El lápiz de Unamuno

«Sólo pienso con un lápiz en la mano», confesaba Unamuno en una entrevista. He encontrado gente que considera esta técnica mental como una manía o, más grave aún, como una prueba de falta de autenticidad. Si solamente piensas provocado o sostenido por un objeto, un gesto o cierto poema, este tipo de comportamiento ¿no traiciona una falta de originalidad o de espontaneidad del pensamiento?

El lápiz que Unamuno cogía en la mano para poder pensar tiene, sin embargo, una profunda significación. Es una preparación para la meditación, similar a los otros «preparativos» que conoce la historia: la ascesis, la purificación previa, las posiciones hieráticas del cuerpo (que tienen tanta importancia en la India: las así llamadas «posiciones yóguicas», las asanas). Coges el lápiz en la mano, así como otros cierran los ojos o armonizan su respiración o tapan sus oídos o toman su frente entre las manos. Te preparas para recibir los pensamientos, para examinarlos, para «profundizar» en ellos. También se nos ocurren pensamientos en otros momentos, en circunstancias más o menos frívolas. Pero ahora, sin embargo, estás decidido a meditarlos, a seleccionarlos; ahora eres responsable, porque estás concentrado, libre.

Unamuno, que solamente puede pensar con el lápiz en la mano, vuelve a repetir un antiguo ritual, del que no tenemos por qué avergonzarnos. Se trata de un gesto que indica el paso de la frivolidad y la casualidad a la meditación y la responsabilidad. Al mismo tiempo es un vehículo, un auxilio para la concentración. La mente ha sido restablecida en sus derechos; aquel objeto, gesto o posición que el hombre ha elegido significa el primer paso hacia el pensamiento responsable. No importa que sea un lápiz o una posición ascético-meditativa, la técnica sigue siendo la misma; el efluvio de la vida psicomental ha sido canalizado, delimitado, «concentrado». El pensamiento responsable es inaugurado por este gesto voluntario, símbolo también del reposo que le sigue.