«Ningún hombre atrae a las muchedumbres con más fuerza que aquel que vive en soledad», apunta Papini en su Sant’Agostino. Y nos recuerda a san Antonio, a quien la gente acudía simplemente porque tenía fama de ser el ermitaño más austero, y a J.-J. Rousseau, este laico cuya soledad se vio a menudo arruinada por sus admiradores y admiradoras, atraídos por la fama de su aislamiento.
El solitario rompe tan violentamente con la ley fundamental de la condición humana, que es la convivencia, el amor por alguien, si no por el prójimo, que atraerá irresistiblemente, como una fuerza mágica. La ascesis, que implica la soledad, la contención de los instintos y especialmente del instinto esencial: la sexualidad, era considerada en sí misma como una enorme fuerza mágica. Ir en contra de la naturaleza humana significa superarla, acercarse a los dioses, a aquellos depósitos de energía física y espiritual. La soledad es la primera superación de la condición humana y la más difícil de alcanzar. Tal desapego presupone una fuerza sobrehumana; aunque sea una fuerza mágica, asimilada directamente por la dura práctica de la soledad y la ascesis (como pensaban los hindúes), o una fuerza religiosa, enviada al monje que vive en el desierto por Dios mismo (tal como creen los cristianos), esta fuerza asombrará y atraerá a los hombres. Estando cerca de esta fuente sobrehumana, en contacto directo con el asceta que la posee, los hombres esperan obtener algún beneficio para ellos mismos: salud, poder, salvación. Y en el caso de un solitario laico como Rousseau, aprender un método de vida, o quizá incluso la felicidad.
El asceta hindú luchaba contra los dioses; y éstos, atemorizados por las fuerzas mágicas que había acumulado a través de sus técnicas solitarias, le ponían en el camino inimaginables trampas, tentándolo con bellas mujeres, con cánticos o bailes. Un asceta cristiano luchaba contra los demonios, también atemorizados por el poder que había adquirido el monje (poder que le llevaba hacia la salvación, es decir, le alejaba de su influencia; o que tenía un influjo benéfico sobre toda la comunidad, debilitando el gobierno demoníaco en el mundo). Un asceta laico luchaba consigo mismo, con la tristeza, con la inutilidad o con sus exaltaciones interiores. Pero, en cualquier caso, él también era un vencedor. Un hombre que puede permanecer solo es un mago semejante a los dioses, decían los hindúes; es alguien que ha descubierto el misterio de la felicidad, decían los contemporáneos de Rousseau…
Solamente observando el fervor de las multitudes que acuden a la presencia de los solitarios te das cuenta de cuán sediento de felicidad está el mundo moderno…