosotros dos solos.

A Fonte Le Macchie no llegamos porque yo me paré a mitad de camino, me senté en una piedra y le dije que no daría un paso más. Para asustarme empezó a gritar que veía una víbora, sí, sí, la había visto, era amarilla y movía la cola de un lado a otro. Yo le dije que me dejara en paz.

—¿Es verdad?

—Es verdad, es verdad, Azalea —le dije yo, y entonces hizo que se lo repitiera todo desde el principio. Estaba tan asustada y enfadada que se arrancó la hebilla del cinturón. Quería hablar con su marido para que se lo dijese a mi padre. Le dije que se cuidase bien de hacerlo y que además también yo sabía unas cuantas cosas sobre ella. Reñimos y al día siguiente fui a la ciudad con la intención de hacer las paces, ya se había calmado y la encontré probándose un vestido de baile nuevo porque había recibido una invitación. Me dijo que podía organizar el follón que quisiera con tal de que nadie viniese luego a molestarla, y que por otra parte el hijo del médico a ella no le gustaba nada y le parecía muy ordinario. Mientras salía vi a Giovanni con el Nini y Antonietta, y todos juntos fuimos a bañarnos al río, Antonietta era la única que no sabía nadar y se quedó sentada en la barca. Yo me agarraba a la barca y hacía como que la volcaba para meterle miedo, pero luego me entró frío y volví a subir y me puse a remar. Antonietta empezó a hablarme de su marido y de la enfermedad que tenía, de las deudas que había dejado y los abogados y los pleitos. Yo me aburría y me parecía ridícula, sentada en la barca como si estuviera de visita con las rodillas juntas y el bolso y el sombrero.

Aquella noche entró Giovanni en la habitación a decirme que se había enamorado de Antonietta, y no sabía si decírselo al Nini y no sabía qué hacer para que se le pasara, y andaba de un lado a otro con las manos en los bolsillos. Yo lo traté mal y le dije que estaba harta de todas esas historias de amor, y de Azalea y el Nini y también de él y que me dejasen en paz. —Maldita sea la madre que te parió —me dijo y se marchó dando un portazo.